―Papá, no sé qué hacer ―le reclamó Ángela a su padre un día cuando volvió del trabajo.
―¿Qué pasa, hija?
―Eso, que no sé qué hacer, estoy perdida en la vida.
―A ver, mi amor, siéntate y explícame porque no estoy entendiendo nada de lo que me dices. ¿Quieres un café?
―Ya.
Ángela se sentó en el sofá y esperó a que su padre le llevara la taza y se sentara junto a ella.
―Ya, mi niña, ¿qué pasa?
―Han pasado más de cinco meses desde que todo está normal, pero yo no logro decidir qué quiero hacer con mi vida, estoy estudiando inglés y me va bien, también me están enseñando etiqueta para presentarme en lugares públicos, pero no sé qué más voy a hacer, se me está pasando el tiempo y no sé
Gabriel no sabía si arrepentirse o no de no haberse quedado con Ángela. Quería que ella estuviera segura y, por qué no decirlo, él también. No era por falta de amor, al contrario, solo que, tal como le dijo su papá, él continuaba con sus problemas de culpabilidad, sentía que no la merecía y no podía darle esa clase de inseguridad, eso sí que ella no lo merecía, así como él quería una mujer plena en su cama, Ángela merecía un hombre pleno en su vida.Su terapeuta le había dicho que le escribiera una carta a su verdadero padre, eso al principio de la terapia, no obstante, él no había sido capaz de hacerlo, por lo que aquello no estaba resuelto, era el tema más difícil para él y el que le daba más problemas, pues todos sus temas de culpa y de inseguridad se los había transmitido ese hom
Unas noches después, se reunieron para la cena y cada uno contó su día, como era habitual. Ángela habló de los preparativos de Navidad; David habló de sus nuevos cuadros y de su próxima exhibición; José contó algo de su día y de lo bien que progresaba su inglés, pues ya era casi fluido, Gabriel dijo poco, pues no tenía nada que contar, lo mismo Ángelo, para ellos era una rutina todo.Tras la cena, volvieron a quedar solos Gabriel y Ángela, este la invitó a caminar por los alrededores, a lo cual la joven aceptó, pero justo antes de salir, se largó un aguacero infernal. Se miraron y rieron.―Alguien no quiere que salgamos ―dijo Gabriel.―A lo mejor, quiere que vayamos a otro lado, a uno más íntimo.Gabriel la tomó de las caderas y la pegó a las suyas.―¿Y dónde serí
Llegaron al castillo cerca de las cuatro de la mañana, estaban cansados, pero la fiesta había sido un éxito, solo el grupo de las amigas de Hanna se comportaron de mala forma, criticaron a Ángela, la que fue defendida por la mayoría de los presentes, por lo que Gabriel se quedó tranquilo, entendió que nadie le quería hacer daño.Gabriel y Ángela se fueron al dormitorio de él, ya no se separarían, no tenían razón, contaban con la aprobación de su padre, además, en poco tiempo, serían marido y mujer, aunque él no se lo pediría, esperaría a que ella estuviera segura de dar ese paso; aunque, para ser franco consigo mismo, temía que él solo fuera el amor de juventud de Ángela. Él ya tenía veintinueve años y ella solo veinte, para él, ella era el amor de su vida, pero para ella, tal
Aquella noche, Ángela se sintió mal, le dio un mareo y se le revolvió el estómago. Se levantó al baño, apurada, Gabriel la siguió.―¿Te sientes mejor? ―le dijo cuando ella terminó de vomitar.―Sí, no debiste entrar conmigo.―No digas eso, darling, quiero ayudarte. ¿Te sientes mejor?―No sé, me siento muy cansada y siento como una leve molestia en la cabeza.―Mañana te llevaré al médico.―No hace falta, debe haber sido algo que comí, o los nervios del juicio.―Puede ser, pero igual me gustaría que te viera un médico, si estás recayendo o algo te pasa, debemos saberlo.―Bueno, si te deja más tranquilo, iremos mañana a la clínica.Gabriel apenas durmió esa noche, estaba preocupado por Ángela, le habían salido negras ojeras de la nada y se
Los preparativos de la boda se llevaron a cabo sin ningún contratiempo. Las chicas de Lisa hicieron todo a la perfección y con mucho entusiasmo.El día del matrimonio asistió mucha gente, gente de la realeza, empresarios y la familia de José que viajó desde Chile para el gran evento.Los meseros se movían con gran agilidad por todo el recinto y no había ni una copa vacía ni nadie sin atención. Tras la cena, varios meseros desaparecieron. Alec lo notó y llamó a sus hombres, debían redoblar la guardia, algo estaba pasando y tenían que estar preparados.Ángela se dio cuenta de que Lisa estaba desesperada, se acercó a ella.―¿Qué pasa?―No lo sé, señorita, varios de los meseros desaparecieron y no sé dónde se metieron, están dejando a la gente sin servicio, los que quedaron, no da
Ángela se quedó pensativa, tanto trabajo y sacrificio para que esa mujer arruinara su día, pero no se lo permitiría.―¿Y no podemos seguir la fiesta? No me esforcé para nada. Me cambio el vestido y seguimos, no voy a permitir que esa idiota eche a perder mi día.―Se podría ―respondió Alec―, claro que vendrá la policía y serán llamados a declarar.―Que declaren, solo será un momento con cada uno, al final, al parecer nadie vio nada.―Es cierto. Contigo se tardarán más.―A mí que me interroguen al final, así podré atender a los invitados.―No pareces muy conmocionada ―le dijo Gabriel.―¿Debería estar llorando y gritando? Sí, esa mujer me quería matar a mí y a mi hijo, pero no lo logró y, en vez de estar llorando, tengo que estar agradecida de que sigo viva,
Gabriel y Ángela se fueron a un hotel donde esperarían su vuelo para viajar a Sudamérica. Ángela se sentó en el borde de la cama y se dobló en dos.―¿Qué pasa, darling?―Me duele.―¿Qué te duele?―El vientre.―Espera, llamaré al médico del hotel.Lo hizo y en pocos minutos llegó el doctor y le explicaron lo sucedido, incluso lo ocurrido en la fiesta. En tanto hacían eso, Ángela comenzó a sangrar.―Debe acostarse, le sugiero que llame a su obstetra, deben realizar una ecografía para corroborar que todo esté bien, el sometimiento a un estrés tan fuerte puede provocar problemas en los embarazos.―Pero ella estaba bien, doctor.―Sí, quizá la adrenalina la tenía muy alta y eso impidió que pudiera darse cuenta de que no estaba todo lo bien que pensaba.
Los meses pasaron y una mañana, me desperté con un fuerte dolor en mi vientre. Ya tenía las treinta y ocho semanas, así que podía tener al bebé. Claro que jamás imaginé el dolor que eso significaba. Aun así, fue un parto normal, sin contratiempos. Había hecho reposo todo el embarazo y mis cuidados y los controles, permitieron que mi niña se desarrollara sin problemas. Abigail nació a las doce y media del día, una hermosa niña de tres kilos y medio y cincuenta centímetros de alto. Era muy despierta y sonriente, casi no lloraba. Tenía los ojos de su padre. ―Es una niña feliz ―me comentó mi padre cuando la niña llegó a casa―. Sabe que es muy amada. ―Sí, papá, es una niña amada por todos, crecerá rodeada de amor. ―Te amo, hija, gracias por este hermoso regalo, conocerte es lo más bello que me ha pasado en la vida. ―Te amo, papi, gracias por haberme buscado, no sé qué habría hecho en Chile sola, sinceramente, no creo que hubiera sopo