★ Ethan
La vi aquella noche en la discoteca, riendo, tan despreocupada, como si el mundo no pudiera tocarla. Su risa resonaba sobre la música, como una melodía hipnótica que me atrajo sin poder evitarlo. Pero había algo más: estaba ebria, tropezando con sus propios pies. Y él… ese maldito tipo no dejaba de tocarla. Su mano sobre su cintura, deslizándose más abajo. Mis manos se cerraron en puños al ver cómo la manoseaba, cómo invadía su espacio sin ningún respeto. La sangre me hervía. No podía permitirlo. Me acerqué sin pensarlo dos veces. Lo empujé con tanta fuerza que cayó al suelo, tambaleándose torpemente. —Nadie toca lo que no le pertenece —gruñé, con mi voz baja, cargada de amenaza. El tipo me miró desde el suelo, aturdido, pero no se atrevió a replicar. Tal vez fue la mirada en mis ojos, o tal vez supo que no debía provocarme más. Se levantó y desapareció entre la multitud. Vicky se tambaleó, tratando de enfocarme. Sus ojos borrosos y brillantes de alcohol me recorrieron con una mezcla de confusión y desconcierto. —Ethan… ¿qué haces aquí? —preguntó con la voz arrastrada. Mi pecho se apretó al escuchar su tono. No era la primera vez que la veía así, perdida en el alcohol, escapando de algo que aún no comprendía. Me acerqué y tomé su mano, firme pero cuidadoso. —Te estoy llevando a casa —dije, sin dejar lugar a discusión. Ella no opuso resistencia, sólo asintió débilmente, apoyándose en mí. Su fragilidad, su vulnerabilidad, era fuerte, y un nudo de protección se formó en mi pecho. Había prometido en silencio que siempre la protegería, y esa noche no sería la excepción. Fuimos hasta su auto, y sin pensarlo dos veces, la ayudé a subir. Ella se acurrucó contra mí, su aliento cálido y adormilado rozando mi cuello. Sentí sus manos pequeñas aferrarse a mis brazos, como si me necesitara más de lo que nunca admitiría. —Eres tan… fuerte —murmuró, medio dormida, con una voz que me atravesó el alma. Cuando llegamos a mi departamento, apenas podía mantenerse en pie. La levanté en mis brazos, como si fuera tan liviana como una pluma, y la llevé hasta mi cama. La recosté con cuidado, asegurándome de no hacer ningún movimiento brusco que la despertara por completo. Pero entonces, sus ojos se abrieron lentamente, como si sintiera mi cercanía, y me miró. La forma en que lo hizo… con tanto agradecimiento y deseo, me dejó sin aliento. —Ethan… —susurró, alzando una mano temblorosa para tocar mi rostro. Mi voluntad se rompió en ese instante. No pude resistirme más. La atraje hacia mí y la besé, profundo, y desesperado, como si ese beso pudiera sanar todas las heridas invisibles que cargábamos. Y, por un breve instante, lo hizo. Ella respondió con la misma intensidad, sus manos recorrían mi espalda, aferrándose a mí como si temiera que me desvaneciera. Nos desnudamos torpemente, entre risas y respiraciones entrecortadas. No era perfecto, pero eso no importaba. Lo único que importaba era ella. Su calor, su cercanía. Nos perdimos en la pasión, en el deseo que habíamos reprimido por tanto tiempo. Cada movimiento, era un recordatorio de lo mucho que nos habíamos necesitado. Y cuando todo terminó, cuando nuestros cuerpos se rindieron al agotamiento, nos quedamos allí, tendidos juntos, respirando en sincronía. Sentí su respiración tranquila a mi lado, pero mi mente estaba lejos de la paz que su cuerpo irradiaba. A la mañana siguiente Mi cuerpo aún sentía la calidez de la noche anterior, pero mi corazón… mi corazón estaba lleno de algo más, una mezcla de felicidad y tristeza que no podía sacudir. Me giré para verla, su rostro sereno aún estaba hundido en la almohada, y supe que no recordaría mucho de lo que había pasado. Cuando finalmente abrió los ojos, la realidad cayó sobre mí como un balde de agua fría. Se vistió en silencio, con movimientos automáticos, hasta que, de repente, habló. —Tengo