René Chapman—¿Cómo está eso que ya no eres el presidente de la firma? —Quiso saber mi amigo.—Pues, así como lo oyes. —Suspiré—. Causé muchos problemas, este escándalo no solo afectó mi vida personal, sino que también a la empresa.—Eso es una mierda —dijo mi mujer, con mucha rabia—. ¿Cómo puede darte la espalda si eres su nieto?, ¡Su única familia!—En este negocio es importante saber poner límites, amor. No importa que yo sea su amigo, nieto o hijo. Sigo siendo el representante de un emporio… y les fallé a todos.—De verdad que no puedo creer lo fácil que cedes.—¿Qué esperas que haga? —dijo Jul—. ¿Qué se enfrente a su abuelo por el poder?—¡Que lo haga entrar en razón!Ambos la vimos con cara de obviedad.»—Bien, tal vez hacerlo entrar en razón es la cosa menos posible por ahora. Pero, ¿Qué hay de los medios legales?, concertaron una junta y tú, quien aun eras el presidente, no estuviste presente en ella.—En eso…—No. —Los corté a los dos—. Si bien es cierto que me he ganado cada
Ivette RussellMirar la frialdad en las acciones y palabras de René, sencillamente me dejó pasmada.—¿Entonces? —instó—. ¿Repentinamente se te han quitado las ganas de confesarme esa fulana verdad?—Y-yo… —Un nudo se había formado en mi garganta y lo que hasta hace un momento fue un ataque de valentía, ahora no se traduce en otra cosa que no sea cobardía absoluta.»—René. —Parpadeé unas cuantas veces, tratando de despabilarme.En serio estaba a punto de romper nuestra burbuja de amor, pero, ¿Qué pasará si es otro quien se lo cuenta?, ¿Qué pasa si un tercero utiliza la oportunidad para sembrar muchas más ira y discordia entre nosotros?—¿Hablarás ahora o te quedarás muda toda la noche?Me encogí un poco al presenciar lo severo de sus palabras.—Lo siento —aparté la vista—. Lo siento por todo, amor. Yo…—Ivette. —Tomó mi barbilla, obligándome a mirarlo—. No tengo ni puta idea de qué es eso que quieres decirme, pero si es tan grave como parece, entonces, por favor, no te atrevas a rehuir
René Chapman Estaba completamente cegado por el dolor, la ira y la desesperación. ¿Cómo pudo ser capaz de ocultarme una cosa así, después de todo el amor que me profesó?Entré a mi despacho, hecho un energúmeno. Aventé al pido, todo cuanto estuvo a mi alcance y hasta ahora, no me había podido importar menos el corte de mi brazo.¡Incluso estuve a punto de echar por la borda el cariño de mi abuelo!Una mujer como ella, no se merece ni una pizca de mi dolor, ni mi sufrimiento.Rebusqué en el interior de mi bolsillo, hasta dar con mi teléfono celular con la intención de llamar a Julius. Pero me quedé colgado, viendo la imagen de mi protector de pantalla:Ivette y Tabatha.Lancé el aparato con una fuerza desmedida, que sentí como algún ligamento de mi brazo se desgarraba.Peor aun.—Sr. —Una asustadiza voz, irrumpió en medio de mi tormenta.—¡¿Qué quieres?! —grité, provocando que la muchacha se encogiera sobre sí.—Sr. —Volvió a repetir—. Por favor, debe intentar…—¿Calmarme? —completé p
Ivette RussellLa conmoción que me produce todo esto, apenas y me permitía reaccionar a lo que en verdad estaba pasando a mi alrededor.—Sra.… —La cara de una muy abatida Clariss apareció en mi campo de visión.—Ivette —pronuncié—. Por favor, llámame por mi nombre.—Ivette —dijo y por fin la miré a los ojos—. El Sr. me ha echado de la casa.Cerré los ojos a la simple mención de él.»—No obstante, luego me ha pedido que no lo haga. Dijo que si me iba, usted se quedaría sola. ¿Sabe lo que eso significa? —espetó con entusiasmo.—Que quiere tenerte cerca para poder vigilarte.La sonrisa de la muchacha se desdibujó.—No, Sra… Ivette. —Se apresuró por corregir—. Lo que en verdad quiere decir con todo eso, es que aun se preocupa por usted. ¡Y esas son buenas noticias!—¿Buenas noticias para quién? —la miré con recelo—. ¿Para mí? —Reí con amargura—. No quiero que se preocupe por mí, Clarissa. Quiero que me odie y me aborrezca, de ese modo tal, vez, pueda lograr sentirme un poco mejor conmigo
