Nadia mueve la daga mientras una sonora carcajada sale de su garganta. En ese momento un zumbido agudo se oye por todo el sitio y un segundo después una bala golpea la frente de la mujer, con tanta fuerza y velocidad, que la tira al suelo, muerta. Benedict baja el arma con la respiración agitada. Adelaide grita sin cesar al ver el cuerpo sin vida de su hermana a su lado. Su esposo la toma en brazos para ponerla a salvo mientras los guardias hacen su trabajo de llevarse el cuerpo de la difunta. Egil mira hacia su hermano y asiente, también Benedict lo hace antes de salir de allí. Esa noche, descubren a dos infiltrados más de Calixto Valencia dentro de la hacienda que se habían hecho pasar también por meseros. Estaban cuidando las espaldas a Nadia. Adelaide es atendida por la médica y su herida en el cuello es superficial. La gran fiesta es cancelada. Una vez más tranquila, ella le pide a Egil llevar a cabo la boda de todos modos, pero sin nadie más presente que ellos dos, el sacer
Ana Lupot está recostada en una de las mesas con su vestido arrugado hasta su cintura, dejando al aire su hermoso trasero mientras Egil la embiste desde atrás de manera salvaje. Los gemidos de ambos estremecen a Adelaide. No es que a ella le sorprenda el actuar de su esposo. Egil siempre ha demostrado ser un hombre muy lujurioso y ya frente a ella lo ha visto hacer sus cosas con otras mujeres, pero le decepciona mucho que esté haciendo esto cuando se supone que es su noche de bodas.¿Cómo pudo sentir un atisbo de culpa por besar a Benedict cuando a él no le importa follar a otra mujer en sus propias narices?Sale del lugar en total silencio. Se asegura de dejar todo cerrado nuevamente y se coloca un abrigo oscuro antes de tomar el pasillo que une el palacio con el jardín. No cree que su esposo la busque esta noche de todos modos. Ya estará bastante satisfecho con esa mujer.Sus pasos son casi imperceptibles en el oscuro camino que conduce a las fincas. Caminos que ella recorrió mile
Adelaide se siente en el mismo paraíso cuando Benedict se posiciona en su entrepierna y su lengua, lisa y mojada, empieza a moverse entre sus pliegues, estimulando su parte más sensible. Si sigue así por un momento más va a correrse muy pronto. Los gemidos de la joven se vuelven más intensos y llenan la pequeña finca donde se encuentran los amantes. Benedict no está dispuesto a soltarla hasta haberse saciado de ella y así lo hace. Adelaide explota en un profundo éxtasis que la deja temblando incontrolablemente. Él la observa hasta el final sin desacelerar su labor. Ama lo que ve de ella, la manera en que se sacude en sus brazos y se deja llevar por el placer, sus gestos, su boca, sus gemidos, su piel brillante por el sudor, su sabor inundando su boca. Sin poder soportarlo más y antes de que ella vuelva del todo a la realidad, hace algunos movimientos, la toma de la cintura y la trae a su regazo para posicionarla encima de su erección. Un gruñido profundo y largo sale de la gargan
Cuando Adelaide termina de vestirse y peinarse, la puerta se abre bruscamente y Egil entra. —Mi amor —dice caminando hacia ella. Adelaide se levanta de la silla para recibirlo. El sabor amargo de verlo con esa mujer anoche aún no se disipa del todo de su garganta. Finge sonreír, aunque por otra razón distinta a la que Egil cree—, ¿cómo amaneciste? ¿Ya te sientes mejor? Vine a buscarte anoche, pero ya estabas dormida y no quise molestarte. —Discúlpame, debí suponer que vendrías. Después de todo era nuestra noche de bodas. Me alisté para ti con el mayor esmero, pero lastimosamente tomé un té relajante y me quedé dormida. La mención de la noche de bodas hace fruncir el ceño a Egil, imaginando que tal vez ella haya visto algo o alguien le haya contado que estaba con Ana anoche, pero sonríe para no notarse preocupado. —Luego de lo que sucedió con tu hermana, pensé que necesitarías descansar, por eso preferí no molestarte —Egil la toma de la cintura y la atrae a su enorme cuerpo mientr
