Adelaide por fin llegó. Egil cierra los ojos esperando a que ella se acerque. Sus pasos son tan sutiles que apenas pueden oírse en el profundo silencio de la habitación. Oye un suspiro muy cerca de él que lo tienta a abrir los ojos, pero aún no es tiempo.Algo se remueve a su lado. Luego un balbuceo de su hija y el rechinar del sillón. Solo debe esperar un poco más y ella será nuevamente suya.Adelaide deja un beso suave en la frente de su hija, quien está despierta esperando por ella. Eleonor balbucea muy feliz al ver a su madre.La toma en sus brazos y camina hasta el sillón para liberar su pecho inflamado y alimentar a su hija, quien ya se encuentra ansiosa por su leche.Eleonor succiona con ahínco mientras mira a su madre fijamente. Madre e hija comparten un momento largo y maravilloso después de estar separadas por un día entero.Adelaide se da cuenta de la canasta llena de frutas en la mesa y su estómago empieza a gruñir. La angustia no la ha dejado alimentarse correctamente de
La joven llora por un buen tiempo, luego se levanta, abre la puerta y se va a la que era antes su habitación y se queda dormida en el sillón, exhausta y con el corazón confundido.Egil no consigue dormir, aunque intenta por todos los medios hacerlo luego de escuchar el clic de la puerta. Adelaide no pudo haberse ido de la casa, eso lo tiene seguro, pero saber que no quiso quedarse cerca de él, le duele. Se levanta más temprano de lo normal, va hasta la habitación de ella y allí la encuentra, sentada en el sillón, durmiendo. Con mucho cuidado la levanta y la lleva hasta la cama y trae a su hija para colocarla a su lado para que puedan dormir juntas.Esa mañana, él prohíbe a Ester o cualquier sirviente entrar a esa habitación durante la mañana, al menos que sea para llevar la comida. Se alista y se va a la oficina como todos los días, dejando al tanto a Gage que su esposa se encuentra adentro y que puede salir de la hacienda cuando quiera, pero sin Eleonor.(...)Adelaide despierta var
Egil entra bajo el agua fría de la ducha y permanece allí un largo rato hasta serenarse. Por supuesto que quiso ir hasta esa habitación y hacerle saber que es él quien manda en esta casa y que su deber es obedecerlo, pero tampoco desea forzar las cosas. Ella está enojada y tiene las razones para estarlo. Debe ir poco a poco con ella.Luego de su baño, se acuesta y le es imposible conciliar el sueño. Tenía la leve esperanza de que ella viniera y pudieran arreglar las cosas al fin, odia estar más tiempo lejos de ella.Muy temprano se levanta y mientras espera a Gage para ponerse de acuerdo con él en algunas cuestiones, se acerca al balcón y la ve caminando a pasos rápidos hacia la finca, con ese vestido sencillo que usaba cuando la pilló en su habitación, su pelo suelto y un abrigo demasiado fino para el frío que está haciendo a esta hora.¿Qué tanto va a hacer a ese sitio? ¿Acaso le falta algo en la casa? ¿Le falta más espacio, más comodidades, más comida?—Señor, ¿quiere que le traiga
La entrepierna de Adelaide se empieza a manifestar con un cosquilleo delicioso, solamente con esas palabras, uno que no sentía hacía demasiado tiempo. Su piel se empieza a erizar ante el rozar delicado de los dedos de Egil en su pezón. Como arte de magia, una gota de leche se asoma en la punta y Egil no duda en llevar su boca hasta allí y succionarlo. La joven cierra los ojos con fuerza, incapaz de soportar las sensaciones tan abrumadoras que recorren su cuerpo. Egil succiona con ahínco, cambiando de un pecho a otro, como si no se decidiera cuál de ellos le gusta más. Sus ojos están cerrados al igual que Adelaide y disfruta de ese manjar que sale del cuerpo de su esposa como si fuese el elíxir de la juventud eterna. Es algo que se supone, no debería excitarlo, pero lo hace, sentir la leche de su esposa, derramarse en su boca y deleitarse de su sabor, lo excita mucho. De un momento a otro, Egil posiciona dos de sus dedos en su entrada y comienza a rozarla lentamente mientras con el
