Al menos la señora Irene le dice sus verdades en la cara a Egil.
Gage entra en ese momento a la habitación y se da cuenta de la discusión entre ellos.—Sí, eres ese padre que deseó su muerte y la de su madre cientos de veces —replica Irene entre sollozos—, el que la repudió y no le importó que pasara hambre y frío en esa precaria finca durante toda su corta vida mientras tú dormías en las mejores camas, el mismo padre que nunca permitió que la médica la atendiera cuando se encontraba enferma y no dejó que yo le llevara un vaso de leche a Adelaide cuando había dado a luz.—¡Suficiente! —Ahora es Egil quien grita enojado por sus palabras que le duelen más de lo que él admitiría jamás—. ¡No voy a permitir que me insultes de esa forma solo porque estás enojada! ¡Te exijo que me respetes!Gage se acerca a ella y la toma del codo para instarle a salir. La tensión entre ellos es evidente y si no los separa, esta discusión puede acabar mal. Egil está tan molesto que su pecho sube y baja mientras su mirada se torna sombría. —Claro que estoy enojada —Irene
Ester sigue de cerca a Egil mientras se dirigen a la habitación de Eleonor. Egil está muy enfadado, pero ella no podía ocultarle algo tan importante. Entran a la habitación y la niña empieza a llorar más fuerte al ver a su padre, extiende sus manos hacia él rogando ser rescatada. —Ha estado así desde hace horas, señor. Ya no sé qué hacer por ella —dice una de las niñeras que la tenía en brazos cuando llegaron. Egil toca la cara de su hija y efectivamente está con mucha fiebre. Su cara está roja y ella misma se toma la cabeza como si no soportara el dolor que siente. Con gran aflicción la toma en brazos y empieza a caminar con ella de un lado a otro, pero aun así Eleonor no deja de llorar. —Llama al médico ahora mismo, que venga con un pediatra —Indica a Ester y ella sale inmediatamente a hacer la llamada. Poco tiempo después, el anciano llega con otro doctor y examinan a la niña frente a su padre y le recetan unos jarabes diferentes a los que ya la médica le había suministrado.
En las noches, Egil lleva a su hija a su habitación para no perderla de vista y de día es cuidada por su niñera mientras él se ocupa de sus asuntos. En la finca, Adelaide mejora debido a algunos tés que Nora envió para ella por medio de Mercedes. A la noche se sienta encima de una roca y mira hacia el balcón de la habitación de su esposo. Ya había olvidado esa sensación de pérdida que ahora la ahoga. No puede creer que esté separada de su hija, tan cerca y tan lejos a la vez.No puede evitar ponerse triste mientras recuerda cómo él se la llevó. ¿Cómo es posible que él le haya hecho eso? ¿Por qué obliga a su hija a estar sin su mamá siendo aún tan pequeña?Con la vista fija en el jardín recuerda algo muy importante que había olvidado completamente. Se levanta bruscamente y se limpia sus lágrimas antes de mirar a sus lados para verificar que no haya algún guardia cerca. ¿Cómo pudo olvidarlo? Los pasillos por donde él la había llevado hasta el mausoleo de sus padres van a servir para ent
—Hoy su hija estuvo muy tranquila, señor —Ester saca a Egil de su ensoñación—. Comió toda su papilla sin protestar, también hizo su siesta sin mucho esfuerzo. Parece que ya se está acostumbrando a la casa.—¿La médica ya la revisó hoy?—Sí, señor. Ella ya no tiene fiebre y ya no necesita su medicación.Egil se tranquiliza y vuelve a fijar su vista en el documento que está redactando.Esa noche Eleonor duerme bastante temprano luego de su cena. Egil permanece despierto hasta tarde y decide ir por un libro a su biblioteca. Permanece allí un buen rato perdido en sus pensamientos, mirando hacia la puerta que conduce a los pasillos, luego sale al balcón.Adelaide, sentada en la ventana con la luz apagada, puede ver a su esposo aún despierto, asomado en el balcón. Hoy también irá a ver a su hija, ya lo tiene decidido. Lo hará todos los días, solo debe ser paciente y esperar la hora adecuada. —¿En qué piensas, mi niña? —pregunta Mercedes colocándose a su lado—. Te he visto muy distraída des