que tomar un vuelo esta tarde —dijo, sin mirarme, sus dedos jugueteando con el borde de su camisa. Mi corazón se detuvo por un segundo. —¿Vuelo? ¿Vas a irte? —intenté mantener mi voz neutral, pero no pude evitar el tono molesto que se coló en mis palabras. —Sí, me mudaré de país. Ya tengo todo listo —murmuró, como si me contara algo sin importancia, algo que no me debía. Quería gritarle que no se fuera. Quería pedirle que se quedara conmigo. Pero no lo hice. No sé por qué. Quizás por miedo al rechazo, o quizás porque sentí que no teníamos futuro. Después de todo, siempre había sido así entre nosotros: un vaivén de emociones sin dirección fija. —Que tengas un buen viaje —dije, con las palabras pesando como piedras en mi boca. La acompañé hasta la puerta, y justo antes de que se marchara, la atraje hacia mí y la besé una vez más. Esta vez no fue un beso apasionado ni lleno de deseo, fue desesperado, como si intentara aferrarme a algo que sabía que estaba perdiendo. Pero ella solo respondió con una leve sonrisa antes de alejarse. El camino al aeropuerto fue silencioso, casi insoportable. Ella no dijo nada, y yo tampoco. Al llegar, ayudé con sus maletas. No podía mirarla, no podía soportar ver cómo todo terminaba. Nos despedimos con formalidad, como si fuéramos conocidos en lugar de lo que realmente éramos. —Bueno, adiós —dijo finalmente, y con esas simples palabras, todo acabó. La vi caminar hacia la puerta de embarque, esperando que se girara una vez más. Pero no lo hizo. Y entonces, la soledad me golpeó como un puñetazo en el estómago. Mientras la veía desaparecer en la distancia, una parte de mí murió con ella. Volví a mi auto y conduje sin rumbo, cada kilómetro me llenaban de una soledad abrumadora. Al llegar a mi departamento, el vacío me devoraba. La cama seguía deshecha, el olor de su piel aún impregnaba las sábanas. Me senté en el borde, con la cabeza entre las manos, tratando de ahogar los recuerdos. ¿Por qué no la había detenido? ¿Por qué no le pedí que se quedara? Quería hacerlo, pero algo me lo impidió. Tal vez era el miedo a arruinarlo todo de nuevo, o tal vez era la certeza de que ella merecía algo mejor que yo. —Eres un idiota, Ethan —murmuré para mí mismo. El dolor me atravesó, profundo y cortante. Me levanté de la cama y comencé a caminar por el departamento como un fantasma. Cada rincón, y mueble, me recordaba a ella. La mesita del recibidor donde nos habíamos besado por primera vez, la cocina donde preparábamos café por las mañanas después de noches largas de estudio. Me dirigí a la cocina y abrí el refrigerador. Una botella de whisky me llamó desde el fondo. Tomé un vaso y me serví un trago generoso. El alcohol quemó mientras bajaba por mi garganta, pero no logró ahogar el dolor en mi pecho. Los recuerdos seguían acechándome, cada uno más vívido que el anterior. Recordé la primera vez que la vi en la universidad, cómo su risa iluminó la habitación, cómo su energía me atrapó desde el primer momento. Recordé cómo nuestra relación se desmoronó lentamente, cada pelea, cada malentendido. Y luego, el divorcio. Pensé que eso sería lo peor. Pero estaba equivocado. Nada dolía más que verla irse. Me hundí en el sofá, con los ojos cerrados, y la imagen de Vicky en la puerta de embarque volvió a mi mente, como un eco persistente. La vi marcharse una y otra vez, y con cada repetición, el vacío dentro de mí crecía más. Sabía que debería haber luchado por ella. Sabía que debería haberla detenido. Pero ahora, sentado en este silencio abrumador, era demasiado tarde.Diez años han pasado desde aquella fatídica mañana en el aeropuerto. Diez años desde que vi a Vicky alejarse, llevándose con ella una parte de mi alma. Desde entonces, el tiempo ha sido mi único aliado y mi peor enemigo. La vida me ha llevado por caminos inesperados, transformándome en un hombre que muchos admiran