El hombre me tomó la mano con una de las suyas y con la otra acarició mi mejilla.
―No me tengas miedo, por favor, jamás te haría daño, no a propósito, al menos ―me aseguró.
―Es que...
―Ya te dije que no quiero hacerte daño, solo quiero hablar, aclarar ciertos temas.
Yo hice un puchero y me tapé la cara con las manos, no quería que ese hombre me viera llorar.
―Niña, mi pequeña..., no llores. Ven acá. ―El hombre me pegó a su pecho de modo paternal y me dejó llorar―. No debes temer, mi pequeña, nada malo te pasará.
―Es que... ―hipé, pero no pude continuar.
―Ya, pequeña, tranquila, estás segura aquí.
―Mi mamá...
―¿Qué pasa con ella? ¿Te espera? ―me preguntó sorprendido.
―No. ―Volví a llorar con más fuerza.
―¿Tienes miedo a que nadie te extrañe? ―Me quitó las manos de la cara para mirarme.
Yo asentí con la cabeza, nadie me extrañaría si no hasta cuatro días después, cuando me tocara entrar de nuevo a mi turno en mi trabajo. Después, me di cuenta de que debí decir que sí alguien me buscaría y llamarían a la policía, pero no sabía mentir.
Él me tomó de los hombros y me llevó al sofá, él se sentó a mi lado y acunó mi rostro con sus manos.
―Ya te dije que nada malo te pasará, si te hice traer así, de esta forma, fue porque no tenía otro modo de acercarme a ti y no tengo mucho tiempo, pasado mañana debo irme de tu país y no sé cuándo pueda volver.
―Podría haberme citado a un café.
―¿Un café? ¿Viste la cantidad de periodistas que hay apostados afuera?
Yo negué con la cabeza, no había visto a nadie fuera de la casa, sí como a tres cuadras de allí, lo miré interrogante.
―Sí, ese mismo montón de gente que viste a unas cuadras ―me respondió como si adivinara mis pensamientos―, son periodistas que buscan una exclusiva.
―Pero no estaban fuera de su casa.
―Hasta ahí llega esta casa.
―¿Se da cuenta? ¿Qué podríamos tener en común un hombre que tiene una población entera como casa y yo, que vivo en una casa de población?
―No lo sabrás hasta que me escuches.
―Hable.
―¿Quieres una bebida, un café? ―me preguntó nervioso y una sombra de miedo pasó por sus ojos verdes.
―No, gracias.
―¿Segura?
―Segura. Usted me hizo traer aquí para hablar. Hable.
―Ángela Méndez Méndez, llevas los dos apellidos de tu madre.
―Sí, porque mi padre fue un cobarde que huyó cuando supo que ella estaba embarazada.
―¿Eso te dijo tu madre?
―¿Me va a decir que no fue así y que mi madre quedó sola porque quiso?
―Hay cosas que no sabes.
―No va a venir a hablar por ella cuando ya no está ―repliqué enojada, ella nunca me habló mal de mi papá, siempre quiso protegerme.
―No quiero hablar mal de tu madre, pero las cosas no son como te dijo.
―¿Y cómo son si se puede saber?
El hombre suspiró.
―Nada de lo que yo te pueda decir servirá para que me creas, pero quizá, si lo lees de su puño y letra, creas que lo que te voy a decir es cierto.
El desconocido se levantó y sacó de su escritorio una carta que me entregó.
12 de abril de 2021
Ángelo, no sabes cómo me cuesta escribir esta carta, no es fácil para mí después de tantos años y tanta distancia.
Me queda poco tiempo, ya los doctores solo esperan el desenlace; pero no puedo irme de este mundo sin que sepas la verdad: tienes una hija, tenemos una hija. Sí, de nuestro breve amor nació Ángela, mi pequeña, la luz de mis ojos. Nunca te lo dije para no causarte problemas y me hice cargo sola, pero ahora que no estaré, no quiero que se quede sola, no tiene a nadie más en el mundo. Mis padres nunca me volvieron a hablar después de que quedé embarazada, así es que mi niña quedará desamparada. Por favor, nunca te he pedido nada, pero esta vez sí necesito acudir a ti para cuidar de ella.
Te envío sus dato y dónde puedes encontrarla.
