René ChapmanCuando entré al despacho y miré la cara de mi esposa, supe que había pasado lo inevitable. Mi mente viajaba una y otra vez a ese momento y solo lograba sentirme más miserable.—Sinceramente, todavía no sé qué haces aquí.Mi mejor amigo me miraba con cara de desaprobación.»—Deja de ser un imbécil y ve ya mismo a tu casa.—No lo entiendes, ir ahora volverá todo más complicado. Tú no la viste, estaba dolida y enfadada. Creo que será muy difícil que me perdone esto.—Hombre, ¿Por qué tienes que ser tan pesimista?, ya es suficientemente malo que no tengas excusas válidas, como para que también tu tampoco te quieras ayudar.Lo fulminé con la mirada.—Tus palabras no me dan aliento, ¿Sabes?Aflojé el nudo de mi corbata.—No seas un cobarde, amigo. Ya el daño está hecho, ahora asume las consecuencias como el hombre que eres.Él tiene razón.Las cosas ya están mal con Ivette, así que, de ahora en adelante, mi prioridad es procurar que no sigan empeorando.—Me voy.Tomé mi teléfon
Ivette RussellSentí tanta presión sobre mis hombros, que solo quise salir corriendo. Pero solo lo suficientemente lejos como para sentirme menos agobiada y que, por supuesto, él pudiste encontrarme.Me deshice de todo aquel que se atrevió a cruzar en mi camino, siempre con la misma advertencia:«Quien se interponga en mi salida o informe a mi esposo, puede dar por terminada si relación laboral con esta familia.»Angustiados por perder su trabajo, ninguno se atrevió a mover un solo dedo en mi contra.Tomé el primer vehículo que encontré, acomodando a la bebé en su silla y luego puse el coche en marcha, conduciendo directo hacia el primer lugar que se me pasó por la mente:La playa de los helados.De paso, por la carretera, se ve un pequeño y alejado rompe olas en el que siempre había tenido la curiosidad de caminar.El agua chocaba tan fuerte contra los bordes de las rocas, que incluso algunas gotas alcanzaban a salpicarnos. Mientras yo rehuía de ellas, Tabby se emocionada por estar e
René ChapmanMe quedé de pie a un lado de la carretera, viendo como el vehículo en el que iba mi esposa y mi hija se hacía cada vez más y más pequeño, hasta convertirse en un punto indistinguible en la lejanía del horizonte.No creo que Ivette sea capaz de dejarme por esto, pero lo cierto es que estará bastante decepcionada por la actitud que he tomado.Recuperarnos de este altibajo tomará mucho tiempo y soy consciente de ello, pero eso no es lo que más me preocupa. O bueno, me preocupa en la misma medida que esto otro. Y es que, actualmente, lo que me martiriza es lo que la caprichosa y despiadada de Grace pueda hacer en contra de ella.Nunca estuvo del todo bien de su cabeza, y años después, por fin pude ser consciente de ello.Por Dios, ¿Qué mierda estaba pensando cuando le pedí un futuro a su lado?Es una suerte que mi abuelo jamás la haya conocido, porque, basándome en lo irremediablemente manipuladora que es, se lo hubiese metido al bolsillo, en cuestión de nada.Sin perder much
Ivette RussellEscuché con atención cada una de las palabras de mi esposo, sin embargo, debo confesar que quise intervenir muchas más veces de las que en realidad lo hice.—¿Tú abuelo nunca supo nada esto? —cuestioné.—No. —Cabeceó—. ¿Cómo crees que sería capaz de hacer algo así sin matarlo de un ataque al corazón?Tragué grueso, relajando mi postura por primera vez durante todo el relato.—Has dicho en más de una ocasión que Grace está loca —comenté—. Además de las razones obvias, ¿Hay otro motivo?—Es una manipuladora. Y bien consagrada. —Suspiró—. Con ayuda de un…—Con ayuda de Julius. —Lo interrumpí—. No intentes dejarlo fuera de todo esto, porque sé perfectamente que él es tu cómplice en todo lo que haces.—En eso te equivocas. Hay cosas que nunca se pueden compartir con terceros, Ivette. Pero no nos desviemos del tema. El punto es que, después de una serie de investigaciones, descubrí que Grace tiene un historial psiquiátrico. No solo sabe cómo manipular, sino también, como ment
