René ChapmanAsí como ella esperó hasta el último momento para hacer su aparición y endulzar el oído de mi esposa con esas palabras bonitas, yo también esperé a que ella se marchara para ir a ver a mi mujer.—Esa chica no me gusta para nada —dije con total franqueza.—¿Se supone que ahora me espías? —espetó de mala gana.—No me gusta que esté cerca de ti y de la niña. Seguiremos financiando sus estudios, pero la reasignaré a otro departamento.—¡No te atrevas! —Colocó el vaso sobre la encimera de la cocina.—No quiero que me tildes de tirano, ni que estoy abusando de mi poder, pero sabes perfectamente que estoy en mi derecho de hacerlo.—René, por Dios. —Llevó ambas manos a su cadera—. ¿Acaso no te das cuenta de lo desesperado que te ves?—¿Por querer protegerlas? —Enarqué una ceja.—¿De Clarissa? —esbozó con ironía.—¿Cómo voy a saberlo si no la investigo?—Ya deja de ser así de controlador. Solo pareces estar molesto porque tengo alguien con quien platicar.—No. No estoy molesto en
Ivette RussellComo si las cosas ya no fuesen lo suficientemente malas, ahora tenía que lidiar con un desajuste en las cuentas del refugio de vida marina.Por sugerencia de Julius, debí contratar personal para que llevara los datos contables, pero fui lo suficientemente testaruda como para rechazarlo.Miré la hora en mi reloj, advirtiendo que pronto sería el momento de almorzar.—Me rindo —dije para mí misma, dejando papeles, facturas y recibos esparcidos en el escrito de mi pequeño despacho improvisado.—Sra.La sonriente cara de Clariss me salió a recibir con una pequeña charola en mano.—¿Sí?Traté de sonar lo menos cortante posible.—Ha estado encerrada en ese despacho todo el día, así que pensé en traerle unos bocadillos. Pronto estará el almuerzo.—Gracias, Clariss. —Sonreí—. Últimamente, no sé qué haría sin ti.—El placer es mío. —Sonrió de vuelta—. Usted es como mi madre.Reí.—Pues me alegra tener una hija tan bonita e inteligente como la primera. Aunque, sinceramente me ofen
René Chapman—No te ves nada contento —dijo mi amigo, apartando la vista un momento de su ordenador.—Ivette me tiene hasta los cojones —resoplé—. ¿ Por qué carajos tiene que ser tan testaruda?—Es una mujer orgullosa, René. No aceptará nada que sienta que va a herir su orgullo.—¿Por qué lo dices? —Enarqué una ceja.—Yo también trabajo con ella, ¿Recuerdas? —Medio rio—. No sé si sea el momento adecuado para decirlo, pero no sé si tenga otra oportunidad, así que lo diré: ha metido la pata con la administración del refugio.—¿Qué?, ¿En serio? —Hice una mueca, sintiendo vértigo—. Oh, maldición.—Si. Ella piensa que no lo sé y es muy probable que intente ocultarlo mientras lo arregle, así que me quedaré calladito hasta el momento que eso ocurra.—Eres perverso cuando quieres, ¿Eh? —Chasqueé la lengua.—Sólo con quiénes no saben escuchar un consejo.—Y hablando de consejos, ¿Hiciste lo que te pedí?Me acomodé en mi asiento esperando pacientemente lo que tenía para decir.—Bueno... verás,
Ivette RussellUna vez más había caído en el hechizo Chapman y eso me hacía sentir enfurecida.—Eres un insufrible —espeté con rabia, apoyando ambas palmas en su pecho para tomar el impulso necesario y levantarme, mirándolo a los ojos por primera vez, después de nuestra ardua jornada.—Te vez preciosa.Sus ojos se posaron en mis pechos, por un largo, largo rato.—Imbécil —farfullé, colocándome de pie, para ir a por mi ropa.Imitando mi acción, él también se levantó, recogiendo la toalla del piso.—Tendré que ducharme otra vez, ¿Vienes conmigo?Aunque me moría por decirle que si, en esta oportunidad tuve el valor suficiente para negarme, sin embargo, no contaba con que él fuera tan insistente.Oh, ¡Vamos!, ¿A quién quiero engañar?¡Por supuesto que deseaba que fuera insistente!»—Solo ducharnos, lo prometo.Puso esa cara de niño bueno y no supe como decirle que no.—Si me tocas un pelo, te golpearé en la cara —amenacé, yendo directo hacia el baño.Abrí la regadera y me introduje debajo