René Chapman —Vamos, toma mas despacio. ¿Es que acaso quieres dar un espectáculo como el de la última vez que te emborrachaste? —Mi amigo de miró de mala gana.—Todavía lo recuerdo. Y si lo pienso, creo que ese fue el punto inicial de toda mi desgracia —bufé.—No. Tu momento de miseria comenzó en el instante que le propusiste matrimonio a esa mujer.—¿Por qué sigues echándole leña al fuego? —espeté, depositando el vaso sobre la mesa, con mucha más fuerza de la necesaria—. ¿Es que acaso quieres que la odie más? —escupí.—¿Puedes hacerlo? —Arqueó las cejas.—Imbécil. —Me puse en pie, tambaleándome de un lado a otro.—Oye, ¿A dónde vas?—Llévame a casa —pedí, saliendo de la carpa improvisada.¿Cómo es que no se me había ocurrido nunca venir a beber a un lugar así?Ah, sí. Claro. Es que nunca antes había estado bajo el foco de toda la ciudad y mi propia familia.—Hey, hombre. —Mi mejor amigo me tomó por la solapa del traje, impidiendo que cayera al piso—. ¿Qué harías tu sin mí?—No lo sé
Ivette RussellMi vida se había reducido a una absoluta mierda y no tenía el derecho de lamentarme por ello.Tomé los jirones de mi ropa, apretándolas en un fuerte puño, mientras sollozaba por mi desgracia.—Ivette.—Déjame en paz —espeté, rehuyendo a su tacto.—¿Estás bien? —preguntó, pese a mi mala actitud.—¿Eso a ti qué te importa? —escupí—. ¿O es que acaso no te cansas de ser un hipócrita?—Te equivocas. —Suspiró—. Si piensas que me alegra ver cómo él se convierte en alguien que no es… no puedes estar más equivocada.—Tiene una herida en el brazo —sorbí mi nariz—. ¿Cómo pudiste acompañarlo en esta tontería, si ni siquiera se ha hecho cargo de sus propias heridas?—Nada de lo que le diga justo ahora le hará bien.—Entonces, no digas nada y dedícate a hacerlo. ¿Dónde está todo ese afecto que profesas? —acometí—. ¿Sólo sirve para atacarme?Se produjo un corto silencio que interpreté como el final de la conversación.—Espera —llamó.—¿Qué? —Me giré sobre mis talones.—Lo lamento.—¿Q
René ChapmanUn penetrante dolor de cabeza me hizo abrir los ojos de repente, sintiendo un mareo inminente.—Mierda —mascullé, llevando una mano a mi cabeza, divisando mi pálida piel.—Buenos días.Saludó mi amigo, quien estaba tumbado en el suelo a sólo un par de metros de mí.—¿Qué me pasó? —pregunté, refiriéndome a la gaza en mi brazo.—Tuviste un enfrentamiento en el hotel, ¿O ya no lo recuerdas?Ah, eso.—Claro que lo recuerdo —me defendí, terminando de incorporarme—. Lo que quiero saber es quién se ha hecho cargo de esto —apunté.Él me miró con detenimiento.—¿Para qué lo preguntas, si sabes la respuesta? —bufó.Chasqueé la lengua, sintiéndome de mal humor.—¿Dónde está ella? —inquirí, con algo de tacto y prudencia.—Prohibiste que alguien saliera de esta casa. ¿Dónde más pretendes que esté?Mierda.—Oh, vamos amigo. —Cerré los ojos, rememorando parte de lo que vagamente recordaba de anoche.Yo, comportándome como un energúmeno y la imagen de ella mirándome con un inminente pavo
Ivette Russell—Ya estás lo suficientemente enojado conmigo, no te daré más razones para que sigas peleando.—Ay, por favor. —Blanqueó los ojos—. ¿Pelear yo? —Apuntó con un dedo directo a su pecho—. Defiendo mi punto, ¿A eso es a lo que le llamas pelear?—Como sea —dije más bajito, disponiéndome a marcharme.—¿A dónde vas? —Se interpuso en mi camino.—Tan lejos de ti como me sea posible, ¿No es obvio?—Comprendo —chasqueó la lengua —. Eso es lo que las alimañas hacen.Mi boca se abrió en una perfecta O y al instante mis orejas se encendieron.—¡René! —exclamé, llena de furia—. ¿Por qué me hablas de ese modo?—¿Qué pasa?, ¿Te molesta? —Una sonrisa de satisfacción se dibujaba en mi rostro.Entonces, por fin comprendí lo que estaba sucediendo.—No. —Formé una línea con mis labios—. No caeré en tu juego.—¿Te parece que estoy jugando? —Enarcó una ceja—. Porque estoy siendo muy serio, sólo para aclarar.Blanqueé los ojos.—Sigue comportándote como un niño. Yo iré a atender a mi hija.—¿Par