Llegaron al castillo cerca de las cuatro de la mañana, estaban cansados, pero la fiesta había sido un éxito, solo el grupo de las amigas de Hanna se comportaron de mala forma, criticaron a Ángela, la que fue defendida por la mayoría de los presentes, por lo que Gabriel se quedó tranquilo, entendió que nadie le quería hacer daño.
Gabriel y Ángela se fueron al dormitorio de él, ya no se separarían, no tenían razón, contaban con la aprobación de su padre, además, en poco tiempo, serían marido y mujer, aunque él no se lo pediría, esperaría a que ella estuviera segura de dar ese paso; aunque, para ser franco consigo mismo, temía que él solo fuera el amor de juventud de Ángela. Él ya tenía veintinueve años y ella solo veinte, para él, ella era el amor de su vida, pero para ella, tal
Aquella noche, Ángela se sintió mal, le dio un mareo y se le revolvió el estómago. Se levantó al baño, apurada, Gabriel la siguió.―¿Te sientes mejor? ―le dijo cuando ella terminó de vomitar.―Sí, no debiste entrar conmigo.―No digas eso, darling, quiero ayudarte. ¿Te sientes mejor?―No sé, me siento muy cansada y siento como una leve molestia en la cabeza.―Mañana te llevaré al médico.―No hace falta, debe haber sido algo que comí, o los nervios del juicio.―Puede ser, pero igual me gustaría que te viera un médico, si estás recayendo o algo te pasa, debemos saberlo.―Bueno, si te deja más tranquilo, iremos mañana a la clínica.Gabriel apenas durmió esa noche, estaba preocupado por Ángela, le habían salido negras ojeras de la nada y se
Los preparativos de la boda se llevaron a cabo sin ningún contratiempo. Las chicas de Lisa hicieron todo a la perfección y con mucho entusiasmo.El día del matrimonio asistió mucha gente, gente de la realeza, empresarios y la familia de José que viajó desde Chile para el gran evento.Los meseros se movían con gran agilidad por todo el recinto y no había ni una copa vacía ni nadie sin atención. Tras la cena, varios meseros desaparecieron. Alec lo notó y llamó a sus hombres, debían redoblar la guardia, algo estaba pasando y tenían que estar preparados.Ángela se dio cuenta de que Lisa estaba desesperada, se acercó a ella.―¿Qué pasa?―No lo sé, señorita, varios de los meseros desaparecieron y no sé dónde se metieron, están dejando a la gente sin servicio, los que quedaron, no da
Ángela se quedó pensativa, tanto trabajo y sacrificio para que esa mujer arruinara su día, pero no se lo permitiría.―¿Y no podemos seguir la fiesta? No me esforcé para nada. Me cambio el vestido y seguimos, no voy a permitir que esa idiota eche a perder mi día.―Se podría ―respondió Alec―, claro que vendrá la policía y serán llamados a declarar.―Que declaren, solo será un momento con cada uno, al final, al parecer nadie vio nada.―Es cierto. Contigo se tardarán más.―A mí que me interroguen al final, así podré atender a los invitados.―No pareces muy conmocionada ―le dijo Gabriel.―¿Debería estar llorando y gritando? Sí, esa mujer me quería matar a mí y a mi hijo, pero no lo logró y, en vez de estar llorando, tengo que estar agradecida de que sigo viva,
Gabriel y Ángela se fueron a un hotel donde esperarían su vuelo para viajar a Sudamérica. Ángela se sentó en el borde de la cama y se dobló en dos.―¿Qué pasa, darling?―Me duele.―¿Qué te duele?―El vientre.―Espera, llamaré al médico del hotel.Lo hizo y en pocos minutos llegó el doctor y le explicaron lo sucedido, incluso lo ocurrido en la fiesta. En tanto hacían eso, Ángela comenzó a sangrar.―Debe acostarse, le sugiero que llame a su obstetra, deben realizar una ecografía para corroborar que todo esté bien, el sometimiento a un estrés tan fuerte puede provocar problemas en los embarazos.―Pero ella estaba bien, doctor.―Sí, quizá la adrenalina la tenía muy alta y eso impidió que pudiera darse cuenta de que no estaba todo lo bien que pensaba.
