Diez años han pasado desde aquella fatídica mañana en el aeropuerto. Diez años desde que vi a Vicky alejarse, llevándose con ella una parte de mi alma. Desde entonces, el tiempo ha sido mi único aliado y mi peor enemigo. La vida me ha llevado por caminos inesperados, transformándome en un hombre que muchos admiran y otros temen.
Mi nombre, Ethan Blackwell, ahora resuena en los pasillos del poder y el prestigio. He construido un imperio empresarial con filiales en todo el mundo y una fortuna que crece día tras día. Sin embargo, el vacío en mi interior no se ha llenado. Las mujeres vienen y van, y sus rostros apareciendo en las revistas junto al mío, pero al final de cada noche, siempre vuelvo solo a casa. Mi residencia, es una mansión en las afueras de la ciudad, refleja el hombre en el que me he convertido: elegante, poderoso, pero también oscuro y solitario. La gente habla de mí con respeto y temor, describiéndome como un hombre implacable en los negocios y en la vida. La prensa me ha bautizado como "el magnate oscuro", un título que encaja perfectamente con mi nueva realidad. Una tarde, mientras revisaba unos informes en mi despacho, algo perturbó mi tranquilidad. Mis ojos se alzaron hacia la pantalla de seguridad, donde vi a un hombre husmeando en los archivos de mi empresa. Un ladrón, en mi dominio. La furia se encendió en mi pecho, una ira fría y calculada. Me levanté de mi silla, sintiendo el poder y la firmeza en cada paso que daba. Crucé el pasillo hasta el archivo, mis pensamientos centrados en la traición y el castigo. Al abrir la puerta, encontré al intruso, un hombre joven y nervioso, revolviendo los documentos con desesperación. —¿Qué crees que estás haciendo? —mi voz era un susurro amenazante, cargado de peligro. El hombre levantó la vista, con sus ojos llenos de miedo. Trató de balbucear una excusa, pero yo no estaba dispuesto a escuchar. Me acerqué a él, con mi presencia dominando la habitación. Sin darle tiempo a reaccionar, lo empujé contra la pared, sujetándolo con una fuerza que sabía bien cómo utilizar. —¿Quién te envió? —gruñí, acercando mi rostro al suyo. —Nadie, yo... solo quería... —intentó explicar, pero su voz se quebró. Mi paciencia se agotó. Con un movimiento rápido, saqué un abrecartas de mi saco y lo hundí en su pierna. El grito de dolor resonó en la habitación, pero yo no sentí ninguna compasión. La traición debía ser castigada. —Esto es una advertencia —dije, mi voz helada—. Si vuelves a cruzar mi camino, no seré tan misericordioso. Solté al hombre, que cayó al suelo, sujetando su pierna herida. Mi mirada lo siguió mientras se arrastraba fuera de la habitación. La adrenalina corría por mis venas, recordándome el poder que poseía. Un poder que había adquirido con esfuerzo y sacrificio, y que estaba dispuesto a defender a cualquier costo. Volví a mi despacho, la oscuridad de mis pensamientos me envolvían una vez más. Me dejé caer en mi silla, observando la ciudad desde la ventana. Las luces parpadeaban en la distancia, ajenas a la tormenta que rugía en mi interior. Cada éxito, cada triunfo, parecía vacío sin ella. Mi mente vagaba, recordando los momentos que compartimos. Vicky, con su risa contagiosa y su espíritu libre, había sido mi luz en la oscuridad. Pero esa luz se había apagado hace una década, dejando solo sombras tras de sí. A menudo me preguntaba qué habría sido de ella. ¿Estaría feliz? ¿Pensaría en mí alguna vez? El sonido de mi teléfono interrumpió mis pensamientos. Contesté, la voz de mi asistente resonando al otro lado. —Señor Blackwell, su reunión con los inversores está por comenzar. Suspiré, volviendo al presente. El trabajo siempre me esperaba, implacable y constante. Me levanté y me dirigí a la sala de conferencias, listo para enfrentar otro desafío. La reunión transcurrió sin incidentes, pero mi mente seguía inquieta. Los rostros de los inversores se difuminaban mientras mis pensamientos volvían a la traición que había descubierto esa tarde. Mi empresa era mi vida, y cualquier amenaza contra