Capítulo 3: Un nuevo comienzo

—Voltéate.

—¿Por qué? —preguntó, mientras intentaba cubrirme los pechos con una mano y con la otra más abajo, buscando cualquier refugio para mi desnudez.

—¿Cómo que por qué? Estoy desnuda, ¡voltéate, no me veas así! —le exigí, alzando la voz, sintiendo el calor subir por mis mejillas.

Mis nervios estaban a flor de piel. Él solo sonrió, pero se puso de pie lentamente, sin apartar su mirada de la mía.

—No te acerques —le advertí, dando un paso atrás en un intento desesperado por mantener la distancia.

Tropecé torpemente con uno de mis zapatos y, antes de que pudiera caer, él me atrapó con sus fuertes brazos. El contacto fue como un choque de electricidad recorriendo mi piel. Mi corazón latía desbocado.

—¿Por qué no? —murmuró, acercando su rostro al mío, sus labios rozaban mi oído, su aliento era cálido contra mi piel.

—Estamos desnudos… Y siento tu… "arma" en mi vientre —balbuceé, sin saber cómo nombrar lo que claramente estaba presionando contra mí.

Una risa suave escapó de sus labios, pero no fue burlona. Era como si disfrutara del efecto que tenía sobre mí. Ethan siempre había sido así, controlando cada situación, incluso esta.

—Dijiste que sería una despedida a nuestro matrimonio, pero no es justo. No recuerdo cómo llegamos a mi departamento… Así que, deberíamos…

Antes de que pudiera apartarlo, me atrajo más hacia su cuerpo y selló mis labios con los suyos. No quería corresponderle, o eso me dije a mí misma. Mi mente gritaba que lo empujara, que esto estaba mal, que estábamos divorciados. Pero mi cuerpo… mi cuerpo traicionaba todas esas palabras.

Su beso era desesperado, hambriento, como si quisiera robarse cada parte de mí antes de que me fuera para siempre. Y, sin poder evitarlo, le correspondí con la misma intensidad. Nos movimos hacia la cama, donde él me tumbó con cuidado, y estuvimos juntos una última vez, nuestras manos explorando, memorias de lo que una vez compartimos surgen entre sus caricias y besos. El cuarto se llenó de susurros y jadeos, y nuestras respiraciones se volvieron descontroladas.

Cuando todo terminó, me levanté rápidamente. El peso de la realidad cayó sobre mí de golpe. Esto había sido un error. Todo había sido un error.

—Esto estuvo muy mal, Ethan. Tú y yo… estamos divorciados.

Él permanecía en la cama, vistiéndose lentamente, sin dejar de mirarme, como si intentara captar cada movimiento mío, como si no quisiera olvidarme.

—Esta tarde me depositan el pago de la casa —dijo, mientras abrochaba su camisa—. ¿A qué número de cuenta te transfiero tu parte?

—Te lo enviaré por mensaje —respondí, incapaz de mirarlo directamente.

—Ok, déjame ayudarte con eso. —Me di la vuelta y sentí cómo subía la cremallera de mi vestido, sus dedos robaban mi espalda, enviando un escalofrío por mi cuerpo.

—Alisson se va a morir cuando le diga que estuve contigo —dije, tratando de romper el silencio.

Él sonrió.

—Freddy dirá que me has hechizado, bruja.

—Ja, ja, Freddy está loco.

—Es un buen amigo.

Asentí. Lo era, pero en ese momento, no podía pensar con claridad. Tenía que irme, alejarme de Ethan antes de que todo se volviera más complicado.

—Bueno, yo me tengo que ir, mi vuelo sale en unas horas.

—¿Vuelo? —La expresión de Ethan cambió. Sus ojos se entrecerraron—. Vicky, ¿vas a irte?

—Sí, me mudaré a otro país. De hecho, ya tengo las maletas en el auto. Alisson me alcanzará allá cuando termine sus pendientes. Pensábamos viajar juntas…

Detuve mis palabras al darme cuenta de que no le debía explicaciones. Ya no.

Aun así, una parte de mí quería que él me pidiera que me quedara. Que me rogara no irme, que me dijera que aún había algo entre nosotros. Pero no lo hizo.