Siempre te amé, el recuerdo de nuestro amor lo guardé siempre como un tesoro y fue lo que me sostuvo en todos mis malos momentos.
Por siempre tuya,
Rosario.
Terminé de leer la carta y miré al hombre.
―¿Usted es mi padre?
―Sí, entiendo que tu madre te haya hablado mal de mí...
―No lo hizo ―lo interrumpí con firmeza―. Ella siempre me dijo que yo había nacido de un gran amor imposible, fui yo la que creí que me mentía para salvaguardar mi mente y corazón y que en realidad mi papá la había abandonado a su suerte.
―Jamás la abandoné, al contrario, yo hubiese renunciado a todo por ella, pero ella me dejó, me dijo que ya no me amaba y yo... ―Tragó saliva para retener el llanto―. De ahí en más, me convertí en un playboy, al menos por un tiempo, luego me centré y me casé, pero jamás olvidé a tu madre y ahora que me enteré de que tuvimos una hija... Créeme que quise matarla por haberme ocultado algo tan importante, por haberme impedido verte crecer, acompañarte en estos días tan dolorosos para ti; pero ya nada se puede hacer, lo hecho, hecho está, llorar sobre la leche derramada nunca condujo a nada. Por eso te hice traer, porque eres mi hija y te mereces una mejor vida que la que has llevado hasta ahora; te mereces todo lo que yo tengo, estudiar, viajar, no ser una barrendera, sin desmerecer, que es un trabajo muy digno, pero tú puedes ser más que eso.
―¿Y para eso tuvo que secuestrarme?
―Creí que Gabriel no había usado la fuerza, le advertí...
―No la usó, pero de todos modos, me sentí intimidada.
―El problema es que hay toda una horda de periodistas, ellos suponen que estoy aquí, ni siquiera lo tienen confirmado, ¿te imaginas si hubiese salido a buscarte? Mañana estarías en las primeras planas de los diarios y no como mi hija, precisamente, si no que como una cazafortunas, jamás creerían otra versión. ―No supe qué contestar a eso―. Además, si te hubiese escrito una nota diciéndote que era tu papá y que quería conocerte y hablar contigo, ¿me hubieras aceptado?
―No ―acepté con sinceridad.
―¿Lo ves? El único modo que me quedaba era traerte hasta aquí para conversar contigo y en el único que podía confiar para hacer eso es mi hijo.
―¿Ese hombre es su hijo? ―pregunté sorprendida, ¿no lo había llamado jefe? Entonces entendí el intercambio de miradas.
―En realidad, es mi hijastro, es hijo de mi esposa.
―Esposa. A ver... ¿Usted cree que ella va a aceptar así como así a la hija de otra mujer? Es más, ¿usted cree que va a aceptar a alguien que le puede quitar parte de la herencia a sus hijos?
―A ella la perdí hace cinco años en un accidente ―me dijo con tristeza.
―Lo siento, no sabía. ―Me sentí como una estúpida malcriada.
―No tenías por qué saberlo. ―Silencio por largos segundos―. ¿Quieres tomar algo?
―Ahora sí le acepto un café.
Ángelo, mi padre, pidió dos cafés por un intercomunicador y luego se volvió hacia mí de nuevo.
―Ya vienen ―me indicó.
―Gracias.
Me quedé pensando, ¿cómo era posible que ese hombre tan guapo, tan millonario y de otro país se enamorara de mi madre? No es que ella no fuera bonita, porque sí lo era, hasta el último de sus días fue una mujer hermosa, pero era una mexicana baja, igual que yo, de piel trigueña y ojos cafés, nada del otro mundo, no para hombres como Ángelo, que debía estar acostumbrado a mujeres de metro ochenta y curvas despampanantes. Bueno, yo, definitivamente, había salido a mi mamá. Pequeña, medía menos de un metro sesenta; piel trigueña, aunque los ojos son los de mi padre, verdes; delgada, no tenía curvas pronunciadas ni porte elegante. ¿Qué haría yo con esa familia? No encajaba bajo ningún punto de vista, quizá por eso mi mamá huyó, porque no era parte de ese mundo y jamás lo sería.
―Ángela... ―me habló mi papá―, aquí está tu café.
