Capítulo 5

Mi dormitorio era maravilloso, estaba decorado en tonos pastel y crema. Mi cama era inmensa, me perdería allí. Tenía las comodidades de cualquier ciudad grande. Tenía un televisor gigante, un equipo de música, un escritorio con una laptop, un mueble tocador, un sofá y un enorme ventanal. Había dos puertas juntas en una pared, entré a una y era una pieza clóset, no tenía mucha ropa, pero toda parecía hecha para mí, no sabía de dónde la habían sacado, de hecho, solo en ese momento, me di cuenta de que no había llevado equipaje, todas mis cosas se habían quedado en Santiago. Abrí la otra puerta y era el baño, entré, me lavé los dientes y me acosté. Ni siquiera tenía maquillaje, todo lo había dejado en Chile. Me coloqué un pijama que había encima de la cama y me acosté.

No sé cuánto dormiría, pero desperté con una pesadilla; tenía miedo de que me dejaran botada en ese país extraño.

Abrí los ojos, lloraba mientras intentaba convencerme de que, aunque Gabriel me quisiera fuera de sus vidas, Ángelo no lo permitiría.

De pronto, vi la sombra de un hombre parado en una esquina del cuarto. Intenté convencerme de que no era real, pero se movió, no en mi dirección, hacia un costado, pero no dejaba de mirarme. Tomé mi teléfono y apreté el SOS. El desconocido se acercó a mi cama, pero al momento en el que Gabriel golpeó, se metió a la pieza clóset y cuando él entró ya no había nada.

―¿Ángela? ―me habló bajito.

―Hay alguien aquí ―respondí, aterrada.

Gabriel encendió la luz y todo pareció volver a la normalidad.

―Aquí no hay nadie.

―Yo lo vi, te juro que lo vi.

―¿Qué viste?

―A un hombre parado allí, pude ver sus ojos. Se movió hacia allá y justo se acercó a mí cuando tú llegaste.

―Aquí no hay nadie, Ángela.

Gabriel entró al baño, a la pieza clóset, abrió las cortinas del ventanal...

―¿Lo ves? No hay nadie. ¿Quieres que revise debajo de tu cama para ver si allí se esconde tu fantasma?

―No te burles.

―Quizás estabas soñando ―dijo mientras salía hacia el balcón a mirar que no hubiera algún intruso.

―Sí, desperté con una pesadilla, pero no era de miedo, no de ese miedo, pero lo vi después, cuando ya estaba despierta.

Entró, cerró la ventana, la cortina y se giró para mirarme, yo estaba con la sábana hasta la barbilla, tenía mucho susto. Él suspiró y se acercó a la cama; se había enojado.

―A ver, niña. ―Se sentó en la cama―. Aquí no hay fantasmas.

―¿Y qué fue lo que vi?

―Tal vez algo producto de tu fértil imaginación.

―¡Yo lo vi!

―Claro, como viste que te apunté con un arma justo a la cabeza.

―Yo no dije eso ―protesté.

Él sonrió.

―Escucha, tienes que estar tranquila, no pasa nada, no hay nadie. No hay fantasmas, no hay ojos mirándote.

Yo cerré los ojos, avergonzada.

―Perdón por haberte despertado.

―No te preocupes, ¿quieres que me quede un rato contigo hasta que te duermas?

―No, es tarde y tú también tienes que descansar.

―Puedo hacerlo, no estaré tranquilo si tú no lo estás.

―¿Y de cuándo tan preocupado por mí?

―Siempre lo he estado.

―Pues no se te ha notado.

―¿Estás segura de que no?

Yo lo miré a los ojos, él me miraba inquisitivo.

―¿Estás segura de que no has notado mi preocupación? ¿No fui contigo a la clínica cuando enfermaste? ¿No te llevé a tu habitación en mis brazos al regresar?

―Sí, perdón, fue injusto lo que dije ―acepté con culpa, era cierto, él se había preocupado por mí, aunque fuera un poco hostil conmigo, eso no quitaba que igual hubiera buscado mi comodidad y seguridad.

―Eres mi hermanita, me preocupo por ti. Duerme, yo me quedaré contigo.

Bajó la sábana un poco para que me descubriera la cara.

―Te vas a ahogar si duermes con la cara tapada.

―Puedes irte, si quieres.

―No quiero. Duerme.

Yo cerré los ojos, pero no podía dormir con su mirada sobre mí. Me puse de lado, de espaldas a él, pero aun así, era imposible, sentía su mirada aunque no lo viera.

De pronto, sentí que se movió, que se salió de la cama, yo pensé que se iría, pero no, dio vuelta a la cama se sacó las pantuflas y se acostó a mi lado.

―¿Qué haces?

