Muchisimas gracias por leer. Sigan comentando, reseñando y dando like. Recuerden que pueden seguirme en mi pagina de Face Book si no lo han hecho: Miladys Caroline. Allí estaré compartiéndoles cositas de la historia de Nick y Lilo
Calioppe terminó de contarle todo a su esposo de camino a la casa grande; ya no quería cargar con ese peso insoportable sobre sus hombros. Nicholas, por supuesto, todavía se sentía rabiar. Lo que esa desgraciada mujer había hecho no tenía nombre. Lo peor es que todo este tiempo había juzgado a su inocente esposa por culpa de terceros. Le costaría perdonarse a sí mismo por tan terrible error. En el despacho, después de haberse puesto en contacto con el investigador a cargo y relatarle absolutamente los hechos sin omitir detalle, Piero le dijo que lo mantendría informado, y que ahora ya sabrían por dónde y cómo comenzar a buscar. Por otro lado, habló con Lisandro. No había forma de que Tiara supiera sobre la noche que pasaron en el hotel salvo ellos mismos. El capataz se mostró consternado, casi impresionado. — Nick, ¿no creerás que yo…? El brasileño negó con la cabeza. Por supuesto que no desconfiaba de él. Lo conocía de años y sabía que sería incapaz de serle desleal, al igual qu
El salón se llenó de completo y absoluto silencio por un largo instante. Y seis segundos fueron los que le tomaron a Nicholas Dos Santos en reaccionar ante el entumecimiento. — Paulo, Ernesto, regresen los espejos a la bodega. El resto vuelva a lo suyo — ordenó, pasando por el lado de su esposa, sabiendo que esta lo seguiría hasta el despacho. — Nicholas — musitó la inocente joven tras cerrar la puerta con gesto trémulo —… ¿Qué ocurre? Él estaba de espaldas a ella. — ¿Por qué ordenaste que sacaran los espejos? — cuestionó con los puños apretados. Ella arrugó la frente, desconcertada. — Yo no sabía que no se podía, yo creí qué… — Ahora ya lo sabes. De pronto ella notó que su esposo se aferraba a los bordes del escritorio como si su vida entera dependiera de una acción tan simple como esa. — Sí, lo siento, pero…sigo sin comprender. ¿Qué tienen de malo los espejos? — se acercó con pasos tímidos hasta él. — No me gustan en la casa — gruñó. — Pero debe haber una razón. — No la h
Se miraron entre sí. El brasileño apretó los dientes. — Pregunté qué están haciendo aquí — repitió. Lisandro dio un paso al frente. — Lo siento, patrón, es que… — Yo se lo pedí — intervino Calioppe, todavía desconcertada. Nicholas dejó la leña a un lado y se acercó a su joven esposa. — No deberías estar aquí — le dijo en voz baja. Ella lo miró, incrédula. — Y entiendo perfectamente por qué — musitó, inevitablemente celosa, observando a esa preciosa mujer de ojos verdes por encima del hombro de su esposo. Ella había escondido la mitad de su cuerpo detrás de la puerta de una pequeña casa de madera. Nick suspiró y cerró los ojos por un segundo. — No es lo que crees. — ¿Entonces qué es? — quiso saber y evitar equivocarse. Él la miró con suavidad, abrió la boca y volvió a cerrarla, como si algo le impidiera hablar. — Lo mejor será que vuelvas — le dijo, luego miró a Lisandro —. Sabes perfectamente que no me gusta que nadie se acerque. El buen capaz torció el gesto. — Soy nad
Cuando Nicholas salió del cuarto de baño, una hora después, ella ya no se encontraba en la recámara. Una parte de él sintió alivio; no estaba preparado para hablar, no en ese momento, no cuando sus demonios más personales amenazaban con despertar. Bajó a la cocina. Allí Francisca le dijo que la vio salir hace un rato a la cosecha, así que asintió y dedicó parte del día a lo suyo. Fue a la empacadora, resolvió algún asunto importante del pedido que saldría esa misma semana y después, finalizando la tarde, decidió dar una vuelta a caballo por los cafetales. Allí la vio. Llenaba una nueva canasta. — No sabía que vendrías hoy — le dijo al acercarse. Calioppe respingó. No lo esperaba por allí. Alzó la vista por un segundo y luego la clavó nuevamente en su asunto. — Lisandro me dijo que había mucho trabajo esta semana. — Así es, pero ya te he dicho que no es necesario que sigas haciendo esto — le recordó —. Fui duro contigo al principio al castigarte de esta forma, pero eres mi esposa
Se quedó mirando la varita por eternos segundos. Su pecho subía y bajaba. — Seño, Calioppe. ¿Está todo bien allí dentro? — le preguntó Francisca, preocupada, después de un largo rato junto a la puerta del baño. Calioppe se incorporó; se había acuclillado para procesar la información. Abrió la puerta y Kika la miró con gesto expectante. — ¿Y bien, seño? ¿Qué salió? — Po…positivo — consiguió decir, todavía asombrada. La muchacha abrió los ojos, no pudo evitar sonreír. — ¡Está usted esperando el hijo del patrón! — dijo, con alegría. Ella pestañeó sin saber cómo sentirse, e intuitivamente, se llevó las manos a esa zona en donde crecía un nuevo ser. Alzó la vista. Sus ojos se empañaron de lágrimas. Una pequeña risita afloró de su garganta. — Estoy embarazada — se dijo a sí misma, sin poder de verdad creerlo. — ¡Sí, seño, está usted embarazada! ¡Va a tener al nuevo patroncito de la hacienda! — comentó, feliz, orgullosa. Era una buena noticia. La llegada de los bebés siempre lo era.
