Ivette RussellFue un gran alivio llegar a la mansión y encontrarme con la melodiosa risa de mi hija impregnando las paredes del cuarto de juego.—Oh, hijos.El anciano se apresuró a recibirnos.—¿Están bien? —Colocó sus manos en nuestros hombros—. Estuve todo este tiempo de manos atadas. Y me avergüenza reconocerlo, pero cuando intenté solucionarlo, ninguno de mis comodines quiso aceptar mi petición.René y yo nos vimos a la cara.—No se preocupe. —Fui yo quien rompió el silencio—. Estamos bien, gracias al cielo solo fue un susto. No pasó a mayores y ahora estamos en casa.Miré por encima de su hombro, donde estaba mi hija, tirada en el suelo, con Clarissa a su lado.»—Ahora, si me lo permite, me reuniré con mi hija.Dejé a los dos Chapman para que hablaran a gusto, caminando directo hacia mi Tabby.—Bebé, mira quien ha llegado —canturreó la muchacha, señalado con un peluche hacia mi dirección.Llena de alegría y euforia, arrojó todo lo que tenía en sus manos, para salir a alcanzarme
René ChapmanTener una venda en la cabeza no fue impedimento para ir a la oficina la mañana de hoy.—Sr., disculpe que me entrometa, pero, ¿No debería estar en casa descansando?Mi secretaria me miraba con una monumental cara de preocupación.—Estoy bien, no te preocupes. Apenas y ha sido un pequeño golpe —mentí.—Cancelaré sus juntas de la tarde, ¿Le parece bien? —arqueó las cejas.—No.La miré con cara de pocos amigos, deseando de todo corazón que se sintiera lo suficientemente avergonzada como para marcharse.—Pero, Sr… —La mujer estrujó sus manos.—¿Lo has hecho ya sin mi permiso? —Ladeé la cabeza.Bien dicen por ahí que el que calla otorga.Cerré los ojos, tratando de contener la ira que repentinamente me ha invadido.—No te desquites con ella. Yo mismo fue quien las canceló.Como buen entrometido, Julius apareció de la nada, para hacer que mi día fuese peor aún.»—Puedes retirarte —dijo en un tono muy sutil, refiriéndose a mi secretaria.—¿Se puede saber qué coño quieres ahora?
Ivette Russell—Gracias.René posó una mano en mi rodilla, mientras íbamos de camino al cementerio metropolitano.—Hay que saber dejar las diferencia a un lado. Después de todo, prometimos hablar las cosas. ¿Recuerdas? —Formé una línea con mis labios—. No obstante, una vez más decidiste marcharte.Sabiéndose sin razón, guardó silencio por el resto del camino y no fue hasta que alcanzamos la entrada del camposanto, que él decidió hablar.—Ivette.—¿Sí?—Gracias.—Ya me has agradecido hace un momento. Y si soy sincera, no tienes por qué. Estoy aquí porque quiero, René.—No es solo por eso que tengo que agradecerte.—¿Cómo?—Gracias por permanecer a mi lado después de todo. Gracias por tenerme paciencia y por ser quien de su brazo a torcer en primer lugar. Sé que debo parecer un descarado al decir esto último, Ivette, pero es la verdad. Es como me siento.Llegados a este punto, me tranquiliza un poco haber dejado a la niña en casa, bajo el cuidado de Clarissa.—Sabes una cosa —suspiré co
René Chapman¿Qué tan descabellado podía ser lo que acabo de acceder a hacer?Ivette me ha demostrado una vez tras otra que es una persona en la que puedo depositar mi plena confianza. Ella es la mujer con la que me gustaría compartir el resto de mi vida. Así que, ¿Por qué empañar nuestro amor con un mundano pedazo de papel?—¿Alguna vez pensaste que esto pasaría? —pregunté, con una sonrisa en mis labios, mientras atravesábamos el camposanto para llegar a nuestro auto.—Si soy muy sincera, no. —Rio—. Por la forma en la que me miraste la primera vez que nos topamos, enserio estuve convencida que alguien con un pasado como el mío jamás podría alcanzar a un hombre como tú.—¿Desmedidamente guapo? —Enarqué una ceja.—Desmedidamente guapo, sereno, astuto, poderoso y exitoso.—Vaya.Silbé.»—Incluso cuando lo dices tú, suena mucho más irresistible.Ambos reímos.—Con respecto a lo que dije antes…—¿Qué cosa en específico?Detuve nuestro andar.—Sobre disolver el contrato… —Había cierta nota
