René ChapmanEl misterio que se trae Ivette entre manos no me gusta ni un poquito. No porque desconfíe, sino, porque temo una de esas sorpresas desagradables que terminan en una mala inversión.—¿Qué pasa? —quiso saber mi amigo, reparando en lo disperso que me encuentro.—No es nada —respondí, después de un largo suspiro—. Es solo que Ivette se trae algo entre manos y me inquieta saber lo que es.—En ese caso, ¿Por qué no se lo preguntas y ya? —espetó con obviedad.—No es tan sencillo. Además, me gustaría que sea ella quien me lo diga.—¿Y qué pasa si no te lo dice? —bufó.Miré a mi amigo de mala gana, haciéndole entender que no me gustan ni un poquito sus cuestionamientos.—Ivette no es esa clase de persona, así que ya deja de mortificarme con esos pensamientos mal sanos.—¡Pero si eres tú quien los tiene, en primer lugar!Elevó ambas manos al cielo, como implorando ayuda.—¿No tienes algo más importante que hacer? —gruñí, tomando unas carpetas que estaban por delante de mí, encima d
Ivette RussellClarissa no cabía de la emoción y mi corazón danzaba por ello.Saber que había hecho algo bueno por alguien es motivo suficiente para recordar que la vida es bella. Esa misma tarde fuimos a celebrarlo cenando en un bonito restaurante y todo parecía ir bien, hasta que nos encontramos al mejor amigo de mi esposo.—Srtas. —dijo, con una enorme sonrisa en la cara—. Buenas tardes, ¿Cómo están?—Oh, buenas tardes, Julius —contesté, en representación de todas—. Todo genial, ¿Qué tal van las cosas?—Pues, mejorando cada día. ¿Les molesta si las acompaño?Los ojos de Clariss estaban clavados en mí como suplicando que lo echara de la mesa —¡Claro! —respondí, con una sonrisa igual de radiante que la de él.—En ese caso... Ni corto ni perezoso, sacó la silla, ocupando el lugar justo frente a mí.—De hecho, ya estábamos por irnos. Pero nos complace que nos hayamos topado.—Siempre tan atenta. —Ne regaló una sonrisa de boca cerrada—. Entonces, ¿Me dirán qué celebramos?Y como siemp
René ChapmanSi hay algo que detesto más que perder, es hacer una mala inversión. Y eso, a resumidas cuentas, viene siendo lo mismo.—Maldición.—René, por favor. ¡No te enfades conmigo!—¿Crees que esa carrera es barata? —bufé—. Si fuera de ese modo, el país estaría repleto de abogados.—No deberías ser tan duro—Hizo un pucherito—. ¿Por qué negarle nuestra ayuda si es algo que perfectamente podemos hacer?—La cuestión no es ayudarla o no —reñí—. Aquí el asunto es que estás mal gastando los escasos fondos de tu emprendimiento. ¿Cómo pretendes proteger a tus empleados con un uso tan irresponsable de tu dinero?—¡Oh, por Dios!, Julius también me ha dicho lo mismo.Abrí los ojos como platos.—¡¿Y es que ese traidor lo sabía?! —No cabía en lo anonadado —. ¡Esto es insólito!—¿Puedes bajar la voz? —pidió, poniéndose pálida como un papel—. Por favor, resolvamos esto como personas civilizadas.—Curioso que lo digas, cuando actúas a mis espaldas.Mi esposa se sentó en el borde de la cama, esc
Ivette Russell¿En qué estaba pensando cuando actué así?Por Dios. No sólo había quedado como una tonta, sino, como una que estaba insegura de sí misma.Me escabullí de la habitación con la excusa de que ducharía a la bebé, pero lo cierto es que me quedé encerrada en el cuarto de baño completamente horrorizada.Alguien llamó a la puerta:—Sra., ¿Está bien?Se trataba de Clarissa.—Oh, sí. Perfectamente —mentí.—El Sr. me ha pedido que vea por usted.Abrí la puerta lo suficiente para asomar la cabeza por ella.Traidora.La sonriente cara de mi marido se dejaba ver por encima del hombro de la muchacha.—Gracias, puedes retirarte —dijo a la chica, quien acató la orden de inmediato.Ambos esperamos que la muchacha se fuera, para empezar la que intuía sería una pesada conversación.»—¿Estás ocultándote de mí?Esa estúpida sonrisa en sus labios me hacía querer golpearlo.—Ay, por favor. —Blanqueé los ojos—. ¿Por qué lo estaría?—No sé, lo mismo me pregunto. —Se encogió de hombros.—Si piens
