—Adelaide piensa que no hay otra persona en el mundo en la que confíe tanto para cuidar a nuestra hija —añade Egil. Benedict traga saliva al oír de ella—. Y yo también lo creo, hermano. Sé que me comporté como un imbécil cuando supe que ella venía a verte, pero los celos no me dejaron pensar con claridad en esos momentos. Ella es la única mujer por la que sería capaz de entregar todo, hasta mi vida. Perderla en ese entonces me quemó el alma, no podía respirar. —Lo pensaré, Egil —responde Benedict, más tranquilo—. Necesito adaptarme al mundo de allí afuera nuevamente. Son muchos años en esta oscuridad. —Me parece lo justo. Esa noche, Benedict es liberado, pero no regresa a la casa principal como era de esperarse. Él pide a Egil ir a una de las fincas mientras tanto. Él se lo concede. Sus cosas, que Egil había mandado guardar bajo llave en uno de los depósitos, son llevadas por los guardias para que Benedict pueda disponer de ellas inmediatamente. La noticia sobre la liberación del
Dos semanas después, en la hacienda Arrabal… —¿Cómo te sientes, querida? —pregunta la señora Irene tomando la mano de Adelaide. La joven se encuentra frente al espejo mirando el peinado que le hicieron las estilistas para esta noche. Su largo pelo lo tiene reunido en una hermosa trenza que cuelga como cascada en su espalda adornada con algunas piedras preciosas. Su maquillaje es sencillo, pero exquisito. Aún no lleva su vestido puesto porque está esperando que Mercedes la ayude. Hoy es su presentación como la señora Arrabal frente a todo clan y su respiración no se ha normalizado desde que amaneció. Sus manos están frías y sudorosas. En su garganta persiste un nudo doloroso que no le permite estar del todo bien. La última vez que estuvo frente a tanta gente, fue cuando vino para desposar a Egil. Ese día aún lo recuerda como uno de los más dolorosos y humillantes de su vida. Teme tropezar con esos tacones tan altos o paralizarse en la alfombra, ganándose la burla de todos nuevament
Los rostros de Adelaide y Benedict se encuentran tan cerca uno del otro que sus alientos chocan entre sí. La joven se queda muda ante el pedido de Benedict, abre la boca para decir algo, pero nada sale de su garganta.Ella cierra los ojos justo antes de que sus labios se encuentren.Mientras la boca de Benedict se mueve delicadamente sobre la de ella, le acaricia la mejilla con el pulgar. Es un beso tierno y dulce, un beso de amor sincero.Ninguno de los dos se detiene a pensar en lo que pasa alrededor ni en las consecuencias, en caso de que alguien los descubra, solo se dejan llevar por el momento mientras comparten la misma respiración y las mismas ganas de seguir.Benedict está mareado y borracho con el sabor de su boca, entre tanto Adelaide tiene la mente confusa y aturdida.Sin que ninguno pueda evitarlo, la interacción entre ellos se vuelve intensa, las aspiraciones son más urgentes y el beso, que anteriormente era suave, se convierte en un beso eléctrico, intenso y explosivo. S
Nadia mueve la daga mientras una sonora carcajada sale de su garganta. En ese momento un zumbido agudo se oye por todo el sitio y un segundo después una bala golpea la frente de la mujer, con tanta fuerza y velocidad, que la tira al suelo, muerta. Benedict baja el arma con la respiración agitada. Adelaide grita sin cesar al ver el cuerpo sin vida de su hermana a su lado. Su esposo la toma en brazos para ponerla a salvo mientras los guardias hacen su trabajo de llevarse el cuerpo de la difunta. Egil mira hacia su hermano y asiente, también Benedict lo hace antes de salir de allí. Esa noche, descubren a dos infiltrados más de Calixto Valencia dentro de la hacienda que se habían hecho pasar también por meseros. Estaban cuidando las espaldas a Nadia. Adelaide es atendida por la médica y su herida en el cuello es superficial. La gran fiesta es cancelada. Una vez más tranquila, ella le pide a Egil llevar a cabo la boda de todos modos, pero sin nadie más presente que ellos dos, el sacer