Adelaide por fin llegó. Egil cierra los ojos esperando a que ella se acerque. Sus pasos son tan sutiles que apenas pueden oírse en el profundo silencio de la habitación. Oye un suspiro muy cerca de él que lo tienta a abrir los ojos, pero aún no es tiempo.Algo se remueve a su lado. Luego un balbuceo de su hija y el rechinar del sillón. Solo debe esperar un poco más y ella será nuevamente suya.Adelaide deja un beso suave en la frente de su hija, quien está despierta esperando por ella. Eleonor balbucea muy feliz al ver a su madre.La toma en sus brazos y camina hasta el sillón para liberar su pecho inflamado y alimentar a su hija, quien ya se encuentra ansiosa por su leche.Eleonor succiona con ahínco mientras mira a su madre fijamente. Madre e hija comparten un momento largo y maravilloso después de estar separadas por un día entero.Adelaide se da cuenta de la canasta llena de frutas en la mesa y su estómago empieza a gruñir. La angustia no la ha dejado alimentarse correctamente de
La joven llora por un buen tiempo, luego se levanta, abre la puerta y se va a la que era antes su habitación y se queda dormida en el sillón, exhausta y con el corazón confundido.Egil no consigue dormir, aunque intenta por todos los medios hacerlo luego de escuchar el clic de la puerta. Adelaide no pudo haberse ido de la casa, eso lo tiene seguro, pero saber que no quiso quedarse cerca de él, le duele. Se levanta más temprano de lo normal, va hasta la habitación de ella y allí la encuentra, sentada en el sillón, durmiendo. Con mucho cuidado la levanta y la lleva hasta la cama y trae a su hija para colocarla a su lado para que puedan dormir juntas.Esa mañana, él prohíbe a Ester o cualquier sirviente entrar a esa habitación durante la mañana, al menos que sea para llevar la comida. Se alista y se va a la oficina como todos los días, dejando al tanto a Gage que su esposa se encuentra adentro y que puede salir de la hacienda cuando quiera, pero sin Eleonor.(...)Adelaide despierta var
Egil entra bajo el agua fría de la ducha y permanece allí un largo rato hasta serenarse. Por supuesto que quiso ir hasta esa habitación y hacerle saber que es él quien manda en esta casa y que su deber es obedecerlo, pero tampoco desea forzar las cosas. Ella está enojada y tiene las razones para estarlo. Debe ir poco a poco con ella.Luego de su baño, se acuesta y le es imposible conciliar el sueño. Tenía la leve esperanza de que ella viniera y pudieran arreglar las cosas al fin, odia estar más tiempo lejos de ella.Muy temprano se levanta y mientras espera a Gage para ponerse de acuerdo con él en algunas cuestiones, se acerca al balcón y la ve caminando a pasos rápidos hacia la finca, con ese vestido sencillo que usaba cuando la pilló en su habitación, su pelo suelto y un abrigo demasiado fino para el frío que está haciendo a esta hora.¿Qué tanto va a hacer a ese sitio? ¿Acaso le falta algo en la casa? ¿Le falta más espacio, más comodidades, más comida?—Señor, ¿quiere que le traiga
La entrepierna de Adelaide se empieza a manifestar con un cosquilleo delicioso, solamente con esas palabras, uno que no sentía hacía demasiado tiempo. Su piel se empieza a erizar ante el rozar delicado de los dedos de Egil en su pezón. Como arte de magia, una gota de leche se asoma en la punta y Egil no duda en llevar su boca hasta allí y succionarlo. La joven cierra los ojos con fuerza, incapaz de soportar las sensaciones tan abrumadoras que recorren su cuerpo. Egil succiona con ahínco, cambiando de un pecho a otro, como si no se decidiera cuál de ellos le gusta más. Sus ojos están cerrados al igual que Adelaide y disfruta de ese manjar que sale del cuerpo de su esposa como si fuese el elíxir de la juventud eterna. Es algo que se supone, no debería excitarlo, pero lo hace, sentir la leche de su esposa, derramarse en su boca y deleitarse de su sabor, lo excita mucho. De un momento a otro, Egil posiciona dos de sus dedos en su entrada y comienza a rozarla lentamente mientras con el