— Calioppe, responde — le exigió, contenido —. ¿Por qué te harías una prueba de embarazo? ¿Por qué saldría positiva? Su voz gruesa la paralizó por varios segundos. — Y-yo… — No, no titubees ahora, responde mi pregunta, es simple. ¿Por qué ha dado positiva esta prueba? Calioppe no comprendía esa actitud. Y sí, ella se había quedado tan sorprendida como él con el resultado, pero jamás se horrorizó de esa forma. Jamás pensó que fuese una noticia desagradable traer un hijo al mundo. ¡Un hijo de ambos! ¿Por qué parecía que él no…? Negó, ni siquiera quería pensarlo, no lo soportaría. — Yo me hice la prueba porque mi periodo no bajó este mes — respondió, tímida, nerviosa — Pero… quise esperar a contártelo porque podría ser un falso positivo. — ¡Lo tiene que ser! — exclamó sin preámbulos, mirándola como si de pronto le hubiesen salido dos cabezas — ¡Tú no puedes estar embarazada! Calioppe parpadeó, aturdida. — Pero podría estarlo. — No, es imposible — negó con la cabeza, miró la vari
La noche llegó, y junto a ella, una lluvia torrencial. Nick y Calioppe evitaron verse todo el día. Cada uno sufriendo en silencio, a solas. El brasileño de Villa Dos Santos, desde que se encerró en el despacho, no atendió ni siquiera el llamado urgente de su capataz. Por su lado, la joven e inocente esposa, no había dejado de sentirse pequeña y sola, profundamente sola… aunque una parte de ella sabía no volvería a estarlo nunca más. — No te preocupes, pequeñito, yo te voy a cuidar con todo mi ser, y si nadie te quiere, yo tendré suficiente amor para los dos — musitó con una sonrisa triste mientras acariciaba su vientre. Varios golpecitos sobre la puerta la hicieron alzar la vista. Un instante después, Francisca asomó la cabeza. — ¿Puedo? — preguntó la muchacha con timidez. Ella asintió, invitándola con un gesto dulce para que se acercara — No quería molestarla, pero… como no ha comido nada hoy, pensé que quizás se le antojaba algo. Calioppe torció una triste sonrisa. — Gracias,
Dolor profundo sacudió el pecho de Calioppe. Nick salió rápido de la cama, buscando acercarse a su esposa. — ¡No te atrevas, Nicholas Dos Santos! — lo señaló, herida. — Calioppe, esto no es… — apretó los puños, desconcertado. No entendía que diablos estaba pasando. Miró a Romina — ¿Qué carajos haces en mi recámara? Romina lo miró con ojos de fingida inocencia. — ¿De qué hablas? Tú me lo pediste, Nick… dijiste que me necesitabas. — ¡No mientas! ¿Cómo… cómo diablos has podido? — ¡Nick, pero, si tú sabías que tarde o temprano tu esposa se enteraría de que nosotros...! — ¡Cállate! — rugió, histérico. Volvió la vista a Calioppe, pero ella tan solo negó con la cabeza, alzó el mentón, orgullosa, y salió de allí. No, no. ¡Mierd4! — ¡Calioppe! Francisca miró a Romina con los ojos entornados. — ¡Eres una descarada! — Tú cállate y ve a consolar a tu patroncita — le dijo a modo de burla. Calioppe no se detuvo, e iba a cerrar la puerta de la recámara cuando su marido se lo impidió. — ¡