Ya no sé si juzgar a la pobre Adelaide. Ha sufrido mucho.
Cuando Adelaide termina de vestirse y peinarse, la puerta se abre bruscamente y Egil entra. —Mi amor —dice caminando hacia ella. Adelaide se levanta de la silla para recibirlo. El sabor amargo de verlo con esa mujer anoche aún no se disipa del todo de su garganta. Finge sonreír, aunque por otra razón distinta a la que Egil cree—, ¿cómo amaneciste? ¿Ya te sientes mejor? Vine a buscarte anoche, pero ya estabas dormida y no quise molestarte. —Discúlpame, debí suponer que vendrías. Después de todo era nuestra noche de bodas. Me alisté para ti con el mayor esmero, pero lastimosamente tomé un té relajante y me quedé dormida. La mención de la noche de bodas hace fruncir el ceño a Egil, imaginando que tal vez ella haya visto algo o alguien le haya contado que estaba con Ana anoche, pero sonríe para no notarse preocupado. —Luego de lo que sucedió con tu hermana, pensé que necesitarías descansar, por eso preferí no molestarte —Egil la toma de la cintura y la atrae a su enorme cuerpo mientr
Seis meses después…—Señora Adelaide, el señor Egil se encuentra ocupado en algunos asuntos importantes ahora mismo. No podrá recibirla —informa Ester colocada en la puerta—. Cuando él se desocupe voy a informarle que estuvo aquí.—Muchas gracias, Ester, pero no es necesario —responde Adelaide.Por increíble que parezca, la joven solo sonríe y se marcha sin decir nada más. No es necesario preguntar qué es eso tan importante en el que está ocupado su esposo, porque es capaz de adivinarlo perfectamente. No es ciega ni mucho menos tonta.Ester mira a Adelaide perderse en el pasillo y una sonrisa se asoma en su rostro. Lidiar con ella no le ha sido muy fácil en estos meses, especialmente cuando el señor Egil le pide que haga cosas que ella no debe enterarse. Tampoco puede ir en contra de ella porque él es capaz de matarla si a su esposa le sucede algo. Su situación como ama de llaves de la hacienda le está causando muchos problemas, aunque parezca que lo tiene todo controlado. Adelaide
—No puede ir vestida así, señora —Samuel mira a los alrededores para verificar que no haya alguien cerca que los esté escuchando—. Debe usar un vestido común como las jóvenes que frecuentan esos lugares o un atuendo que tape un poco su cara.Benedict, quien aún está en sus labores, puede ver el momento exacto en el que Adelaide se sienta en ese banco y todo lo que hace desde ese entonces. La conoce tanto que es capaz hasta de leer cada uno de sus gestos. Por la hora imagina que toda esa incomodidad se debe a su hermano.Si tan solo él pudiera…Él se sacude la cabeza para no seguir alucinando con ella. Han pasado seis meses desde esa vez que ellos hicieron el amor y ella nunca más volvió a buscarlo. Quizás nunca más lo haga.El castaño deja todas sus cuestiones listas y se dirige hasta su finca. Hoy fue un día bastante atareado y su cuerpo se siente dolorido y agotado. El regreso de su hermano desde Europa trae también buenas noticias para el clan, pero a la vez más trabajo.Luego de u
—No se permiten peleas dentro del recinto —dice un hombre trajeado con un puro en la mano, quien se percata del enfrentamiento al pasar por ahí—. Mujeres hay muchas y estoy seguro de que pueden compartir o conseguir otra. Ninguno de los tres responde nada. La respiración de Benedict se vuelve pesada, entretanto Adelaide se muerde los labios muy fuerte al sentir su erección rozando en su bajo vientre. Adelaide aparta el arma de Samuel lentamente. —Señora, no es conveniente que sigamos aquí —Samuel dice en voz baja, nervioso al reconocer al hermano del jefe y temiendo lo peor. Benedict la arrastra a una de las cabinas y cierra la cortina. Samuel queda impotente y preocupado sin saber qué hacer. Todo esto puede ser muy malo para Adelaide si el señor Egil los encuentra allí. —¿Te volviste loca? —dice Benedict, bastante nervioso. Sus bocas están tan cerca que sus alientos se mezclan entre sí— Sabes bien de lo que Egil es capaz de hacer si se entera de que estuviste aquí. —Por supues