―No puedes dormir porque te estoy mirando y si me voy, no podrás dormir porque estás solas, así es que me acostaré a tu lado.

―¡No puedes hacer eso! ―protesté.

―¿Por qué no?

―Porque... porque...

―No haremos nada malo, no te voy a violar ni a seducir, como espero que tú tampoco lo hagas. ¿Cuál es el problema?

―¿Qué va a decir tu papá?

―Nuestro papá, querrás decir, y ¿qué va a decir? Nada. Entenderá cuando le digamos que tenías miedo y que me quedé a acompañarte. Ya, duerme, que a las ocho te toca tu remedio, nos queda poco más de una hora de sueño.

Gabriel pasó su brazo por encima de mi cintura.

―Buenas noches, hermanita.

Yo no contesté, si no podía dormir con él mirándome, mucho menos podría hacerlo con él abrazándome y sintiendo su cuerpo casi pegado al mío. Me equivoqué, en menos de cinco minutos me dormí, segura de que no aparecería ningún otro ser en mi habitación.

―¿¡Qué significa esto!? ―La voz de mi papá me despertó y abrí los ojos, estábamos abrazados con Gabriel, él estaba de medio lado y yo estaba con mi cabeza apoyada en su pecho. Yo abrí los ojos y miré a Gabriel, luego me volví y miré a mi papá, confundida. Todo eso en un par de segundos―. ¿Qué le hiciste a tu hermana?

―¡Nada, papá! Déjame explicarte.

Gabriel saltó de la cama y se paró frente a su papá.

―Ella me llamó como a las cinco porque tenía miedo. Había tenido una pesadilla y creyó ver que alguien la miraba. No se calmaba, me iba a quedar un rato, pero no se dormía, estaba muy alterada; decidí quedarme con ella, para ella fue real que hubo alguien aquí. No pasó nada más, míranos, estamos vestidos. Además, nos dormimos enseguida, ya a eso, eran casi las seis.

Ángelo me miró, yo estaba atemorizada, quizá decidiera echarme por seducir a su hijo.

―¿Te sientes mejor? ―me preguntó en un tono más calmado.

―Sí ―respondí en un hilo de voz.

―Ven aquí, mi princesa. ―Él me extendió los brazos, yo salí de la cama y lo abracé―. No quiero que nadie te haga daño, mi niña, ni siquiera mi hijo.

―Él solo me ayudó, no sabía qué hacer.

―Sí, lo sé, lo creo. Gabriel es un buen muchacho, pero no quiere enamorarse, ten cuidado ―me advirtió.

―Papá, estoy aquí ―reprochó Gabriel.

―Lo sé, Gabriel, no estoy diciendo ninguna mentira, ¿o sí?

―No, pero hablas cómo si yo la quisiera seducir para jugar con ella y nada más lejos de la verdad.

―Las actitudes pueden tomarse de una forma errónea, hijo, si no se aclaran al debido tiempo.

―Bueno, ya está aclarado. Yo no al pienso seducir y dudo que ella quiera enamorarme. Me voy a vestir, que se tome el medicamento, no se le vaya a olvidar. Permiso.

Gabriel salió de la habitación y yo me tomé el remedio que estaba en mi mesita de noche.

―¿Todo bien, hija?

―Sí, todo bien, lo siento, no quería causar problemas.

―No es tu culpa.

―Sí, lo es. Gabriel solo quiso ayudarme, además, yo no debí venir, yo no pertenezco aquí.

―Este es tu hogar, hija, del que nunca debiste salir.

―¿Qué dices? Yo nunca estuve aquí.

―Tu madre era cocinera aquí y se fue embarazada de ti. Por eso nunca pude encontrarla, no tenía idea de que se había ido tan lejos. Yo creí que volvería a su país de origen, México, pero no.

―¿Y aun así me quiere presentar en público? ¡Soy hija de la sirvienta!

―No, tú eres hija del amor de mi vida.

―Pero en su estatus social se fijan mucho en eso.

―Sí, quizá, pero no me importa

―Pero a mí sí, no quiero que enloden su nombre.

―¿Más de lo que está?

―¿Qué dice?

―Me acusan de abusar de muchachas sirvientas, dicen que yo me aprovecho de mi posición para someterlas a mis más bajos deseos.

―¿Y es cierto?

―No.

―Entonces, con mayor razón, creerán que usted abusó de mi mamá y la abandonó.

―No fue así.

―Yo lo sé, pero nadie más lo sabe.

―¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que reniegue de ti?

―Podría quedar como un secreto familiar, ustedes están acostumbrados a esas cosas.

Ángelo sonrió.

―Eres una chica muy buena, mi niña.

―No, solo soy alguien a quien no le gustan los sacrificios si no son necesarios, al final, no sirven para nada.

―No sería un sacrificio para mí.

