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Capítulo 4: ¿Mi marido me quiere matar?

Al llegar a casa, Marbella empacó todas sus pertenencias, quería irse, quería nunca volver, su corazón se sentía pesado.

Bajó la escalera llevando sus pertenencias, cuando escuchó que abrieron la puerta de la mansión, era Lugh, sus ojos se encontraron, la miró severo.

Llevaba un documento en las manos, cuando estuvieron frente a frente el hombre le dio los papeles.

—Fírmalo, es nuestro divorcio, y no te daré ninguna compensación, te irás tal y como llegaste cuando eras huérfana; sin nada.

Ella no podía creer lo que escuchaba, aquello parecía una cruel pesadilla de la que no despertaba, Marbella tomó el bolígrafo en la mesa, su mano temblaba, miró los papeles, firmó con debilidad, luego los lanzó al suelo por frustración.

—Un día te arrepentirás, ya te lo he dicho.

—Adiós, Marbella, ojalá que no te vuelva a ver en mi vida.

Ella caminó, alejándose, sus piernas flaquearon, quiso retroceder, pero siguió su camino, hasta encontrarse con Bryce.

—No quiere que te lleve a ningún lugar en un auto de los Ackerman, lo prohibió, dicen que la familia lo sabe todo, claro, solo mentiras, y te han repudiado, ¡lo siento tanto! Ve a la casa de campo, ¿la recuerdas?

Marbella no dejaba de llorar, asintió.

—Sì…

—Ve a la casa de la abuela, te alcanzaré en unos días, te ayudaré, lo prometo —Bryce tomó sus manos, las besó con ternura—. Te prometo que nunca te abandonaré, no seré un traidor como Lugh Ackerman lo fue contigo.

Marbella subió al taxi, el chofer manejò, ella miró de reojo como dejaba todo atrás.

Lugh la miraba desde hace rato por la ventana, pudo ver como Bryce besó sus manos, sintió unos celos que lo atormentaban, imaginarla en brazos de otro hombre lo hizo rabiar, ahora la veía marcharse, bebió ese trago de licor, sintió que su corazón helado se había roto al verla partir.

Bryce entró en la mansión, tocó la puerta del despacho, escuchó esa voz de Lugh dejándolo entrar.

—¿Qué quieres? No tengo ganas de discutir contigo, Bryce —dijo

—¡Eres un imbécil! ¿Cómo pudiste creer cosas tan perversas sobre alguien inocente como Marbella?

—¡¿Inocente?! —exclamó—. ¡Ella mató a mi bebé! Ordenó a un hombre que pusiera veneno en el té de Vanessa, ¡no puedo creer que haya sido tan cruel! Dime, ¿eso lo hace una mujer inocente?

—Tal vez… ¡se asustó! Pensó que la dejarías por Vanessa, que la rechazarías y por eso actuó de un modo errático, ¡esa no es la naturaleza de Marbella, pero, no merece que la eches así, sin nada! Si quiera dale algo de dinero, es huérfana, sabes que no tendrá como mantenerse, ¿Quieres que pase hambre o esté en situación de calle?

Lugh se quedó pensativo, imaginar a Marbella en una situación tan vulnerable encogió su corazón, pero cuando pensó en su bebé su bondad se rompió, el rencor volvió.

—¡No le daré nada! Ella mató a mi hijo, debe ser suficiente con que yo no la haya enviado a prisión, ahora vete, Bryce, sì, fuimos amigos, eso es pasado, y lo sabes, luego de que te enamoraste de mi mujer, ya no lo somos más.

Bryce le miró con ojos centellantes, esbozó una sonrisa que a Lugh le pareció cínica.

—¿Tu mujer? No, exmujer, no lo olvides, Lugh Ackerman, Marbella ya no es tu mujer, nunca más lo será, ahora es libre, ¿Quién sabe? Tal vez, algún día, sea mi mujer.

Bryce dio la vuelta, salió de esa habitación. Lugh apretó los puños, sintiendo rabia y celos al escuchar esas palabras.

 Bryce estaba por irse, salió de la casa, cuando recibió esa llamada.

—¿Qué es lo que quieres?

—¡Despídete de tu querida huerfanita! —exclamó la voz de Priscila

—Pero ¿Qué dices? —Bryce sintió un miedo

—Hay una bomba en el auto, ella volará en pedazos.

—¡¿Qué?! ¡Ese no era el plan, Priscila! ¡No te atrevas a lastimar a Marbella! O seré tu enemigo.

—Muy tarde, querido, ahora tu amada Marbella ya debe estar muerta.

Bryce colgó la llamada y se apuró en llamar a Marbella, ella respondió la llamada.

—¡Marbella! Sal del maldito auto, ¡Sal del maldito auto, va a explotar! —exclamó Bryce con desesperación—. ¡Lugh ha puesto una bomba, el auto va a explotar!

—¡¿Qué?! ¿Mi marido me quiere matar? —exclamó Marbella incrédula.

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