Seis meses después…—Señora Adelaide, el señor Egil se encuentra ocupado en algunos asuntos importantes ahora mismo. No podrá recibirla —informa Ester colocada en la puerta—. Cuando él se desocupe voy a informarle que estuvo aquí.—Muchas gracias, Ester, pero no es necesario —responde Adelaide.Por increíble que parezca, la joven solo sonríe y se marcha sin decir nada más. No es necesario preguntar qué es eso tan importante en el que está ocupado su esposo, porque es capaz de adivinarlo perfectamente. No es ciega ni mucho menos tonta.Ester mira a Adelaide perderse en el pasillo y una sonrisa se asoma en su rostro. Lidiar con ella no le ha sido muy fácil en estos meses, especialmente cuando el señor Egil le pide que haga cosas que ella no debe enterarse. Tampoco puede ir en contra de ella porque él es capaz de matarla si a su esposa le sucede algo. Su situación como ama de llaves de la hacienda le está causando muchos problemas, aunque parezca que lo tiene todo controlado. Adelaide
—No puede ir vestida así, señora —Samuel mira a los alrededores para verificar que no haya alguien cerca que los esté escuchando—. Debe usar un vestido común como las jóvenes que frecuentan esos lugares o un atuendo que tape un poco su cara.Benedict, quien aún está en sus labores, puede ver el momento exacto en el que Adelaide se sienta en ese banco y todo lo que hace desde ese entonces. La conoce tanto que es capaz hasta de leer cada uno de sus gestos. Por la hora imagina que toda esa incomodidad se debe a su hermano.Si tan solo él pudiera…Él se sacude la cabeza para no seguir alucinando con ella. Han pasado seis meses desde esa vez que ellos hicieron el amor y ella nunca más volvió a buscarlo. Quizás nunca más lo haga.El castaño deja todas sus cuestiones listas y se dirige hasta su finca. Hoy fue un día bastante atareado y su cuerpo se siente dolorido y agotado. El regreso de su hermano desde Europa trae también buenas noticias para el clan, pero a la vez más trabajo.Luego de u
—No se permiten peleas dentro del recinto —dice un hombre trajeado con un puro en la mano, quien se percata del enfrentamiento al pasar por ahí—. Mujeres hay muchas y estoy seguro de que pueden compartir o conseguir otra. Ninguno de los tres responde nada. La respiración de Benedict se vuelve pesada, entretanto Adelaide se muerde los labios muy fuerte al sentir su erección rozando en su bajo vientre. Adelaide aparta el arma de Samuel lentamente. —Señora, no es conveniente que sigamos aquí —Samuel dice en voz baja, nervioso al reconocer al hermano del jefe y temiendo lo peor. Benedict la arrastra a una de las cabinas y cierra la cortina. Samuel queda impotente y preocupado sin saber qué hacer. Todo esto puede ser muy malo para Adelaide si el señor Egil los encuentra allí. —¿Te volviste loca? —dice Benedict, bastante nervioso. Sus bocas están tan cerca que sus alientos se mezclan entre sí— Sabes bien de lo que Egil es capaz de hacer si se entera de que estuviste aquí. —Por supues
—No creo que deba decir demasiado, tú me conoces más que yo mismo —dice Egil a Benedict mientras bebe de su copa, sin dejar de verlo a los ojos—. No tengo ninguna intención de entrar en una disputa contigo por mi esposa ni discutir lo que hicieron, tampoco voy a pedirte que te alejes de ella porque sé que no lo harás, al menos que te mate, pero sí quiero que seas consciente de tu lugar y el mío. No quiero que esto afecte de ninguna forma al clan, ni a nuestra reputación o la de mi hija, quién es la futura heredera de todo esto.Benedict también bebe de su copa de vino.—Sé perfectamente cuál es mi lugar y mis limitaciones —Egil nota la amargura en las palabras de su hermano—. No haría nada que dañe a Adelaide, contrario a lo que tú haces desde que vino a esta hacienda.—No te llamé para que me reclames nada, Benedict, además, yo amo a Adelaide —responde Egil sirviendo un poco más de vino en su copa—, pero nunca he sido ni seré el hombre que ella desea ni el que merece realmente. Tampo