René Chapman Las llamadas de Grace no habían dejado de entrar durante todo lo que quedó de esa tarde y el transcurso de la mañana siguiente. Y en parte, a eso se debe mi grado de irritabilidad.—¿No piensas contestar? —preguntó mi amigo, lanzando la vista de mí, al aparato que tenía sobre la superficie de la mesa del salón de juntas.—No tiene importancia —mascullé, fingiendo no perder atención de los papeles que tenía enfrente.—... ¿Es ella, otra vez? —tanteó la zona, como quien no quiere la cosa.Lo miré por un momento, tratando de decidir si mentirle a él también o no.—Esto es irritante. —Exhalé con impulso, depositando aun con más fuerza de la necesaria el manojo de documentos que tenía en mis manos—. ¿Por qué tiene que buscarme ahora?, ¿Qué gana con volver?¿Por qué se empeña en aparecer cuando ya he encontrado mi verdadera felicidad?—Seguro se enteró que estás casado con una buena mujer. —Suspiró —. Grace está loca, así que debes tener cuidado. Si Ivette...—Ivette ya lo sab
Ivette RussellDebo confesar que al salir de la villa sentí un poco de nerviosismo, pues, con tanto trabajo que tiene mi esposo en la oficina me daba un poco de pena entorpecerlo o sencillamente restarle parte de su precioso tiempo. Sin embargo, al ver la cara de felicidad que puso con nuestra llegada, todas mis dudas se disiparon.La manera en cómo se ha desarrollado la relación, luego de sincerar nuestros sentimientos es algo tan maravilloso que me hace soñar estando despierta.En René descubrí un hombre generoso y aunque él se niegue a aceptarlo, muy paciente.Mientras la niña jugaba con los creyones y lápices que tenía a su alcance, yo inspeccionaba el lugar, nada más que para matar el tiempo. Pues, tal y como me lo pidió, lo esperé en el mismo despacho de juntas, mientras él iba por nuestros cafés y las galletas para la bebé.—Ma-má —Escuchar el balbuceo de Tabby me hizo esbozar una sonrisa inmediata.Relegué mi inspección, para apersonarme dónde estaba ella, sentada en el piso c
René ChapmanCuando entré al despacho y miré la cara de mi esposa, supe que había pasado lo inevitable. Mi mente viajaba una y otra vez a ese momento y solo lograba sentirme más miserable.—Sinceramente, todavía no sé qué haces aquí.Mi mejor amigo me miraba con cara de desaprobación.»—Deja de ser un imbécil y ve ya mismo a tu casa.—No lo entiendes, ir ahora volverá todo más complicado. Tú no la viste, estaba dolida y enfadada. Creo que será muy difícil que me perdone esto.—Hombre, ¿Por qué tienes que ser tan pesimista?, ya es suficientemente malo que no tengas excusas válidas, como para que también tu tampoco te quieras ayudar.Lo fulminé con la mirada.—Tus palabras no me dan aliento, ¿Sabes?Aflojé el nudo de mi corbata.—No seas un cobarde, amigo. Ya el daño está hecho, ahora asume las consecuencias como el hombre que eres.Él tiene razón.Las cosas ya están mal con Ivette, así que, de ahora en adelante, mi prioridad es procurar que no sigan empeorando.—Me voy.Tomé mi teléfon
Ivette RussellSentí tanta presión sobre mis hombros, que solo quise salir corriendo. Pero solo lo suficientemente lejos como para sentirme menos agobiada y que, por supuesto, él pudiste encontrarme.Me deshice de todo aquel que se atrevió a cruzar en mi camino, siempre con la misma advertencia:«Quien se interponga en mi salida o informe a mi esposo, puede dar por terminada si relación laboral con esta familia.»Angustiados por perder su trabajo, ninguno se atrevió a mover un solo dedo en mi contra.Tomé el primer vehículo que encontré, acomodando a la bebé en su silla y luego puse el coche en marcha, conduciendo directo hacia el primer lugar que se me pasó por la mente:La playa de los helados.De paso, por la carretera, se ve un pequeño y alejado rompe olas en el que siempre había tenido la curiosidad de caminar.El agua chocaba tan fuerte contra los bordes de las rocas, que incluso algunas gotas alcanzaban a salpicarnos. Mientras yo rehuía de ellas, Tabby se emocionada por estar e