René Chapman¿Qué tan descabellado podía ser lo que acabo de acceder a hacer?Ivette me ha demostrado una vez tras otra que es una persona en la que puedo depositar mi plena confianza. Ella es la mujer con la que me gustaría compartir el resto de mi vida. Así que, ¿Por qué empañar nuestro amor con un mundano pedazo de papel?—¿Alguna vez pensaste que esto pasaría? —pregunté, con una sonrisa en mis labios, mientras atravesábamos el camposanto para llegar a nuestro auto.—Si soy muy sincera, no. —Rio—. Por la forma en la que me miraste la primera vez que nos topamos, enserio estuve convencida que alguien con un pasado como el mío jamás podría alcanzar a un hombre como tú.—¿Desmedidamente guapo? —Enarqué una ceja.—Desmedidamente guapo, sereno, astuto, poderoso y exitoso.—Vaya.Silbé.»—Incluso cuando lo dices tú, suena mucho más irresistible.Ambos reímos.—Con respecto a lo que dije antes…—¿Qué cosa en específico?Detuve nuestro andar.—Sobre disolver el contrato… —Había cierta nota
Ivette RussellUna vez en casa me encargué de cuidar de mi esposo.A pesar de haber insistido tantos en qué sólo se trataba de simple golpe, la verdad es que la cosa no figuraba nada bien. Tenía unas cuantas puntadas —seis, para ser más exactos—, en la frente, las cuales, me temo, dejarán una notable cicatriz.—Auch —se quejó.—Si no te movieras tanto, dolería menos —espeté, pasando sutilmente el algodón con yodo por sobre el área afectada—. Un poco más y estarás listo.—¿En serio me quedará una gran cicatriz? —preguntó, haciendo un pucherito.—Creo que si le damos el cuidado necesario, no será tan visible.Él formó una línea con sus labios.—Vamos. —Reí—. Incluso con esa gran cicatriz, seguirías siendo el hombre más guapo del mundo.—Solo lo dices porque eres mi esposa. —Suspiró.—¿Y acaso esa no es razón suficiente? —Enarqué una ceja.—Mis clientas ya no me verán tan guapo. Temo que empiece a perder su atención.La seriedad con la que decía eso, enserio me ponía celosa y él lo desci
René Chapman No habíamos estado en un mejor momento de nuestra relación, como el de ahora. Los días eran largos mientras no estábamos juntos y las noches tan cortas como un suspiro; Terminábamos agotados, uno encima del otro, jadeando y deseosos por más. En cuanto a nuestra hija, cada día demostraba su inteligencia y lo feliz que es a nuestro lado y eso me llenaba de un orgullo inexplicable. Por su parte, Ivette había empezado a asistir con un poco más de frecuencia al refugio de vida marina, lo que la hacía ver realmente feliz. La firma no había perdido ni uno si solo de sus casos y la vida era buena. Aunque la salud de mi abuelo continuaba comprometida, los esfuerzos de nuestro propio grupo de científicos no paraban de buscar nuevas formas de tratamiento. Hasta ahora, todo ha sido paliativo, pero a pesar de ello, ninguno perdía la fe en qué llegaría el momento de encontrar un tratamiento definitivo. —Hijo. Sonreí de manera involuntaria, al ver que, por azares del destino, mi
Ivette Russell—Ya veo.Me esforcé por no lucir desanimada, pero aun así él supo leer mi lenguaje corporal.—No pasa nada, amor.Rodeó la mesa para ubicarse a mi lado.»—La celebración seguirá según lo planeado. Ni tus padres, ni nadie externo pondrán tener acceso sin nuestro consentimiento.—¿Estaré haciendo las cosas bien? —pregunté—. Ignorar a mis padres y mantenerlos a raya de mi vida, ¿Será lo correcto?—Nadie más que tú puede dar respuesta a esa interrogante. Solo tú eres capaz de decidir cuándo perdonarlos o siquiera si vayas a hacerlo. Nadie más que tú sabe cuánto dolor te hicieron sentir.—Siempre fueron ambiciosos. Pero nunca tuvieron que recurrir a algo tan bajo como lo que me hicieron, para poder suplir sus deseos.—Siempre hay una primera vez para todo. —Suspiró—. Incluso, lamentablemente, para algo tan atroz como eso.—¿Por qué tú abuelo se empeña en incluirlos? —pregunté—. ¿Qué es eso tan maravilloso que le han contado, como para que quiera unificar nuestra relación?—N