Ivette RussellUna vez en casa me encargué de cuidar de mi esposo.A pesar de haber insistido tantos en qué sólo se trataba de simple golpe, la verdad es que la cosa no figuraba nada bien. Tenía unas cuantas puntadas —seis, para ser más exactos—, en la frente, las cuales, me temo, dejarán una notable cicatriz.—Auch —se quejó.—Si no te movieras tanto, dolería menos —espeté, pasando sutilmente el algodón con yodo por sobre el área afectada—. Un poco más y estarás listo.—¿En serio me quedará una gran cicatriz? —preguntó, haciendo un pucherito.—Creo que si le damos el cuidado necesario, no será tan visible.Él formó una línea con sus labios.—Vamos. —Reí—. Incluso con esa gran cicatriz, seguirías siendo el hombre más guapo del mundo.—Solo lo dices porque eres mi esposa. —Suspiró.—¿Y acaso esa no es razón suficiente? —Enarqué una ceja.—Mis clientas ya no me verán tan guapo. Temo que empiece a perder su atención.La seriedad con la que decía eso, enserio me ponía celosa y él lo desci
René Chapman No habíamos estado en un mejor momento de nuestra relación, como el de ahora. Los días eran largos mientras no estábamos juntos y las noches tan cortas como un suspiro; Terminábamos agotados, uno encima del otro, jadeando y deseosos por más. En cuanto a nuestra hija, cada día demostraba su inteligencia y lo feliz que es a nuestro lado y eso me llenaba de un orgullo inexplicable. Por su parte, Ivette había empezado a asistir con un poco más de frecuencia al refugio de vida marina, lo que la hacía ver realmente feliz. La firma no había perdido ni uno si solo de sus casos y la vida era buena. Aunque la salud de mi abuelo continuaba comprometida, los esfuerzos de nuestro propio grupo de científicos no paraban de buscar nuevas formas de tratamiento. Hasta ahora, todo ha sido paliativo, pero a pesar de ello, ninguno perdía la fe en qué llegaría el momento de encontrar un tratamiento definitivo. —Hijo. Sonreí de manera involuntaria, al ver que, por azares del destino, mi
Ivette Russell—Ya veo.Me esforcé por no lucir desanimada, pero aun así él supo leer mi lenguaje corporal.—No pasa nada, amor.Rodeó la mesa para ubicarse a mi lado.»—La celebración seguirá según lo planeado. Ni tus padres, ni nadie externo pondrán tener acceso sin nuestro consentimiento.—¿Estaré haciendo las cosas bien? —pregunté—. Ignorar a mis padres y mantenerlos a raya de mi vida, ¿Será lo correcto?—Nadie más que tú puede dar respuesta a esa interrogante. Solo tú eres capaz de decidir cuándo perdonarlos o siquiera si vayas a hacerlo. Nadie más que tú sabe cuánto dolor te hicieron sentir.—Siempre fueron ambiciosos. Pero nunca tuvieron que recurrir a algo tan bajo como lo que me hicieron, para poder suplir sus deseos.—Siempre hay una primera vez para todo. —Suspiró—. Incluso, lamentablemente, para algo tan atroz como eso.—¿Por qué tú abuelo se empeña en incluirlos? —pregunté—. ¿Qué es eso tan maravilloso que le han contado, como para que quiera unificar nuestra relación?—N
René ChapmanEl misterio que se trae Ivette entre manos no me gusta ni un poquito. No porque desconfíe, sino, porque temo una de esas sorpresas desagradables que terminan en una mala inversión.—¿Qué pasa? —quiso saber mi amigo, reparando en lo disperso que me encuentro.—No es nada —respondí, después de un largo suspiro—. Es solo que Ivette se trae algo entre manos y me inquieta saber lo que es.—En ese caso, ¿Por qué no se lo preguntas y ya? —espetó con obviedad.—No es tan sencillo. Además, me gustaría que sea ella quien me lo diga.—¿Y qué pasa si no te lo dice? —bufó.Miré a mi amigo de mala gana, haciéndole entender que no me gustan ni un poquito sus cuestionamientos.—Ivette no es esa clase de persona, así que ya deja de mortificarme con esos pensamientos mal sanos.—¡Pero si eres tú quien los tiene, en primer lugar!Elevó ambas manos al cielo, como implorando ayuda.—¿No tienes algo más importante que hacer? —gruñí, tomando unas carpetas que estaban por delante de mí, encima d