Nunca lo olvidé

La puntualidad de Massimo es extrema, veinte minutos después, ni un segundo antes, ni uno después, aparece frente a la oficina de Sol.

—¡Lista!

Ella sonrió, tomó su cartera, batió su ensortijado cabello y caminó hacia él, mientras le susurró al oido.

—Siempre lista. —Massimo le cedió el paso, cerró la oficina.

Dentro del elevador, conversaron un poco sobre el lugar a donde almorzarían.

—¿Pasta o comida mediterránea? —preguntó ella.

—Obvio que pasta. Estoy ansiosa de comer una pasta con camarones rebozados.

—Wow! Yo me iré por una napolitana o una putanesca.

Subieron al coche. Él condujo hacia la autopista y ella lo miró extrañada.

—¿A dónde iremos? ¿No pensarás ir a Milán?

—Nada me encantaría más que eso. Pero no, te llevaré a un restaurante pequeño que está a la afueras de Madrid y donde preparan la mejor pasta que he comido en todo los años que tengo aquí, desde que llegué de Milán.

—¡Vale! Me encantará conocerlo. ¿Pero, y nos dará tiempo volver a la empresa en dos h
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