Los meses pasaron y una mañana, me desperté con un fuerte dolor en mi vientre. Ya tenía las treinta y ocho semanas, así que podía tener al bebé. Claro que jamás imaginé el dolor que eso significaba. Aun así, fue un parto normal, sin contratiempos. Había hecho reposo todo el embarazo y mis cuidados y los controles, permitieron que mi niña se desarrollara sin problemas. Abigail nació a las doce y media del día, una hermosa niña de tres kilos y medio y cincuenta centímetros de alto. Era muy despierta y sonriente, casi no lloraba. Tenía los ojos de su padre. ―Es una niña feliz ―me comentó mi padre cuando la niña llegó a casa―. Sabe que es muy amada. ―Sí, papá, es una niña amada por todos, crecerá rodeada de amor. ―Te amo, hija, gracias por este hermoso regalo, conocerte es lo más bello que me ha pasado en la vida. ―Te amo, papi, gracias por haberme buscado, no sé qué habría hecho en Chile sola, sinceramente, no creo que hubiera sopo
Avancé con paso vacilante al notar que alguien me seguía. A pesar de la gente que circulaba en ese momento por esa transitada calle, estaba segura de que ese hombre iba detrás de mí. ¿Sería posible? Quizá no era más que el fruto de mi imaginación, de tantos tiempo casi sin dormir.Alenté un poco mi andar e intenté relajarme. Era imposible que alguien me siguiera a las dos de la tarde en tan concurrida avenida. Miré hacia atrás y vi a ese hombre que me miraba con una expresión extraña, parecía asqueado. Seguí avanzando, ya faltaba poco para entrar al edifico donde trabajaba. Solo unos pasos más y estaría a salvo. Volví a mirar hacia atrás y ya no estaba. Lo busqué con la mirada por todas partes, pero no se veía. No era un hombre que pasara desapercibido, claramente no era chileno, era rubio y medía
El hombre me tomó la mano con una de las suyas y con la otra acarició mi mejilla.―No me tengas miedo, por favor, jamás te haría daño, no a propósito, al menos ―me aseguró.―Es que...―Ya te dije que no quiero hacerte daño, solo quiero hablar, aclarar ciertos temas.Yo hice un puchero y me tapé la cara con las manos, no quería que ese hombre me viera llorar.―Niña, mi pequeña..., no llores. Ven acá. ―El hombre me pegó a su pecho de modo paternal y me dejó llorar―. No debes temer, mi pequeña, nada malo te pasará.―Es que... ―hipé, pero no pude continuar.―Ya, pequeña, tranquila, estás segura aquí.―Mi mamá...―¿Qué pasa con ella? ¿Te espera? ―me preguntó sorprendido.―No. ―Volví a llorar con más fuerza.<
Pese al impasse, disfruté de la comida. David era muy parlanchín y alegre, por lo que me acoplé de inmediato a su carácter y nos contamos anécdotas de niños. Gabriel parecía ajeno a la conversación y Ángelo parecía disfrutar mucho de la charla.Al finalizar, mi padre nos invitó al bajativo en la sala.―¿Qué quieres beber, hija?―No sé, yo nunca tomo alcohol.―¿Te gusta algo?―La menta podría gustarle, papá ―dijo Gabriel.―Tienes razón.Me sirvió un vasito de menta y me lo extendió, le di un sorbo y arrugué toda mi cara.―Está rico, pero fuerte ―dije algo atorada.David se largó a reír.―Menos mal que no estábamos en una fiesta de gala. Tendrás que acostumbrarte, no puedes poner esa cara cuando te sirvan un trago ―se burl&