Estaba tan metida en mis pensamientos que no me di cuenta de que había pasado el rato. Lo recibí y bebí un sorbo, estaba delicioso, ese no era del café de tarro que yo tomaba a diario. Se notaba que era un café elegante, como ellos. Yo ni siquiera sabía comer con más de un servicio, solo los haría pasar vergüenza y yo también quedaría en ridículo. ¿Por qué mi mamá nunca me dijo de ellos? Ella me decía que mi papá era el hombre más maravilloso que podía existir, caballero, romántico, fiel... Que él nunca quiso dejarnos, que por él, nos hubiera seguido al fin del mundo, pero que ella jamás habría permitido que él lo dejara todo por nosotras, que ella no le arruinaría la vida de ese modo. Lo que nunca me dijo fue quién era ese hombre tan misterioso y fuera de serie.
―Ángela, dime algo, por favor ―me rogó mi padre, agachado frente a mí.
Yo lo miré, me había quedado pegada al parecer.
―Es que... recuerdo todo lo que mi mamá me decía de mi papá y yo no le creía nada, pensaba que, si él era tan bueno como ella me decía, no me habría dejado botada. Ahora veo que usted ni siquiera lo sabía.
―De haberlo sabido, jamás te hubiera abandonado.
―Y ahora quiere hacerse cargo de mí.
―Yo sé que eres una mujer adulta, pero si me permites, sí quiero hacerme cargo de ti, cubrir tus necesidades, no solo las económicas.
―Es tan extraño esto, ¿cómo sé que no es un engaño?
―Lo sabes, acabas de leer la carta de tu madre, además, ¿qué ganaría yo con engañarte con algo así?
Me encogí de hombros, la verdad era que ellos no ganaban nada. De pronto, recordé la carta que me había dejado mi mamá y que no me había animado a leer.
―¿Qué pasa, hija? ―Mi cara no podía mentir.
―Ella me dejó una carta.
―¿Una carta?
―La tengo en mi mochila, pero su hijo me la quitó.
―Tu mochila está allí ―me indicó un perchero, me levanté y la tomé, busqué dentro de ella la carta, la abrí y la leí en voz alta.
Hija mía:
No sabes cuándo siento dejarte sola, yo hubiera dado todo por quedarme más tiempo contigo, pero las cosas son así y no se pueden cambiar.
Hija, préstame atención, siempre te hablé de tu padre, él es un buen hombre y si sigue siendo el mismo estoy segura de que te buscará. Yo nunca le dije que me había embarazado, nunca supo de tu existencia, cuando lo conozcas te darás cuenta por qué. Él tenía obligaciones que no podía dejar por nosotras, yo jamás se lo hubiera permitido, no habría sido justo que dejara todo por mí si desde que lo conocí y me enamoré sabía que era un amor prohibido que duraría solo un tiempo. No fue su culpa.
Sé que te buscará, recíbelo y habla con él, estoy segura de que se querrán mucho y él velará por ti, como yo ya no podré hacerlo.
Cerré los ojos y apreté la carta contra mi pecho. Con eso ya era suficiente. Ese hombre era mi padre.
―¿Te queda alguna duda? ―me preguntó Ángelo.
―No. ¿Y a usted?
―Ninguna.
―¿No me pedirá un examen de ADN?
―Por supuesto que no, estoy seguro de que eres mi hija, tienes mis ojos ―me dijo con una sonrisa.
―Solo tengo una duda...
―¿Qué cosa?
―Su hijo... Que ni sé cómo se pronuncia su nombre, él no parece muy contento con mi aparición.
―¿Por qué lo dices? ¿Te dijo algo?
―No, pero creo que no le caigo muy bien, además, ninguno de los dos nos comportamos muy bien camino para acá.
―Para serte sincero, no sé si tú eres de su agrado o no, no es fácil saberlo con un hombre como él, sabe guardar muy bien sus emociones, lo que sé es que no se molestó al saber que tenía una hermanita menor, legal al menos. Si quieres le preguntamos.
―No, no, no...
Él sonrió divertido.
―¿Le tienes miedo? Quizás a ti no te agradó.
―Sí, te tengo miedo ―confesé―, aunque no fue brusco ni violento... me intimidó.
―Sí, Gabriel suele dar esa impresión, pero ya lo conocerás mejor y te darás cuenta de que es un buen muchacho.