—No creo que deba decir demasiado, tú me conoces más que yo mismo —dice Egil a Benedict mientras bebe de su copa, sin dejar de verlo a los ojos—. No tengo ninguna intención de entrar en una disputa contigo por mi esposa ni discutir lo que hicieron, tampoco voy a pedirte que te alejes de ella porque sé que no lo harás, al menos que te mate, pero sí quiero que seas consciente de tu lugar y el mío. No quiero que esto afecte de ninguna forma al clan, ni a nuestra reputación o la de mi hija, quién es la futura heredera de todo esto.Benedict también bebe de su copa de vino.—Sé perfectamente cuál es mi lugar y mis limitaciones —Egil nota la amargura en las palabras de su hermano—. No haría nada que dañe a Adelaide, contrario a lo que tú haces desde que vino a esta hacienda.—No te llamé para que me reclames nada, Benedict, además, yo amo a Adelaide —responde Egil sirviendo un poco más de vino en su copa—, pero nunca he sido ni seré el hombre que ella desea ni el que merece realmente. Tampo
Dos años después… Una mujer con el cabello largo y cobrizo camina rápidamente por los pasillos de la hacienda hacia la recámara principal. Su perfume y su belleza envuelve a todos a su paso. Su hija, una pequeña niña igual de hermosa, de poco más de tres años, camina detrás de ella con su niñera que ya no puede seguirle el paso como cuando era una bebé. Eleonor se volvió una niña vigorosa y con mucha fuerza. Todos los guardias miran a Adelaide de soslayo al pasar. La mayoría de ellos se unieron a la guardia solo para poder estar cerca de la mujer más bella del clan Arrabal. Muchos incluso han llegado a decir que ella es un ser mágico debido a la belleza tan característica que posee. Su cabello cobrizo, largo y ondulado, le llega hasta la cintura, sus ojos son grises, aunque hay ocasiones que se tornan más azulados dependiendo de su humor y su piel es extremadamente blanca y tersa. Su carácter, desde un tiempo a esta parte, es algo que contrasta enormemente con su exquisita belleza.
Ya de madrugada, la puerta de Egil suena vigorosamente. Él se levanta aturdido por la insistencia. Respira profundamente para serenarse. Apenas había podido conciliar el sueño hace unos minutos y ya se despertó nuevamente. —Adelante —dice, apenas consigue ponerse su bata. Ester abre la puerta, nerviosa. —La señora Adelaide ya está con dolores de parto, señor. —¿Qué? ¿Desde qué hora está así? —Ella está con mucho dolor desde anoche. La médica de su tía ya la está examinando ahora mismo y alistando para partir. —¡¿Y por qué no me avisaste antes?! —gruñe Egil, molesto mientras se cambia la bata por una chaqueta y se coloca un calzado—. Te dejé claro la última vez que debías decirme todo lo que se trate de ella y de mi hijo, sin importar la hora. —Lo siento, señor. Lo supe hasta ahora también cuando la sirvienta Mercedes vino a avisarme. La señora Adelaide pidió que nadie lo molestara a menos que su situación empeorara y necesite ir a la clínica, por eso estoy aquí. Además, desp
La paz entre los clanes reina desde hace un año exactamente, cuando todos los demás hacendados se reunieron y pidieron una tregua a Egil. Tregua que les fue concedida a pedido de Adelaide.Pese a que fue reactivado el libre comercio entre ellos, Egil decidió tomar precauciones como lo había planeado desde un principio y a pedido de su esposa. Tampoco confía al cien por ciento de esa supuesta paz luego de tanto tiempo de vivir en enemistad.Esta es una peculiar mañana, hay mucho movimiento en la hacienda desde temprano, al igual que en la oficina. Ya los socios y miembros del clan se encuentran reunidos en la sala de juntas esperando por Egil para iniciar la sesión.—¿Mi hermano ya se encuentra en la sala? —pregunta Benedict a la misma joven secretaria que se encontraba con Egil en su habitación la otra vez. El joven se sonroja al instante.—Aún no, señor —responde ella con voz titubeante.Benedict asiente y camina hasta el gran ventanal del edificio desde donde se puede ver toda la fa