En la mañana Karin le preparó desayuno a Ignacio.
—Mi amor, hoy si quiero que desayunemos juntos.
—Está bien.
Cuando se sentaron a la mesa ella le dijo:
—¿Mi amor, será que puedo tomarme el día libre? es que quiero organizar nuestras cosas.
—Por supuesto, hoy no tenemos tanto por hacer en la empresa, y en la tarde saldré con Diego y Demián a reunirme con un nuevo inversionista.
—Perfecto, así puedo arreglar nuestras cosas, y voy a preparar una cena para los dos, quiero que esta noche sea especial y celebremos este comienzo de nuestras vidas juntos.
—Bien entonces nos vemos en la noche.
Al mediodía Ignacio fue a almorzar con su familia. Ese día Silvia no causó ningún tipo de problema, simplemente bajó a comer; aunque sucedió algo inesperado, ella bajó no solo con la niña, sino
Silvia empacó algunas de sus cosas para viajar a Bruselas a confrontar a Henrry. Ernesto la observó mientras lo hacía y permaneció en silencio por un rato, luego se acercó a ella por atrás y le puso las manos sobre sus hombros y le dijo:—¿Es necesario que vayas a verlo? —Ella sin siquiera intentar mirarlo respondió:—Por supuesto, necesito ver a ese desgraciado y confrontarlo.—¿Estás segura?—¿Segura de qué?—¿Solo deseas confrontarlo? ¿O esperas algo más?—¿Qué me estás queriendo decir Ernesto? —Él le dio la vuelta y le agarró las manos, mirándola a los ojos le dijo:—Aun lo sigues amando, estoy seguro que te mueres por verlo.—Lo odio, no lo amo.—No quiero que vayas con él.—¿Qué r
Ignacio llegó borracho en la madrugada a su casa, Karin aún estaba despierta y oyó cuando él abrió la puerta. De la borrachera él no supo ni cómo llegó. Subió algunos escalones hacia el segundo piso y se sentó en la mitad de las escaleras. Karin se levantó y se asomó, lo vio allí, Ignacio se estaba quedando dormido recostado en el barandal. Ella bajó a despertarlo. —Ignacio. —Él abrió los ojos, se quedó m
Ignacio salió de la oficina con la intención de ir a hablar con Karin, pero detuvo el auto frente a un parque y bajó del mismo. Caminó hasta que encontró una banca apartada de toda la gente que había en ese lugar. Allí meditó por un rato lo que estaba sucediendo. Después decidió ir a hablar con ella.Cuando llegó a la casa, todo se encontraba oscuro, las cortinas estaban cerradas y no había luces encendidas.—Karin. —La llamó dudando si ella estaba o no en la casa y comenzó a subir las escaleras.Karin estaba muy deprimida y acostada en la cama, había llorado toda la mañana. Cuando Ignacio llegó encendió la luz.—Karin.—¿Qué quieres? —Dijo con la voz adolorida.—Solo quiero que hablemos.—¿Qué me vas a decir? &i
Pasaron varias semanas, Amelia asimiló la ausencia de Ignacio, y su estado de ánimo mejoró de manera considerable. Por un lado no tenía que fingir tanto ser Silvia, no debía enfrentar sus peleas y reproches hacia su esposa que, aunque no estaban dirigidos a ella, igual le afectaba mucho lo emocional.Hubo una en el grupo Alcázar, cuando la reunión finalizó Jimena se acercó a Ignacio y le dijo.—Ya casi ni hablamos desde que te fuiste de la casa.—Si, a pesar que estamos en el grupo todos los días.—Pero no coincidimos con los horarios. Hay algo que quiero decirte a solas.—Vamos a mi oficina. —Cuando llegaron ella cerr&oa
Amelia pasó la mañana con su familia, almorzó con ellos y tranquilizó a su tía y a su padre, explicándoles acerca del hombre con el que se marchó el otro día a su trabajo. Les dijo que él era un guardaespaldas que la había acompañado. Ellos se tranquilizaron, después del almuerzo se despidió y regresó a la casa.Lupe salió del estudio a buscar la libreta donde tenía apuntado el nuevo número de celular de Silvia. Ignacio salió del estudio y la esperó en la sala. Al poco tiempo Lupe le entregó un papel con el número del nuevo celular de Silvia, de pronto ella llegó.Amelia notó la cara de susto que tenía Lupe, después miró a Ignacio, y la expresión de su rostro lo decía todo. La sonrisa natural y la paz que llevaba Amelia se esfumó al instante intuyendo problemas.
Amelia analizó las cosas y le dijo a Lupe:—Es imposible salir disfrazada de esta casa, el portero querrá saber cómo llegué, y los demás también lo notarán.—¿Qué hará entonces?—Intentaré desaparecer de la vista de Marino…. No sé cómo, pero no debo caer en sus manos, tengo que desaparecer.—¿Y si le dice la verdad, que usted no es la mujer que él cree?—Eso sería como lanzarme yo misma por un precipicio; debo perder de vista a su gente y desaparecer.—Tal vez podría ir con mi familia al pueblo, allí puede quedarse algunos días mientras decide qué paso va a dar.—Gracias Lupe, pero es demasiado arriesgado, sería injusto involucrarlos a todos. Asumiré esto yo sola, y que sea lo que Dios disponga; no pedí nada de esto, p
El conductor del taxi le preguntó a Amelia a donde la llevaba, ella estaba que se soltaba a llorar, sentía que el corazón se le quería salir de su pecho. Pensó por un momento a dónde ir, tenía la sensación de haberlo pedido todo, se encontraba sola como nunca antes y sentía miedo.Debía distraer a la gente de Marino, sabía que sus ojos estaban encima vigilando cada uno de sus movimientos; entonces le indicó que la llevara al centro comercial que Silvia frecuentaba. Tenía planeado disfrazarse y de allí poder escapar.***Ignacio subió a ver a la niña, tenía su otro cubierto por la tristeza que lo había invadido. Lucrecia y Diego estaban serios; la escena parecía como si todos ellos estuvieran en un funeral.Lucrecia miró a Ignacio y con tono de reproche le dijo:—Espero que no tengas que arrepentirte de
Silvia se vistió con una diva de rojo para sorprender a Henrry. Eran las ocho de la noche, ya se había puesto el vestido, este era largo, de un corte liso y pegado a su cuerpo, se sostenía sobre sus hombros con un par de tiras muy finas que dejaban al descubierto su piel tersa. Ernesto entró a la habitación donde ella se estaba arreglando y le entregó una copa de coñac. —Sé que aún es temprano, pero te traje este coñac, lo vas a necesitar. —Cada vez me sorprendes más, ya parece que me lees el pensamiento. Gracias por la copa. —Ella bebió un sorbo, Ernesto se acercó y con sumo cuidado le tocó el hombro, mirándola con admiración; luego deslizó sus dedos a lo largo del brazo con delicadeza, llegando hasta el codo, y volvió a subir despacio, después puso el dedo sobre sus labios maquillando en rojo. —Tienes la piel c