Ana Lupot está recostada en una de las mesas con su vestido arrugado hasta su cintura, dejando al aire su hermoso trasero mientras Egil la embiste desde atrás de manera salvaje. Los gemidos de ambos estremecen a Adelaide. No es que a ella le sorprenda el actuar de su esposo. Egil siempre ha demostrado ser un hombre muy lujurioso y ya frente a ella lo ha visto hacer sus cosas con otras mujeres, pero le decepciona mucho que esté haciendo esto cuando se supone que es su noche de bodas.¿Cómo pudo sentir un atisbo de culpa por besar a Benedict cuando a él no le importa follar a otra mujer en sus propias narices?Sale del lugar en total silencio. Se asegura de dejar todo cerrado nuevamente y se coloca un abrigo oscuro antes de tomar el pasillo que une el palacio con el jardín. No cree que su esposo la busque esta noche de todos modos. Ya estará bastante satisfecho con esa mujer.Sus pasos son casi imperceptibles en el oscuro camino que conduce a las fincas. Caminos que ella recorrió mile
Adelaide se siente en el mismo paraíso cuando Benedict se posiciona en su entrepierna y su lengua, lisa y mojada, empieza a moverse entre sus pliegues, estimulando su parte más sensible. Si sigue así por un momento más va a correrse muy pronto. Los gemidos de la joven se vuelven más intensos y llenan la pequeña finca donde se encuentran los amantes. Benedict no está dispuesto a soltarla hasta haberse saciado de ella y así lo hace. Adelaide explota en un profundo éxtasis que la deja temblando incontrolablemente. Él la observa hasta el final sin desacelerar su labor. Ama lo que ve de ella, la manera en que se sacude en sus brazos y se deja llevar por el placer, sus gestos, su boca, sus gemidos, su piel brillante por el sudor, su sabor inundando su boca. Sin poder soportarlo más y antes de que ella vuelva del todo a la realidad, hace algunos movimientos, la toma de la cintura y la trae a su regazo para posicionarla encima de su erección. Un gruñido profundo y largo sale de la gargan
Cuando Adelaide termina de vestirse y peinarse, la puerta se abre bruscamente y Egil entra. —Mi amor —dice caminando hacia ella. Adelaide se levanta de la silla para recibirlo. El sabor amargo de verlo con esa mujer anoche aún no se disipa del todo de su garganta. Finge sonreír, aunque por otra razón distinta a la que Egil cree—, ¿cómo amaneciste? ¿Ya te sientes mejor? Vine a buscarte anoche, pero ya estabas dormida y no quise molestarte. —Discúlpame, debí suponer que vendrías. Después de todo era nuestra noche de bodas. Me alisté para ti con el mayor esmero, pero lastimosamente tomé un té relajante y me quedé dormida. La mención de la noche de bodas hace fruncir el ceño a Egil, imaginando que tal vez ella haya visto algo o alguien le haya contado que estaba con Ana anoche, pero sonríe para no notarse preocupado. —Luego de lo que sucedió con tu hermana, pensé que necesitarías descansar, por eso preferí no molestarte —Egil la toma de la cintura y la atrae a su enorme cuerpo mientr
Seis meses después…—Señora Adelaide, el señor Egil se encuentra ocupado en algunos asuntos importantes ahora mismo. No podrá recibirla —informa Ester colocada en la puerta—. Cuando él se desocupe voy a informarle que estuvo aquí.—Muchas gracias, Ester, pero no es necesario —responde Adelaide.Por increíble que parezca, la joven solo sonríe y se marcha sin decir nada más. No es necesario preguntar qué es eso tan importante en el que está ocupado su esposo, porque es capaz de adivinarlo perfectamente. No es ciega ni mucho menos tonta.Ester mira a Adelaide perderse en el pasillo y una sonrisa se asoma en su rostro. Lidiar con ella no le ha sido muy fácil en estos meses, especialmente cuando el señor Egil le pide que haga cosas que ella no debe enterarse. Tampoco puede ir en contra de ella porque él es capaz de matarla si a su esposa le sucede algo. Su situación como ama de llaves de la hacienda le está causando muchos problemas, aunque parezca que lo tiene todo controlado. Adelaide