y otros temen.Mi nombre, Ethan Blackwell, ahora resuena en los pasillos del poder y el prestigio. He construido un imperio empresarial con filiales en todo el mundo y una fortuna que crece día tras día. Sin embargo, el vacío en mi interior no se ha llenado. Las mujeres vienen y van, y sus rostros apareciendo en las revistas junto al mío, pero al final de cada noche, siempre vuelvo solo a casa.Mi residencia, es una mansión en las afueras de la ciudad, refleja el hombre en el que me he convertido: elegante, poderoso, pero también oscuro y solitario. La gente habla de mí con respeto y temor, describiéndome como un hombre implacable en los negocios y en la vida. La prensa me h
El amanecer trajo consigo un nuevo día, pero la oscuridad en mi interior permanecía inquebrantable. Los rayos de sol se filtraban a través de las cortinas, iluminando mi habitación con una luz que parecía burlarse de mi insomnio. Me levanté con pesadez, dispuesto a enfrentar otra jornada de desafíos y obligaciones.Mi rutina matutina era implacable y predecible: un café fuerte, una revisión rápida de los correos electrónicos y una ducha fría para despejar mi mente. Mientras me afeitaba frente al espejo, reflexioné sobre la traición del día anterior. Aquel intruso había sido solo un síntoma de un problema mayor, un recordatorio de que en mi mundo, la confianza era un lujo que no podía permitirme.Justo cuando terminaba de vestirme, el timbre de la puerta sonó, rompiendo el silencio. Era Freddy, mi asistente personal y mejor amigo. Su energía matutina contrastaba drásticamente con mi humor sombrío.—Buenos días, señor Blackwell —saludó con su habitual entusiasmo—. Tengo noticias importa
★ Ethan BlackwellLa luz tenue de las arañas de cristal se filtraba a través de las copas de vino, creando destellos dorados en la mesa. Freddy, estaba ocupado charlando con su acompañante, una mujer cuya belleza rivalizaba con la de las modelos de las revistas. Pero yo no estaba interesado en las conversaciones triviales ni en las sonrisas forzadas.Mi mirada se deslizó por la sala, escrutando a los invitados. La mayoría eran rostros familiares, figuras poderosas y ambiciosas que se movían como piezas en un tablero de ajedrez. Pero entonces la vi. Ella entró en la habitación como una ráfaga de viento fresco en una noche sofocante.Su cabello oscuro caía en cascada sobre sus hombros, y su vestido blanco ceñido realzaba cada curva. No era solo su belleza lo que me atrajo, sino algo más profundo. Había una chispa en sus ojos, una determinación que no se dejaba eclipsar por la superficialidad de la gala.Freddy se inclinó hacia mí, con su aliento cálido rozando mi oído:—Ethan, permíteme
★ Ethan.La noche había caído completamente cuando salí de la gala. El aire fresco me envolvió, brindándome un alivio momentáneo de la sofocante atmósfera del evento. Me dirigí hacia el estacionamiento, sumido en mis pensamientos."Victoria está en la ciudad".Si eso era cierto, entonces mi búsqueda podría estar llegando a su fin.Mientras caminaba hacia mi auto, una figura a lo lejos llamó mi atención. Una mujer peleaba con la puerta de su vehículo, claramente frustrada. Me acerqué un poco más, intrigado por la escena. Al enfocarme mejor, sentí un vuelco en el estómago.Era ella. Victoria.La observé por un momento, como si mi mente necesitara confirmar lo que mis ojos veían. Estaba igual, pero diferente. Su cabello, siempre indomable, caía sobre sus hombros en suaves ondas. Llevaba un vestido sencillo, pero elegante, que realzaba su figura esbelta. Sus movimientos eran frenéticos, intentando abrir la puerta del auto que evidentemente había dejado cerrado con las llaves adentro.Una