ella era una amenaza personal. Había construido mi imperio con sangre, sudor y lágrimas, y no permitiría que nadie lo destruyera. Al terminar la reunión, regresé a mi despacho. La ciudad estaba cubierta por un manto de oscuridad, reflejando mi estado de ánimo. Me acerqué al bar y serví un vaso de whisky, dejando que el líquido ambarino calmara mi furia. La imagen del ladrón herido seguía en mi mente, recordándome la fragilidad de la lealtad humana. Mientras bebía, mi teléfono vibró con una notificación. Una nueva portada de revista con mi rostro y el de una modelo famosa. Sonreí con amargura, consciente de la imagen que proyectaba al mundo. Un hombre poderoso, siempre rodeado de belleza y éxito, pero nadie sabía la verdad. Nadie sabía lo que realmente se escondía detrás de esa fachada. La noche se alargó, y finalmente decidí que era hora de volver a casa. La mansión me esperaba, fría y vacía. Subí a mi auto y conduje por las calles desiertas, sintiendo el peso de los años sobre mis hombros. La vida que había elegido era solitaria, pero era la única que conocía. Al llegar a casa, me dirigí directamente a mi estudio. Las paredes estaban cubiertas de estanterías llenas de libros, recuerdos de un tiempo en que la lectura me ofrecía consuelo. Ahora, solo eran vestigios de una vida pasada. Me senté en el sillón, dejando que la fatiga me alcanzara. La imagen de Vicky volvía a mi mente, como una sombra que nunca se desvanecía. Cerré los ojos, recordando su risa, su mirada. El dolor era tan agudo como el primer día. Me preguntaba si alguna vez podría superar esa pérdida, si alguna vez encontraría paz. El sonido de un golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos. Me levanté y abrí, encontrando a uno de mis guardias de seguridad al otro lado. —Señor Blackwell, hemos asegurado el perímetro y el ladrón ha sido llevado al hospital. Asentí, agradecido por la eficiencia de mi equipo. La seguridad era una prioridad, y sabía que podía confiar en ellos para mantener mi imperio protegido. —Gracias, James. Puedes retirarte por hoy. El guardia asintió y se marchó, dejándome solo una vez más. Cerré la puerta y volví al sillón, sintiendo el peso de la soledad. La vida que había elegido me había convertido en un hombre poderoso, pero también en uno aislado. Había sacrificado mucho para llegar hasta aquí, y aunque había alcanzado el éxito, el precio había sido alto. Me levanté y me dirigí a la ventana, observando la ciudad que nunca dormía. Las luces parpadeaban en la oscuridad, ajenas a mis tormentos internos. El poder tenía su costo, y yo lo conocía bien. Había construido mi imperio sobre la base de decisiones difíciles y sacrificios personales. La gente me veía como un magnate oscuro, pero solo yo conocía la verdadera profundidad de mi soledad. Mientras observaba la ciudad, mi mente regresó a la noche en la discoteca, la noche en que defendí a Vicky. Recordé la furia, la pasión, y el deseo de protegerla. Ese mismo deseo aún ardía en mi interior, una llama que nunca se apagaba. Pero Vicky ya no estaba, y yo debía seguir adelante. Cerré los ojos y respiré hondo, dejando que el silencio me envolviera. El tiempo seguía su curso, implacable e indiferente. Había aprendido a vivir con la oscuridad, a aceptar mi destino. La vida que había elegido me había convertido en el hombre que soy hoy, y aunque a veces deseaba haber tomado un camino diferente, sabía que no había vuelta atrás. Había alcanzado la cima, pero el precio había sido mi humanidad. La gente me temía, me respetaba, pero nadie me conocía realmente. Nadie sabía el dolor que escondía detrás de mi éxito, el vacío que llenaba mis días y mis noches. Mientras observaba la ciudad desde mi ventana, me juré que protegería lo que había construido. Mi imperio era mi vida, y no permitiría que nadie lo destruyera. La traición sería castigada, y el poder mantendría su lugar. Con esa determinación, me alejé de la ventana y me dirigí a mi dormitorio. La noche era joven, y el día siguiente traería nuevos desafíos. Pero