René ChapmanEl misterio que se trae Ivette entre manos no me gusta ni un poquito. No porque desconfíe, sino, porque temo una de esas sorpresas desagradables que terminan en una mala inversión.—¿Qué pasa? —quiso saber mi amigo, reparando en lo disperso que me encuentro.—No es nada —respondí, después de un largo suspiro—. Es solo que Ivette se trae algo entre manos y me inquieta saber lo que es.—En ese caso, ¿Por qué no se lo preguntas y ya? —espetó con obviedad.—No es tan sencillo. Además, me gustaría que sea ella quien me lo diga.—¿Y qué pasa si no te lo dice? —bufó.Miré a mi amigo de mala gana, haciéndole entender que no me gustan ni un poquito sus cuestionamientos.—Ivette no es esa clase de persona, así que ya deja de mortificarme con esos pensamientos mal sanos.—¡Pero si eres tú quien los tiene, en primer lugar!Elevó ambas manos al cielo, como implorando ayuda.—¿No tienes algo más importante que hacer? —gruñí, tomando unas carpetas que estaban por delante de mí, encima d
Ivette RussellClarissa no cabía de la emoción y mi corazón danzaba por ello.Saber que había hecho algo bueno por alguien es motivo suficiente para recordar que la vida es bella. Esa misma tarde fuimos a celebrarlo cenando en un bonito restaurante y todo parecía ir bien, hasta que nos encontramos al mejor amigo de mi esposo.—Srtas. —dijo, con una enorme sonrisa en la cara—. Buenas tardes, ¿Cómo están?—Oh, buenas tardes, Julius —contesté, en representación de todas—. Todo genial, ¿Qué tal van las cosas?—Pues, mejorando cada día. ¿Les molesta si las acompaño?Los ojos de Clariss estaban clavados en mí como suplicando que lo echara de la mesa —¡Claro! —respondí, con una sonrisa igual de radiante que la de él.—En ese caso... Ni corto ni perezoso, sacó la silla, ocupando el lugar justo frente a mí.—De hecho, ya estábamos por irnos. Pero nos complace que nos hayamos topado.—Siempre tan atenta. —Ne regaló una sonrisa de boca cerrada—. Entonces, ¿Me dirán qué celebramos?Y como siemp
René ChapmanSi hay algo que detesto más que perder, es hacer una mala inversión. Y eso, a resumidas cuentas, viene siendo lo mismo.—Maldición.—René, por favor. ¡No te enfades conmigo!—¿Crees que esa carrera es barata? —bufé—. Si fuera de ese modo, el país estaría repleto de abogados.—No deberías ser tan duro—Hizo un pucherito—. ¿Por qué negarle nuestra ayuda si es algo que perfectamente podemos hacer?—La cuestión no es ayudarla o no —reñí—. Aquí el asunto es que estás mal gastando los escasos fondos de tu emprendimiento. ¿Cómo pretendes proteger a tus empleados con un uso tan irresponsable de tu dinero?—¡Oh, por Dios!, Julius también me ha dicho lo mismo.Abrí los ojos como platos.—¡¿Y es que ese traidor lo sabía?! —No cabía en lo anonadado —. ¡Esto es insólito!—¿Puedes bajar la voz? —pidió, poniéndose pálida como un papel—. Por favor, resolvamos esto como personas civilizadas.—Curioso que lo digas, cuando actúas a mis espaldas.Mi esposa se sentó en el borde de la cama, esc
Ivette Russell¿En qué estaba pensando cuando actué así?Por Dios. No sólo había quedado como una tonta, sino, como una que estaba insegura de sí misma.Me escabullí de la habitación con la excusa de que ducharía a la bebé, pero lo cierto es que me quedé encerrada en el cuarto de baño completamente horrorizada.Alguien llamó a la puerta:—Sra., ¿Está bien?Se trataba de Clarissa.—Oh, sí. Perfectamente —mentí.—El Sr. me ha pedido que vea por usted.Abrí la puerta lo suficiente para asomar la cabeza por ella.Traidora.La sonriente cara de mi marido se dejaba ver por encima del hombro de la muchacha.—Gracias, puedes retirarte —dijo a la chica, quien acató la orden de inmediato.Ambos esperamos que la muchacha se fuera, para empezar la que intuía sería una pesada conversación.»—¿Estás ocultándote de mí?Esa estúpida sonrisa en sus labios me hacía querer golpearlo.—Ay, por favor. —Blanqueé los ojos—. ¿Por qué lo estaría?—No sé, lo mismo me pregunto. —Se encogió de hombros.—Si piens