Hola mis bellas, espero me disculpen que ayer no subí capítulo por un viaje repentino que tuve el sábado del que regresé solo hoy. Un poco más tarde subiré otro capítulo. Gracias por el inmenso apoyo que siempre me dan, por su comentarios. ¡Le mando muchos besos!
En el jardín de la hacienda Arrabal, Adelaide e Irene dan un paseo en compañía de Eleonor luego de la deliciosa merienda. La charla entre las mujeres es amena hasta que la joven divisa a su hermana caminando a lo lejos a una de las fincas.—Tu hermana está recluida en esa finca desde hace unos días, querida —dice la señora Irene cuando se da cuenta donde está dirigida la mirada de Adelaide.—¿Por qué? Creí haber escuchado que Egil la tenía a su servicio o al menos eso dijeron algunas de las sirvientas.—No voy a mentirte, Adelaide. Tu hermana está gravemente enferma. Egil la tiene aislada en esa finca por temor a que contagie a las demás sirvientas. Ni siquiera Nora ha podido conseguir un alivio para ella. Su estado es grave, según me dijeron. Estuvo a punto de morir en más de una ocasión.—Necesito hablar con ella —La angustia en el rostro de Adelaide es evidente.—No creo que sea una buena idea, querida. Esa mujer te odia. Además, no sé si Egil lo verá en buena forma. Apenas se está
—Te amo, Adelaide —dice Egil en el momento que se corre violentamente dentro de su esposa. Sus jadeos llenan la habitación. Oír su confesión lleva a la joven a la misma cúspide. Se convulsiona y jadea sin poder controlarse cuando su propio orgasmo la arrasa antes de caer rendida a su pecho. Cuando por fin sus respiraciones se normalizan, Egil se apodera nuevamente de su boca y la besa. Sus lenguas juegan juntas una lucha feroz y sin tregua. Él no necesita más aliciente que ese para ponerse duro nuevamente. Adelaide despierta con el cuerpo totalmente adolorido y gomoso. Un brazo grande la tiene atrapada de la cintura y una pierna acorrala las suyas. Ni siquiera puede moverse. Por los ronquidos que oye de cerca, sabe que Egil está profundamente dormido y lo que menos desea ahora es que despierte y la torture de nuevo como lo hizo anoche. La joven se muerde los labios al recordar todo lo que este hombre le hizo anoche y no puede evitar sentirse excitada de nuevo. Si no fuera porque ell
Durante una semana entera, Adelaide se negó a ver a Egil a solas para no volver a caer en sus trampas de seducción. Las veces que él la mandó llamar a su habitación, ella se negó a ir alegando estar ocupada o cansada. En otras ocasiones él vino hasta ella, pero Adelaide no se volvió a entregar a él.Egil se prometió ser paciente, pero este castigo que ella le está dando es demasiado para un hombre tan apasionado como él. Cada vez que está cerca de Adelaide, Egil se vuelve un loco adicto. El cuerpo de su esposa lo enciende como el infierno y no se conforma con nada; sin embargo, esta noche, en especial, Adelaide está perdida en sus pensamientos.—Dime lo que debo hacer para que te sientas mejor, Adelaide —dice Egil mientras la sostiene en su pecho acostados en la cama. Ya su tía Irene le contó lo que pasó con Nadia y su intención de ayudarla—. Pide lo que quieras, ya no soporto verte así.—Quiero que dejes ir a mi hermana, Egil. Que la ayudes a llegar junto a nuestro padre, donde pueda
—Puedes llegar a un acuerdo con él. Dejar claro lo que serán sus responsabilidades dentro de la hacienda si está dispuesto a quedarse —dice, Gage—. Si lo deseas, yo puedo ir a hablar con él.—No. Mi hermano es un hombre orgulloso, Gage. Jamás aceptará quedarse si yo mismo no le pido disculpas y admito que me equivoqué.Ya de madrugada, Egil va a la habitación de Adelaide. Ella ya lo esperaba, pero al oírlo entrar, se hace la dormida para no demostrarle mucha importancia.Egil se quita su calzado y se acuesta a su lado en la cama. La joven se da vuelta enseguida y lo abraza. Eso es todo lo que necesitan ambos en esos momentos.Durante lo que resta de la noche no hablan de nada, excepto para decirse que se aman.Al día siguiente, en la habitación principal, antes de ir a la oficina, Egil comunica a su esposa que su hermana será trasladada en los próximos días hasta la mansión Valencia y que, cuando tenga tiempo, irá a ver a Benedict.Adelaide se pone tan contenta con la noticia que se t