René ChapmanNo fue fácil, pero puedo decir que lo logré.Se que no está de todo feliz, pero al menos ya no me mira como si quisiera matarme.—Esto está muy bueno —masculló, sirviéndose una porción extra de ensalada.—Si, no está nada mal —Tuve que reconocer.—Oh, vamos, amor. —Rio —. No te hará daño admitir los logros de otros, de vez en cuando.—Lo dices cómo si fuese un indolente.—Lo digo porque eres un indolente —afirmó—. Al menos cuando se trata de Clariss, es así.Estudié la expresión de mi mujer por un corto tiempo, sin que ella fuera capaz de percatarse de ello.—Quieres mucho a esa chica —observé—. Incluso me dan celos que le hayas cogido cariño más rápido que a mí.—Eso es porque ella es una dulzura —dijo, aún con restos de comida en su boca—. Y tú, por el contrario, eres demasiado huraño. Te encargaste de mantenerme fuera por mucho tiempo. ¿Qué esperabas?, ¿Que desarrollara el síndrome de Estocolmo? —se burló.—Que vieras mucho más allá de mi ceño fruncido.Hice un pucheri
Ivette RussellSabía que este momento llegaría, pero yo quería retrasarlo lo máximo posible.—¿O es que acaso estás tomando esas píldoras?—No... como crees. —Reí con nerviosismo.—Entonces, ¿Será que soy yo el del problema?La cara de aflicción de mi esposo es totalmente descomunal y eso me destrozada el corazón.—No creo que nada esté mal contigo, René. Creo que... la del problema soy yo.Por no decir que estoy segura de ello.—¿Por qué dices algo así? —cabeceó.—Por todas las palizas que me dió el bastardo de Giuseppe, es lo más probable.—¿Quieres que vayamos al médico mañana mismo?—No —dije con mucha premura—. Sigamos intentando un par de meses más. ¿Quieres?—Bueno, no me molesto en absoluto con tener que practicarlo... —ronroneó, aferrándose a mi cadera.Me sentí culpable por utilizarlo de este modo, pero mi sentido de supervivencia seguía siendo mayor que cualquier otra cosa.Me estaba comportando como una completa hipócrita y me aborrezco por ello.»—Y ya que estamos en esta
René ChapmanDebo confesar que el hecho de visitar a mis suegros me ponía un poco nervioso. Pero no por mí, sino por mi esposa.—¿Cómo me veo? —preguntóLlevaba alrededor de veinte minutos mirándose en el espejo.—Te ves estupenda. Sin importar la ropa que lleves o el peinado que uses, era hermosa y perfecta para míElla me miró a través del espejo.—Ya veo por qué dicen que las reconciliaciones son dulces.Su comentario me hizo soltar una gran carcajada. —A veces olvido lo extremadamente sincera que puedes ser.—Oh, vamos —Rio de vuelta—. Sabes perfectamente que desearías cambiar ese adjetivo por descarada.—Que acertada —guiñé un ojo.En ese momento, se produjo un ligero golpeteo en la puerta y fui yo quien acudió al llamado.—¿Sí?Miré a la nana de mi hija, sin mucha emoción.—¿Se encuentra la Sra. Ivette?No necesité contestar, por el contrario, me hice a un lado para darle una panorámica perfecta de mi esposa.—Hola, Clariss. Adelante —invitó.La chica masculló un con permiso ba
Ivette Russell—¿Ivette?—Mamá.Como si hubiese accionado un botón imaginario con mi voz, los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas.—¡Ivette! —volvió a repetir, saliendo a mi encuentro—. Oh, hija. Sabía que vendrías, sé que no podrías soportar ver la miseria en la que ahora están tus padres y…—Mamá —interrumpí—. Por favor, no te hagas ideas equivocadas sobre esta visita. Sólo estoy aquí por mi rol de madre.—¿Qué? —su mirada se desencajó, quedando sus lágrimas momentáneamente pausadas.—¿Dónde está mi padre?—No está en casa —respondió ésta, un tanto más seria, mirando con recelo al hombre que ahora está detrás de mí.—En ese caso… podemos volver otro día. —Formé una línea con mis labios.—¡También soy tu madre! —espetó—. Puede que no te haya parido, pero te crié toda tu vida.Miré a mi esposo por un momento y tal y como lo imaginé, su mentecita estaba a punto de explotar con todas las noticias que había recibido hasta el momento.—En ese caso, ¿Podemos pasar?—Claro que pueden p