Tocaron a la puerta.
―Pase.
―Señor, la cena está servida ―dijo una empleada.
―Gracias, María, vamos enseguida. ―La mujer salió y Ángelo me miró―. ¿Tienes hambre?
―La verdad es que sí.
―Vamos.
Me tomó del codo y me guio a un lindo comedor. Allí se encontraba el hombre de nombre raro y otro hombre, parecía más joven que mi nuevo hermano, aunque ambos se parecían demasiado.
―Hijos, les presento a Angela, ella es su nueva hermana, espero que la traten como la merece.
Mi hermano de nombre raro hizo un gesto de desagrado.
―Hola, hermanita, yo soy David ―me saludó el más joven, tenía un aspecto más juvenil y relajado que su hermano.
―Hola, David. ―No creo que lo haya pronunciado bien.
―Nosotros ya nos conocemos ―dijo el mayor de los hermanos.
―Sí, aunque no nos saludamos.
―Yo la saludé, fue usted la que no lo hizo.
―Buenas noches, entonces.
Él me mostró sus perfectos dientes en una cínica sonrisa.
―Siéntate, querida ―me dijo Ángelo.
―Gracias... ―Iba a decir papá, pero me contuve, solo lo habría hecho para molestar a ese hombre que parecía nada a gusto con mi presencia.
Pese al impasse, disfruté de la comida. David era muy parlanchín y alegre, por lo que me acoplé de inmediato a su carácter y nos contamos anécdotas de niños. Gabriel parecía ajeno a la conversación y Ángelo parecía disfrutar mucho de la charla.Al finalizar, mi padre nos invitó al bajativo en la sala.―¿Qué quieres beber, hija?―No sé, yo nunca tomo alcohol.―¿Te gusta algo?―La menta podría gustarle, papá ―dijo Gabriel.―Tienes razón.Me sirvió un vasito de menta y me lo extendió, le di un sorbo y arrugué toda mi cara.―Está rico, pero fuerte ―dije algo atorada.David se largó a reír.―Menos mal que no estábamos en una fiesta de gala. Tendrás que acostumbrarte, no puedes poner esa cara cuando te sirvan un trago ―se burl&
Hubiese querido discutir, pero no me sentía bien, estaba mareada y sentía que me había drogado. Cerré los ojos y creo que me dormí, porque cuando desperté iba en los brazos de Gabriel, no dije nada, acomodé mi cabeza en su hombro y sentí su exquisito aroma; solté un gemido.―¿Te duele algo? ―me preguntó en un susurro.―No ―respondí, pero de inmediato me di cuenta del por qué me preguntó―. No me siento bien ―agregué, no podía decirle que no había sido un quejido, precisamente.―Ya estarás en tu cama y allí te quedarás.―¿Y papá?―Ya vendrá a verte, está arreglando unos asuntos.―¿De verdad me tengo que ir con ustedes?―No te vamos a dejar sola aquí con el riesgo de que te suicides.―¡No me voy a matar! ―protesté.―Sh
Mi dormitorio era maravilloso, estaba decorado en tonos pastel y crema. Mi cama era inmensa, me perdería allí. Tenía las comodidades de cualquier ciudad grande. Tenía un televisor gigante, un equipo de música, un escritorio con una laptop, un mueble tocador, un sofá y un enorme ventanal. Había dos puertas juntas en una pared, entré a una y era una pieza clóset, no tenía mucha ropa, pero toda parecía hecha para mí, no sabía de dónde la habían sacado, de hecho, solo en ese momento, me di cuenta de que no había llevado equipaje, todas mis cosas se habían quedado en Santiago. Abrí la otra puerta y era el baño, entré, me lavé los dientes y me acosté. Ni siquiera tenía maquillaje, todo lo había dejado en Chile. Me coloqué un pijama que había encima de la cama y me acosté.No s&eacut
