Capítulo 8: Sacrificio

Narra Aitana

La noche la sentí demasiado corta y no era para menos, en medio de la lluvia tuve que huir de la isla, porque mi esposo quería matarme. Por lo que, ni en el auto, ni en el yate que usaron para sacarme de la isla, pude dormir. 

Cuando llegué a la casa en la que pensé que yo iba a descansar, muchas preguntas inundaron mi mente y no pude dormir por más que lo intenté. Agotada, veo como los rayos débiles del sol, atraviesan la tela de las cortinas, mientras yo compruebo que no es un sueño lo que viví anoche.

Miro a mi alrededor y veo mi vestido de novia que parece todo, menos un vestido de novia. Me levanto sabiendo que no voy a poder dormir y usando solo mis sabanas para cubrir mi desnudez, entro al baño que me negué a darme anoche.

 — Dios, ojalá el agua sea lo que necesito para despertar de esta pesadilla — pido en un hilo de voz, mientras el agua comienza a humedecer mi cuerpo, mientras se burla de mi ingenuo pensamiento de despertar de una realidad donde evidentemente, no podré salir.

Termino de darme una larga ducha y por mis defensas débiles, comienzo a estornudar una y otra vez. Frustrada porque voy a enfermarme, me envuelvo en las sábanas extras que encuentro, mientras espero que mi ropa interior se seque, para usar algo de ropa.

Estando en una habitación tan grande y desconocida, me siento en peligro, por lo que, sin seguir sin sueño, comienzo a recorrer la habitación que bien podría ser un apartamento en la ciudad y aun quedaría espacio.

Buscando también algo que ponerme, encuentro ropa masculina y al ver que no es buena idea estar desnuda, termino colocándome una camisa de las que encuentro, mientras sigo sin ropa interior, por miedo a colocarme ropa interior usada de un extraño.

Justo cuando termino de vestirme y salgo del armario, diviso a un hombre que bien podría medir más de dos metros. La espalda, me resulta atemorizante por lo musculoso que se ve, pero, no intento siquiera huir, porque sé que podría tomarme y de un solo movimiento matarme.

 — ¿Qué haces aquí? — pregunto con voz gélida y ello hace que el hombre del que solo veía su espalda, gire hacia mí mirándome con sorpresa.

 — Estas viva — susurra Helmut sorprendido y yo lo observo confundida.

‘¿Acaso piensa que está viendo un fantasma o algo así? Quizás pensó que me había matado anoche.’

 — Estoy viva. Lamento si eso te decepciona — susurro con frialdad y por sorprendente que parezca, él suspira aliviado y abre sus brazos para darme un abrazo que me confunde.

¿Por qué el hombre que anoche me había tratado de la peor manera posible, me abraza como si se alegrara de verme con vida? ¿Será que se golpeó fuertemente la cabeza anoche y apenas están saliendo los efectos?’ me pregunto mentalmente mientras él se aleja un poco de mí.

 — Qué bueno que sigas con vida. — Susurra Helmut suspirando profundo.

 — Bueno, yo espero seguir con vida por al menos cincuenta años más. — Digo alejándome de él.

Es cuando sigo su mirada, que recuerdo que no tengo ropa interior y que por el frio, mis aureolas se han endurecido, resaltando su forma por encima de mi camisa. De inmediato, cubro mis senos, para que él note que lo he visto siendo un pervertido.

Por lo que, él aclara su garganta al salir de su ensoñación y yo lo observo como es él, un completo pervertido que no le da un poco de vergüenza por tocar a una mujer que no le ha dado autorización de hacerlo.

Por muy esposo mío que sea, es un completo pervertido y eso es algo de lo que estoy segura desde ayer. El hombre con el que me he casado sin tener siquiera una ceremonia, es un completo pervertido.

Por lo que, me alejo un poco más del hombre que aún no se ha ganado mi confianza y es en ese momento que estornudo tan fuerte que me asusto y al levantar mi mirada, descubro que no soy la única que se ha asustado.

 — Estas enferma — susurra Helmut con frialdad y yo me sorprendo por cuan rápido cambia de alegría a enojo.

 — Sí. Creo que me he resfriado — susurro y eso hace que su mirada se endurezca tanto que el odio en sus ojos se posiciona en solo un pequeño espacio de esa mirada que congelaría hasta el sol.

 — Sabía que era muy bueno para ser cierto — dice Helmut con dureza y yo lo observo confundida al ver como se enoja por algo que no está en mis manos controlar.

 — Solo es un resfriado. No deberías enojarte conmigo, cuando sabes todo el tiempo que estuve anoche bajo esa lluvia fría. Si no me enfermara, no sería yo — digo cuando veo como lleva sus manos a la cabeza, como si hubiese cometido un grave error.

 — Eres la única que se enfermó y todos estuvimos bajo la lluvia incluso más tiempo que tú, Baitana. Eso solo explica que no eres lo que estaba buscando — dice Helmut atormentado.

 — Bueno, si estabas buscando una mujer que no se enfermara, debiste buscar a una chica que tuviese un buen sistema de defensa y no a alguien que tuvo leucemia siendo una niña. — Le digo a Helmut y él abre sus ojos sorprendido.

 — ¿Qué has dicho? — pregunta Helmut con evidente molestia.

 — No entiendo porque te sorprendes, ¿acaso no has investigado a tu esposa? — pregunto curiosa mientras él se sienta en la cama como si le hubiese lanzado agua fría.

 — ¿Cómo fue que no supe de eso? — pregunta Helmut y yo lo observo confundida.

 — Eso sí que es raro, porque estuve al borde de la muerte por ello y fue tu padre el que dio el dinero para mi tratamiento y agilizó el proceso de trasplante de medula. Es gracias a su ayuda, que estoy viva — digo recordando que el tío no fue siempre un mal hombre.

 — Entonces es por eso, ¿no es así? — pregunta Helmut sonriendo, mientras yo confirmo como sus cambios de humor son las señales de su locura.

 — ¿De qué hablas? — pregunto confundida.

 — Mi padre no fue un buen hombre que quiso hacer una buena obra al salvarte. En realidad, fue un monstruo que te compro como si fueras un pedazo de carne que su preciado hijo debe comer para saciar un poco su apetito.

>> Eso eres. Un tonto sacrificio que no me curará, pero, me dará un alivio momentáneo, mientras llega la siguiente víctima. De eso se trata nuestro matrimonio. Te salvó, para que yo pudiera matarte a mi antojo. — Dice Helmut caminando hacia mí con una mirada que me hace retroceder del miedo.

 — ¿De qué hablas? — pregunto con temor.

 — Y yo fui el tonto que siguió sus planes sin darme cuenta. Los dos fuimos llevados a una trampa con los ojos vendados, esposa. — Dice Helmut tomando un poco de mi cabello para jugar con él y después mirarme con enojo — La única diferencia es que yo si voy a sobrevivir a la trampa — dice con voz gélida para después marcharse.

Mis piernas pierden fuerzas y yo caigo al suelo aturdida.

 — ¿Qué acaba de decir?

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