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Lucrecia le llevó el almuerzo a Rolando. Él estaba en el balcón de su casa, se le veía muy triste.

—Le traje su almuerzo. —Con una voz lánguida y sin voltear a mirarla respondió:

—Gracias Lucrecia, pero no tengo ganas de comer. —Ella con preocupación le dijo:

—¿Otra vez perdió el apetito? si sigues así morirás de hambre.

—Tal vez eso es lo que merezco, morir de hambre y encerrado como una rata.

—¿Por qué dice esa cosa tan horrible? —Él volteó a verla, en sus ojos se veía la aflicción que tenía por dentro.

—Porque es así como me siento, como un animal, me merezco este encierro.

—Nadie merece este encierro.

—¿Acaso no notaste lo que hice ayer? el daño que le hice a esa mujer que le daba alegría a mi sobrino?

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