estaba listo. Siempre lo estaba.El amanecer trajo consigo un nuevo día, pero la oscuridad en mi interior permanecía inquebrantable. Los rayos de sol se filtraban a través de las cortinas, iluminando mi habitación con una luz que parecía burlarse de mi insomnio. Me levanté con pesadez, dispuesto a enfrentar otra jornada de desafíos y obligaciones.Mi rutina matutina era implacable y predecible: un café fuerte, una revisión rápida de los correos electrónicos y una ducha fría para despejar mi mente. Mientras me afeitaba frente al espejo, reflexioné sobre la traición del día anterior. Aquel intruso había sido solo un síntoma de un problema mayor, un recordatorio de que en mi mundo, la confianza era un lujo que no podía permitirme.Justo cuando terminaba de vestirme, el timbre de la puerta sonó, rompiendo el silencio. Era Freddy, mi asistente personal y mejor amigo. Su energía matutina contrastaba drásticamente con mi humor sombrío.—Buenos días, señor Blackwell —saludó con su habitual entusiasmo—. Tengo noticias importa
★ Ethan BlackwellLa luz tenue de las arañas de cristal se filtraba a través de las copas de vino, creando destellos dorados en la mesa. Freddy, estaba ocupado charlando con su acompañante, una mujer cuya belleza rivalizaba con la de las modelos de las revistas. Pero yo no estaba interesado en las conversaciones triviales ni en las sonrisas forzadas.Mi mirada se deslizó por la sala, escrutando a los invitados. La mayoría eran rostros familiares, figuras poderosas y ambiciosas que se movían como piezas en un tablero de ajedrez. Pero entonces la vi. Ella entró en la habitación como una ráfaga de viento fresco en una noche sofocante.Su cabello oscuro caía en cascada sobre sus hombros, y su vestido blanco ceñido realzaba cada curva. No era solo su belleza lo que me atrajo, sino algo más profundo. Había una chispa en sus ojos, una determinación que no se dejaba eclipsar por la superficialidad de la gala.Freddy se inclinó hacia mí, con su aliento cálido rozando mi oído:—Ethan, permíteme
★ Ethan.La noche había caído completamente cuando salí de la gala. El aire fresco me envolvió, brindándome un alivio momentáneo de la sofocante atmósfera del evento. Me dirigí hacia el estacionamiento, sumido en mis pensamientos."Victoria está en la ciudad".Si eso era cierto, entonces mi búsqueda podría estar llegando a su fin.Mientras caminaba hacia mi auto, una figura a lo lejos llamó mi atención. Una mujer peleaba con la puerta de su vehículo, claramente frustrada. Me acerqué un poco más, intrigado por la escena. Al enfocarme mejor, sentí un vuelco en el estómago.Era ella. Victoria.La observé por un momento, como si mi mente necesitara confirmar lo que mis ojos veían. Estaba igual, pero diferente. Su cabello, siempre indomable, caía sobre sus hombros en suaves ondas. Llevaba un vestido sencillo, pero elegante, que realzaba su figura esbelta. Sus movimientos eran frenéticos, intentando abrir la puerta del auto que evidentemente había dejado cerrado con las llaves adentro.Una
Ni siquiera pude pegar un ojo en toda la noche; los pensamientos sobre Victoria y la intriga por descubrir quién intentaba sabotear mi empresa me mantenían despierto. La tensión me había llevado a un estado de alerta constante, repasando cada detalle en mi mente una y otra vez. Sabía que debía actuar rápido.Decidí levantarme temprano y dirigirme al hospital donde tenían al ladrón que habíamos capturado robando información crucial. Los pasillos del hospital estaban llenos de un aroma mixto de desinfectante y enfermedad, pero ignoré todo eso mientras me dirigía hacia la recepción.—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarlo? —me saludó la recepcionista, una joven con cabello castaño recogido en un moño perfecto.—Necesito saber en qué habitación está el paciente que ingresaron anoche por robo —respondí directo al grano, sin perder tiempo.Después de algunos intercambios y comprobaciones en la computadora, la recepcionista me indicó la habitación. Agradecí con un asentimiento y seguí mi camino