Ni siquiera pude pegar un ojo en toda la noche; los pensamientos sobre Victoria y la intriga por descubrir quién intentaba sabotear mi empresa me mantenían despierto. La tensión me había llevado a un estado de alerta constante, repasando cada detalle en mi mente una y otra vez. Sabía que debía actuar rápido.Decidí levantarme temprano y dirigirme al hospital donde tenían al ladrón que habíamos capturado robando información crucial. Los pasillos del hospital estaban llenos de un aroma mixto de desinfectante y enfermedad, pero ignoré todo eso mientras me dirigía hacia la recepción.—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarlo? —me saludó la recepcionista, una joven con cabello castaño recogido en un moño perfecto.—Necesito saber en qué habitación está el paciente que ingresaron anoche por robo —respondí directo al grano, sin perder tiempo.Después de algunos intercambios y comprobaciones en la computadora, la recepcionista me indicó la habitación. Agradecí con un asentimiento y seguí mi camino
Por suerte, no era mi teléfono el que sonaba, sino el de Freddy. Él respondió con una sonrisa; era esa mujer con la que había ido a la gala, y comenzó a hablarle como un idiota. Su voz se tornó suave y melosa, y sus risitas me parecieron insoportables.No estaba de ánimos para escuchar romanticismos. Me sentía inquieto, con un nudo en el estómago, y necesitaba aclarar las cosas con Victoria.Salí de mi empresa y me dirigí hacia la empresa de Vicky. Tenía que hablar con ella de una vez por todas, y además, tenía ganas de verla. Los últimos días habían sido un torbellino, y sentía que solo ella podría ayudarme a encontrar algo de paz.Conduje mi auto hacia esa empresa, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en mis hombros. Al llegar, me recibió el valet parking, un hombre de mediana edad con una sonrisa amable. Le entregué las llaves y comencé a caminar hacia el interior del edificio, mis pasos resonaban en el suelo.El vestíbulo estaba impecablemente decorado, con grandes ventanales qu
★ Ethan—¿Están seguros de que desean firmar el divorcio? —preguntó el juez frente a nosotros, su mirada severa nos atravesaba como una sentencia inevitable.Giré la cabeza hacia Victoria. Estaba serena, como si la decisión ya hubiera sido tomada hace mucho tiempo en su mente. Sin vacilar, tomó la pluma con la misma rapidez que lo haría al firmar un contrato millonario, dejando claro que no había vuelta atrás.—Sí, es lo mejor —afirmó con voz firme, casi impaciente por terminar. Firmó los documentos que marcarían el fin de nuestro matrimonio sin titubear—. Firma, Ethan.La miré unos segundos, preguntándome si alguna vez volvería a ver en sus ojos el brillo que solían tener cuando me miraba. Pero no había emoción. Solo determinación. Suspiré, aceptando que el tiempo de los "qué pasaría si..." había terminado.Tomé la pluma con manos temblorosas y, al inclinarme para estampar mi firma, sentí un nudo en el estómago. Con cada trazo, el peso de los años juntos me golpeaba con una intensida
★ VictoriaMi matrimonio con Ethan estuvo lleno de altibajos: momentos crueles y breves destellos de gloria que, con el tiempo, se desvanecieron por completo. Al principio, parecíamos tenerlo todo: la pasión, la ambición y un futuro lleno de promesas. Pero, lentamente, nos convertimos en extraños atrapados en una relación donde nuestras aspiraciones eran diametralmente opuestas. Ethan soñaba con formar una familia, tener hijos, mientras que yo tenía una única ambición: mi carrera. Quería ascender, alcanzar metas, dejar mi huella en el mundo corporativo. Esa diferencia, que al principio parecía manejable, se convirtió en una grieta insalvable.Ethan siempre me hizo sentir limitada, como si mi deseo de triunfar fuera una amenaza para su concepto de lo que debía ser una esposa. Las peleas comenzaron pequeñas, insignificantes, pero rápidamente se transformaron en batallas de voluntades. Cada discusión era un tira y afloja, cada silencio se sentía como una tregua incómoda en una guerra s