En el jardín de la hacienda Arrabal, Adelaide e Irene dan un paseo en compañía de Eleonor luego de la deliciosa merienda. La charla entre las mujeres es amena hasta que la joven divisa a su hermana caminando a lo lejos a una de las fincas.—Tu hermana está recluida en esa finca desde hace unos días, querida —dice la señora Irene cuando se da cuenta donde está dirigida la mirada de Adelaide.—¿Por qué? Creí haber escuchado que Egil la tenía a su servicio o al menos eso dijeron algunas de las sirvientas.—No voy a mentirte, Adelaide. Tu hermana está gravemente enferma. Egil la tiene aislada en esa finca por temor a que contagie a las demás sirvientas. Ni siquiera Nora ha podido conseguir un alivio para ella. Su estado es grave, según me dijeron. Estuvo a punto de morir en más de una ocasión.—Necesito hablar con ella —La angustia en el rostro de Adelaide es evidente.—No creo que sea una buena idea, querida. Esa mujer te odia. Además, no sé si Egil lo verá en buena forma. Apenas se está
—Te amo, Adelaide —dice Egil en el momento que se corre violentamente dentro de su esposa. Sus jadeos llenan la habitación. Oír su confesión lleva a la joven a la misma cúspide. Se convulsiona y jadea sin poder controlarse cuando su propio orgasmo la arrasa antes de caer rendida a su pecho. Cuando por fin sus respiraciones se normalizan, Egil se apodera nuevamente de su boca y la besa. Sus lenguas juegan juntas una lucha feroz y sin tregua. Él no necesita más aliciente que ese para ponerse duro nuevamente. Adelaide despierta con el cuerpo totalmente adolorido y gomoso. Un brazo grande la tiene atrapada de la cintura y una pierna acorrala las suyas. Ni siquiera puede moverse. Por los ronquidos que oye de cerca, sabe que Egil está profundamente dormido y lo que menos desea ahora es que despierte y la torture de nuevo como lo hizo anoche. La joven se muerde los labios al recordar todo lo que este hombre le hizo anoche y no puede evitar sentirse excitada de nuevo. Si no fuera porque ell
Durante una semana entera, Adelaide se negó a ver a Egil a solas para no volver a caer en sus trampas de seducción. Las veces que él la mandó llamar a su habitación, ella se negó a ir alegando estar ocupada o cansada. En otras ocasiones él vino hasta ella, pero Adelaide no se volvió a entregar a él.Egil se prometió ser paciente, pero este castigo que ella le está dando es demasiado para un hombre tan apasionado como él. Cada vez que está cerca de Adelaide, Egil se vuelve un loco adicto. El cuerpo de su esposa lo enciende como el infierno y no se conforma con nada; sin embargo, esta noche, en especial, Adelaide está perdida en sus pensamientos.—Dime lo que debo hacer para que te sientas mejor, Adelaide —dice Egil mientras la sostiene en su pecho acostados en la cama. Ya su tía Irene le contó lo que pasó con Nadia y su intención de ayudarla—. Pide lo que quieras, ya no soporto verte así.—Quiero que dejes ir a mi hermana, Egil. Que la ayudes a llegar junto a nuestro padre, donde pueda
—Puedes llegar a un acuerdo con él. Dejar claro lo que serán sus responsabilidades dentro de la hacienda si está dispuesto a quedarse —dice, Gage—. Si lo deseas, yo puedo ir a hablar con él.—No. Mi hermano es un hombre orgulloso, Gage. Jamás aceptará quedarse si yo mismo no le pido disculpas y admito que me equivoqué.Ya de madrugada, Egil va a la habitación de Adelaide. Ella ya lo esperaba, pero al oírlo entrar, se hace la dormida para no demostrarle mucha importancia.Egil se quita su calzado y se acuesta a su lado en la cama. La joven se da vuelta enseguida y lo abraza. Eso es todo lo que necesitan ambos en esos momentos.Durante lo que resta de la noche no hablan de nada, excepto para decirse que se aman.Al día siguiente, en la habitación principal, antes de ir a la oficina, Egil comunica a su esposa que su hermana será trasladada en los próximos días hasta la mansión Valencia y que, cuando tenga tiempo, irá a ver a Benedict.Adelaide se pone tan contenta con la noticia que se t