Por suerte, no era mi teléfono el que sonaba, sino el de Freddy. Él respondió con una sonrisa; era esa mujer con la que había ido a la gala, y comenzó a hablarle como un idiota. Su voz se tornó suave y melosa, y sus risitas me parecieron insoportables.No estaba de ánimos para escuchar romanticismos. Me sentía inquieto, con un nudo en el estómago, y necesitaba aclarar las cosas con Victoria.Salí de mi empresa y me dirigí hacia la empresa de Vicky. Tenía que hablar con ella de una vez por todas, y además, tenía ganas de verla. Los últimos días habían sido un torbellino, y sentía que solo ella podría ayudarme a encontrar algo de paz.Conduje mi auto hacia esa empresa, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en mis hombros. Al llegar, me recibió el valet parking, un hombre de mediana edad con una sonrisa amable. Le entregué las llaves y comencé a caminar hacia el interior del edificio, mis pasos resonaban en el suelo.El vestíbulo estaba impecablemente decorado, con grandes ventanales qu
★ Ethan—¿Están seguros de que desean firmar el divorcio? —preguntó el juez frente a nosotros, su mirada severa nos atravesaba como una sentencia inevitable.Giré la cabeza hacia Victoria. Estaba serena, como si la decisión ya hubiera sido tomada hace mucho tiempo en su mente. Sin vacilar, tomó la pluma con la misma rapidez que lo haría al firmar un contrato millonario, dejando claro que no había vuelta atrás.—Sí, es lo mejor —afirmó con voz firme, casi impaciente por terminar. Firmó los documentos que marcarían el fin de nuestro matrimonio sin titubear—. Firma, Ethan.La miré unos segundos, preguntándome si alguna vez volvería a ver en sus ojos el brillo que solían tener cuando me miraba. Pero no había emoción. Solo determinación. Suspiré, aceptando que el tiempo de los "qué pasaría si..." había terminado.Tomé la pluma con manos temblorosas y, al inclinarme para estampar mi firma, sentí un nudo en el estómago. Con cada trazo, el peso de los años juntos me golpeaba con una intensida
★ VictoriaMi matrimonio con Ethan estuvo lleno de altibajos: momentos crueles y breves destellos de gloria que, con el tiempo, se desvanecieron por completo. Al principio, parecíamos tenerlo todo: la pasión, la ambición y un futuro lleno de promesas. Pero, lentamente, nos convertimos en extraños atrapados en una relación donde nuestras aspiraciones eran diametralmente opuestas. Ethan soñaba con formar una familia, tener hijos, mientras que yo tenía una única ambición: mi carrera. Quería ascender, alcanzar metas, dejar mi huella en el mundo corporativo. Esa diferencia, que al principio parecía manejable, se convirtió en una grieta insalvable.Ethan siempre me hizo sentir limitada, como si mi deseo de triunfar fuera una amenaza para su concepto de lo que debía ser una esposa. Las peleas comenzaron pequeñas, insignificantes, pero rápidamente se transformaron en batallas de voluntades. Cada discusión era un tira y afloja, cada silencio se sentía como una tregua incómoda en una guerra s
—Voltéate.—¿Por qué? —preguntó, mientras intentaba cubrirme los pechos con una mano y con la otra más abajo, buscando cualquier refugio para mi desnudez.—¿Cómo que por qué? Estoy desnuda, ¡voltéate, no me veas así! —le exigí, alzando la voz, sintiendo el calor subir por mis mejillas. Mis nervios estaban a flor de piel. Él solo sonrió, pero se puso de pie lentamente, sin apartar su mirada de la mía.—No te acerques —le advertí, dando un paso atrás en un intento desesperado por mantener la distancia.Tropecé torpemente con uno de mis zapatos y, antes de que pudiera caer, él me atrapó con sus fuertes brazos. El contacto fue como un choque de electricidad recorriendo mi piel. Mi corazón latía desbocado.—¿Por qué no? —murmuró, acercando su rostro al mío, sus labios rozaban mi oído, su aliento era cálido contra mi piel.—Estamos desnudos… Y siento tu… "arma" en mi vientre —balbuceé, sin saber cómo nombrar lo que claramente estaba presionando contra mí.Una risa suave escapó de sus labio