Gabriel me miró con sorpresa, creo que no se esperaba mi reacción.―¿Estás segura de que eres capaz de soportar toda la verdad? Te recuerdo que todavía estás convaleciente.―Claro que soy capaz, no soy una débil mujercita.―No fue eso lo que vi en Chile ni anoche.―Eso fue distinto.―¿Lo crees? Quizá sea peor.―¿Qué quieres decir? ―espeté.―Gabriel... ―masculló nuestro padre.―Nada, no quiero decir nada ―replicó Gabriel y tiró la servilleta a la mesa, salió furioso.Yo miré a David, que estaba pensativo observando la nada, luego me giré hacia mi padre, que me miraba fijo, con una expresión de enojo.―¿Qué fue eso?―Gabriel es algo intenso, no le hagas caso ―me aconsejó.―Parecía muy seguro de lo que decía, ¿qu&eacu
Cuando desperté iba en la ambulancia, Gabriel me acompañaba y tenía tomada mi mano. Parecía un deja vu, pero más doloroso.―¿Cómo te sientes? ―me preguntó con suavidad.―Mejor, al menos ya no me duele todo, solo casi.―Eso es bueno, te pusieron un calmante.―Lo siento.―¿Qué sientes?―Si no hubiera...―Sht, no sabías. Agradezco haber mandado a ponerle amortiguadores mientras estuvimos en Chile ―me dijo y con su mano libre acarició mi mejilla.―Yo también lo agradezco, entonces.Cerré los ojos y apreté su mano.―Descansa.―Gracias por estar aquí ―susurré y me dormí.Volví a despertar, ya estaba en una camilla en el hospital. Tenía yeso en el brazo derecho, en mi pierna izquierda, un vendaje en mi torso y varios parches, incluso en mi ca
Al día siguiente, después del mediodía, me dieron el alta. Gabriel se había levantado temprano, se había dado una ducha y se fue a tomar desayuno, no quería dejarme sola, pero le aseguré que estaría bien. Así y todo, llegó con una taza de café y un sándwich poco después; no quería dejarme sola. David apareció a eso de las once. Me llevó ropa y algunos artículos de aseo que me había mandado Rose. Se acercó a mi cama y acarició mi mejilla con suavidad, me dio la impresión de que esa era la única zona "tocable", porque era el mismo lugar que me acariciaba Gabriel. ―Perdóname, Ángela, de haber sabido que el ascensor estaba malo... ―Ya me pediste perdón un montón de veces ―le contesté. ―Es que te pudiste haber matado y yo no... ―Pero no pasó. ―Menos mal que te tiraste al suelo, de otra forma, otra sería la historia. Gabriel estaba en molesto silencio. ―Y el amortiguador, antes no tenía ―replicó. ―Sí, t
Capítulo 9 Mi padre recibió una llamada y salió de la habitación, David se excusó con ir a ver algo y Gabriel quedó conmigo. ―Ya lo sabes, darling ―me dijo cuando quedamos solos―, cuando quieras algo, solo debes pedirlo. ―No quería molestar. ―¿Cuándo entenderás que no es molestia para nosotros cuidarte? ―Gabriel, ambos sabemos que para ti soy una aparecida y no soy de tu agrado. Una leve sonrisa burlona apareció en sus labios. ―Una cosa no quita la otra. Yo me entristecí, me estaba dando la razón; él se puso serio. ―No eres una aparecida, Ángela, eres la hija de Ángelo, y eso de que no me agradas... ―No te agrado, se te nota. ―Así de expresivo me ves. ―Conmigo lo eres. Volvió a esbozar una sonrisa. ―Estás en nuestra casa, tenemos el deber de cuidarte. ―Como deber. ―¿Esperas algo más? ―No, en realidad, no merezco otra cosa. ―Nadie habló de me
Me levantó la cara con su dedo índice, su expresión era de preocupación.―¿Qué pasó?―Mi cara...―No te avergüences.―Es que parezco un monstruo.―Hey, jamás vuelvas a decir algo así, darling.―¿No te da asco verme?―¿Asco? ¡Jamás! Por favor, no digas eso. ¿Quieres saber qué es darling?―Sí.―Darling es querida, es una expresión de cariño.Yo volví a bajar la cara.―¿Te molesta?―No.―Me alegra, no querría llamarte de otra forma.―Pensé que me odiabas.―No, eso nunca y te lo dije, te dije que si me hubieras desagradado yo no habría sido duro contigo.―¿Y eso por qué?―¿No te has dado cuenta?Yo negué con la cabeza. Él no dijo nada, solo se acerc&oac