―Sí, sería un daño a su imagen, incluso podrían, no sé, llevarlo preso, dejarlo sin nada, no vale la pena.

―¿Y qué diremos de tu presencia aquí?

―¿Por qué no lo conversamos abajo? ―le pregunté―. Me está dando frío y hambre.

―Sí, sí, perdón, hija. Te esperamos en el comedor.

Mi papá salió y yo me metí a la ducha. Me vestí y bajé. Me hubiera maquillado, pero no tenía mi maquillaje allí. No me costó llegar al comedor y me alegré, no me había perdido.

―Buenos días, hermanita ―me saludó David con su afabilidad de siempre, se levantó y me dio un beso en la mejilla.

―Hola, David, ¿cómo estás?

―Yo bien, ¿y tú?, ¿dormiste bien?

―Sí...

―Sí... Como que no estás muy convencida. ―Yo lo miré, no sabía si decirle lo que había pasado―. Parece que hubieras visto un fantasma ―bromeó, pero yo no me reí.

―Tuvo pesadillas anoche, hijo, déjala tranquila.

―No la estoy molestando, no soy Gabriel ―replicó.

―Y jamás podrías igualarme, hermanito ―dijo el aludido mientras se acercaba a la mesa―, pero ahora en qué.

―Papá creyó que me estaba burlando de Angela ―respondió David sin dejar su buen humor―, pero nadie como tú para eso.

Gabriel solo hizo un ruido con la boca y un gesto de desagrado antes de sentarse sin contestar.

―Parece que alguien durmió mal ―se burló el menor de los hermanos.

―No molestes, ¿quieres? Me duele la cabeza ―replicó el otro.

―¿Y eso, hermanito? A ti nunca te duele la cabeza.

―No dormí muy bien ―indicó con su mirada clavada en mí, había sido mi culpa, yo bajé la cabeza.

―Angelita tampoco durmió bien, parece que los fantasmas anoche estuvieron de fiesta.

―No digas tonterías ―lo reprendió papá.

―¡Son bromas! Parece que todos amanecieron de mal humor.

―No es mal humor, hijo, pero tu hermana tuvo pesadillas y sintió que había alguien en su habitación, apenas pudo dormir.

―¿Y eso? Qué mal, debiste llamarnos.

―Me llamó a mí, envió un mensaje SOS.

―¿Y por qué a ti?

―Porque ustedes no le han dado sus números.

―Ah, es cierto, y tú sí.

―Por supuesto, aquí solo nos tiene a nosotros.

―Podrías haberle compartidos nuestros contactos.

―Ustedes son los que deciden si le dan sus números o no, no es una decisión que debo tomar yo por ustedes.

―Ya, pero no te enojes. Parece que tienes los nervios de punta.

―No molestes.

―¿En realidad solo eso pasó? Parece que vinieran de un funeral.

―Angela no quiere que la reconozca como mi hija.

―¿Y eso? ¿No quieres ser nuestra hermanita?

―No es eso, es que creo que el papá tiene suficientes problemas como para agregarle uno más. Si saben que soy la hija de una exempleada de esta casa , lo destrozarán.

―Muy noble de tu parte, querida hermanita ―intervino Gabriel, se notaba muy enojado―. Dos cosas: uno, ¿de verdad crees que le harás más daño? Tal vez sería al revés si se sabe que sí tuvo un romance con una sirvienta y que no fue violación, y dos, ¿cómo excusaremos tu presencia en esta casa? Muy pronto comenzarán las habladurías, una niña viviendo con tres hombres, ¿qué crees que dirá la prensa? Dudo que sean indulgentes y lo dejen pasar. Te investigarán, llegarán hasta tus secretos más profundos, ¿cuánto crees que se tardarán en descubrir que tu madre fue una sirvienta de nuestro padre? Así. ―Chasqueó los dedos―. En un segundo descubrirán quién eres y qué haces aquí.

Yo me hice pequeña ante la rudeza de Gabriel.

―Si quieres hacernos un favor y cuidar las espaldas de mi padre, lo mejor que puedes hacer es callarte y obedecer.

―¡Gabriel! ―lo censuró su padre.

―¿Qué? Es verdad, ella no sabe cómo funcionan las cosas aquí.

―Pero no es para que la trates así.

―No he dicho más que lo obvio, ella no sabe nada.

―Lo sabría si me lo explicaran ―repliqué en tono molesto, creían que yo no estaba allí.

―No quiero discutir ―dijo Ángelo.

―Lo siento ―respondió Gabriel.

―Pues yo no, quiero que me expliquen lo que pasa y qué pinto yo en todo esto, porque estoy segura de que no estoy aquí por ser su amada hija o su querida hermanita. No. Ustedes tienen algo más en mente y quiero saber qué es. Ahora.

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