René ChapmanAsí como ella esperó hasta el último momento para hacer su aparición y endulzar el oído de mi esposa con esas palabras bonitas, yo también esperé a que ella se marchara para ir a ver a mi mujer.—Esa chica no me gusta para nada —dije con total franqueza.—¿Se supone que ahora me espías? —espetó de mala gana.—No me gusta que esté cerca de ti y de la niña. Seguiremos financiando sus estudios, pero la reasignaré a otro departamento.—¡No te atrevas! —Colocó el vaso sobre la encimera de la cocina.—No quiero que me tildes de tirano, ni que estoy abusando de mi poder, pero sabes perfectamente que estoy en mi derecho de hacerlo.—René, por Dios. —Llevó ambas manos a su cadera—. ¿Acaso no te das cuenta de lo desesperado que te ves?—¿Por querer protegerlas? —Enarqué una ceja.—¿De Clarissa? —esbozó con ironía.—¿Cómo voy a saberlo si no la investigo?—Ya deja de ser así de controlador. Solo pareces estar molesto porque tengo alguien con quien platicar.—No. No estoy molesto en
Ivette RussellComo si las cosas ya no fuesen lo suficientemente malas, ahora tenía que lidiar con un desajuste en las cuentas del refugio de vida marina.Por sugerencia de Julius, debí contratar personal para que llevara los datos contables, pero fui lo suficientemente testaruda como para rechazarlo.Miré la hora en mi reloj, advirtiendo que pronto sería el momento de almorzar.—Me rindo —dije para mí misma, dejando papeles, facturas y recibos esparcidos en el escrito de mi pequeño despacho improvisado.—Sra.La sonriente cara de Clariss me salió a recibir con una pequeña charola en mano.—¿Sí?Traté de sonar lo menos cortante posible.—Ha estado encerrada en ese despacho todo el día, así que pensé en traerle unos bocadillos. Pronto estará el almuerzo.—Gracias, Clariss. —Sonreí—. Últimamente, no sé qué haría sin ti.—El placer es mío. —Sonrió de vuelta—. Usted es como mi madre.Reí.—Pues me alegra tener una hija tan bonita e inteligente como la primera. Aunque, sinceramente me ofen
René Chapman—No te ves nada contento —dijo mi amigo, apartando la vista un momento de su ordenador.—Ivette me tiene hasta los cojones —resoplé—. ¿ Por qué carajos tiene que ser tan testaruda?—Es una mujer orgullosa, René. No aceptará nada que sienta que va a herir su orgullo.—¿Por qué lo dices? —Enarqué una ceja.—Yo también trabajo con ella, ¿Recuerdas? —Medio rio—. No sé si sea el momento adecuado para decirlo, pero no sé si tenga otra oportunidad, así que lo diré: ha metido la pata con la administración del refugio.—¿Qué?, ¿En serio? —Hice una mueca, sintiendo vértigo—. Oh, maldición.—Si. Ella piensa que no lo sé y es muy probable que intente ocultarlo mientras lo arregle, así que me quedaré calladito hasta el momento que eso ocurra.—Eres perverso cuando quieres, ¿Eh? —Chasqueé la lengua.—Sólo con quiénes no saben escuchar un consejo.—Y hablando de consejos, ¿Hiciste lo que te pedí?Me acomodé en mi asiento esperando pacientemente lo que tenía para decir.—Bueno... verás,
Ivette RussellUna vez más había caído en el hechizo Chapman y eso me hacía sentir enfurecida.—Eres un insufrible —espeté con rabia, apoyando ambas palmas en su pecho para tomar el impulso necesario y levantarme, mirándolo a los ojos por primera vez, después de nuestra ardua jornada.—Te vez preciosa.Sus ojos se posaron en mis pechos, por un largo, largo rato.—Imbécil —farfullé, colocándome de pie, para ir a por mi ropa.Imitando mi acción, él también se levantó, recogiendo la toalla del piso.—Tendré que ducharme otra vez, ¿Vienes conmigo?Aunque me moría por decirle que si, en esta oportunidad tuve el valor suficiente para negarme, sin embargo, no contaba con que él fuera tan insistente.Oh, ¡Vamos!, ¿A quién quiero engañar?¡Por supuesto que deseaba que fuera insistente!»—Solo ducharnos, lo prometo.Puso esa cara de niño bueno y no supe como decirle que no.—Si me tocas un pelo, te golpearé en la cara —amenacé, yendo directo hacia el baño.Abrí la regadera y me introduje debajo