—Adelaide piensa que no hay otra persona en el mundo en la que confíe tanto para cuidar a nuestra hija —añade Egil. Benedict traga saliva al oír de ella—. Y yo también lo creo, hermano. Sé que me comporté como un imbécil cuando supe que ella venía a verte, pero los celos no me dejaron pensar con claridad en esos momentos. Ella es la única mujer por la que sería capaz de entregar todo, hasta mi vida. Perderla en ese entonces me quemó el alma, no podía respirar. —Lo pensaré, Egil —responde Benedict, más tranquilo—. Necesito adaptarme al mundo de allí afuera nuevamente. Son muchos años en esta oscuridad. —Me parece lo justo. Esa noche, Benedict es liberado, pero no regresa a la casa principal como era de esperarse. Él pide a Egil ir a una de las fincas mientras tanto. Él se lo concede. Sus cosas, que Egil había mandado guardar bajo llave en uno de los depósitos, son llevadas por los guardias para que Benedict pueda disponer de ellas inmediatamente. La noticia sobre la liberación del
Dos semanas después, en la hacienda Arrabal… —¿Cómo te sientes, querida? —pregunta la señora Irene tomando la mano de Adelaide. La joven se encuentra frente al espejo mirando el peinado que le hicieron las estilistas para esta noche. Su largo pelo lo tiene reunido en una hermosa trenza que cuelga como cascada en su espalda adornada con algunas piedras preciosas. Su maquillaje es sencillo, pero exquisito. Aún no lleva su vestido puesto porque está esperando que Mercedes la ayude. Hoy es su presentación como la señora Arrabal frente a todo clan y su respiración no se ha normalizado desde que amaneció. Sus manos están frías y sudorosas. En su garganta persiste un nudo doloroso que no le permite estar del todo bien. La última vez que estuvo frente a tanta gente, fue cuando vino para desposar a Egil. Ese día aún lo recuerda como uno de los más dolorosos y humillantes de su vida. Teme tropezar con esos tacones tan altos o paralizarse en la alfombra, ganándose la burla de todos nuevament
Los rostros de Adelaide y Benedict se encuentran tan cerca uno del otro que sus alientos chocan entre sí. La joven se queda muda ante el pedido de Benedict, abre la boca para decir algo, pero nada sale de su garganta.Ella cierra los ojos justo antes de que sus labios se encuentren.Mientras la boca de Benedict se mueve delicadamente sobre la de ella, le acaricia la mejilla con el pulgar. Es un beso tierno y dulce, un beso de amor sincero.Ninguno de los dos se detiene a pensar en lo que pasa alrededor ni en las consecuencias, en caso de que alguien los descubra, solo se dejan llevar por el momento mientras comparten la misma respiración y las mismas ganas de seguir.Benedict está mareado y borracho con el sabor de su boca, entre tanto Adelaide tiene la mente confusa y aturdida.Sin que ninguno pueda evitarlo, la interacción entre ellos se vuelve intensa, las aspiraciones son más urgentes y el beso, que anteriormente era suave, se convierte en un beso eléctrico, intenso y explosivo. S
Nadia mueve la daga mientras una sonora carcajada sale de su garganta. En ese momento un zumbido agudo se oye por todo el sitio y un segundo después una bala golpea la frente de la mujer, con tanta fuerza y velocidad, que la tira al suelo, muerta. Benedict baja el arma con la respiración agitada. Adelaide grita sin cesar al ver el cuerpo sin vida de su hermana a su lado. Su esposo la toma en brazos para ponerla a salvo mientras los guardias hacen su trabajo de llevarse el cuerpo de la difunta. Egil mira hacia su hermano y asiente, también Benedict lo hace antes de salir de allí. Esa noche, descubren a dos infiltrados más de Calixto Valencia dentro de la hacienda que se habían hecho pasar también por meseros. Estaban cuidando las espaldas a Nadia. Adelaide es atendida por la médica y su herida en el cuello es superficial. La gran fiesta es cancelada. Una vez más tranquila, ella le pide a Egil llevar a cabo la boda de todos modos, pero sin nadie más presente que ellos dos, el sacer