—Que tengas un buen viaje —dijo, mientras acomodaba un mechón de mi cabello detrás de mi oreja.

Tragué en seco, con el corazón oprimido en el pecho.

—No hubiera funcionado, Vick. Tú y yo somos muy distintos.

—Sí, no hubiera… —susurré, con mis palabras llenas de resignación. Me dirigí hacia la puerta, sintiendo cada paso como si me estuviera alejando de una parte de mí misma—. Ten una buena vida, Ethan.

—Igual. —Se puso su camisa mientras se alejaba, evitando mi mirada.

Me giré y empecé a caminar hacia la salida de su departamento. Pero antes de que pudiera alcanzar la puerta, sentí su mano rodeando la mía. Me giró de golpe, pegándome contra la pared y, sin pensarlo, me besó con una pasión desenfrenada.

Respondí con la misma intensidad. Mis manos se movían por su cuerpo como si cada caricia fuera la última, como si intentara capturar ese momento para siempre. Me levantó y me sentó sobre la mesita del recibidor. Abrió mis piernas, posicionándose entre ellas mientras me sostenía por la cintura.

Su respiración era irregular, la mía también. Cuando tiró de mi ropa interior y entró en mí, solté un gemido que ahogué en su boca. Todo lo que podía pensar, lo único que gritaba mi mente, era: "Pídeme que me quede, Ethan". Pero no lo hizo.

Cuando terminamos, me acomodé la ropa y salí del departamento sin mirar atrás.

Llegué a mi coche estacionado frente a su edificio y me quedé mirándolo. "¿Cómo es que llegué aquí?", me pregunté. Todo lo que había pasado la noche anterior estaba borroso. Subí al auto y apoyé mi cabeza contra el volante. Y entonces, las lágrimas cayeron.

—¿Por qué no me pediste que me quedara, Ethan? Eres un idiota… —murmuré, golpeando el volante repetidamente.

Entonces, vi a Ethan acercarse a mi ventanilla.

—¿Todo bien? —preguntó con un tono suave—. ¿No puedes hacer que arranque?

—No, no puedo —respondí, secándome las lágrimas apresuradamente.

—Si quieres, te llevo al aeropuerto —ofreció, mirándome con compasión y algo más.

—Claro… llévame.

Me ayudó a subir las maletas a su auto, y condujimos en silencio. Ninguno de los dos parecía tener palabras para romper el muro que se había erigido entre nosotros.

Cuando llegamos al aeropuerto, lo miré por última vez.

—Gracias por traerme, Ethan.

—Vick… —Comenzó, pero se detuvo, como si no supiera qué decir—. Que tengas un buen viaje.

—Adiós, Ethan.

Nos despedimos en el estacionamiento. Lo vi alejarse mientras me dirigía a las puertas de la terminal. Me senté en las sillas de espera hasta que escuché el anuncio de mi vuelo. Tomé aire y murmuré para mí misma:

—Adiós, Ethan.

Pero entonces, lo escuché gritar mi nombre. Me giré y lo vi corriendo hacia mí. Cuando me alcanzó, me abrazó con fuerza, como si no quisiera dejarme ir.

—Lo lamento, Vick. Lamento que nuestro matrimonio no haya funcionado. Quizá nunca debimos habernos casado…

—Quizá… —le dije, apartándome de su abrazo—. Pero ya es demasiado tarde. Adiós, Ethan. Que tengas una buena vida.

Él me miró con intensidad, como si quisiera decirme algo más. Me dio un último beso en los labios, suave y triste. Y entonces, me fui.

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Diez años han pasado desde aquel día. No sé mucho de Ethan, solo lo que aparece en las revistas: es un gran empresario, sale con modelos… Su vida parece perfecta. La mía también ha cambiado.

Con la venta de la casa y algunas inversiones acertadas, fundé mi propia empresa, Interpraiss Blake, una marca textil reconocida mundialmente. No fue fácil al principio, pero cada desafío me hizo más fuerte.

Hoy, me siento en la cúspide del éxito. Pero a veces, en noches como esta, cuando todo está en silencio, no puedo evitar pensar en Ethan. Y me pregunto qué hubiera pasado si tan solo me hubiera pedido que me quedara.

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