Ivette RussellSentí un poco de alivio al haber logrado que René se quedara a mi lado.No imagino lo terrible que hubiese sido pasar la noche en vela, estando completamente sola.—¿Te dormiste? —preguntó con voz ronca, en algún punto de la noche.—No.Suspiré.—Su muerte se siente muy irreal.—Creo que será difícil para la niña —confesé—. Así que no me imagino como lo llevas tú.—Siento pena por ella, ¿Sabes?—¿Por Tabby? —Fruncí el ceño, aunque no pudiera verme.—Por mi nana. Siempre fue una buena mujer, con la mala suerte de tener un hijo problemático.—Imagino que en algún momento Marcel tuvo que haber sido un buen chico, ¿O estoy equivocada?—Es imposible saberlo. Al menos, para mí lo es.—¿Por qué dices eso?Empecé a hacer círculos es su pecho con la yema de mis dedos.—¿Recuerdas lo que te dije antes, sobre el accidente en el que murió el hermano de Julius?—¿Qué parte exactamente?—No quise ir a por las bebidas yo mismo.—¿Y eso qué?—Fui así por mucho tiempo.—¿Holgazán?—Apát
René ChapmanAunque traté de disimularlo lo mejor que pude, la verdad es que el pequeño roce de palabras que he tenido con Ivette la noche de ayer me ha puesto de un humor bastante irritable, no lo negaré.¿Cómo es que puede ser tan jodidamente intuitiva?Era el segundo vaso que acababa en menos de nada y mi amigo ya me veía con preocupación.—Oye, viejo —silbó—. Dale con calma, ¿Sí? —Me miró por encima de su propio vaso—. No quiero tener que arrastrar tu perezoso trasero de regreso a la casa.Me limité a mirarlo de mala gana, sirviendo otro trago.»—¿Al menos me dirás que está mal?—¿Te parece poco? —bufé.—Ni siquiera acabando con todo el licor del mundo podrás traerla de vuelta, así que ya deja de comportarte con un niñato.Julius me arrebató la botella de la mano, cuando me disponía a servirme otro trago.—¿Por qué has tenido que verlo? —reproché de pronto, totalmente fuera de contexto.Se produjo un silencio que debió ser incomodo solo para él, porque en lo que a mí respecta, sol
Ivette RussellEstaba sentada bajo la sombra de una gran palmera, observando como mi hija disfrutaba de la deliciosa agua marina.Tras el fallecimiento de Dennis, el abuelo había insistido en enviar una nueva muchacha en la casa. Ella no solamente jugaba con la bebé, sino que también era lo suficientemente agradable como para platicar conmigo.Me avergüenza reconocerlo, incluso ante mí misma, pero desde esa pequeña discusión que tuve con mi esposo después de la muerte de su nana, las cosas entre nosotros parecían haber cambiado lo suficiente como para que ignorara mis llamadas y no volviera a casa.No soy una mujer controladora, pero lo natural es que me preocupe si la persona a quién quiero no devuelva ni una sola de mis llamadas.Y es que, tal era mi desesperación que no me quedó más remedio que llamar a Julius para que me diera razón de él. Y ya se podrán imaginar lo bochornosos que resultó para mí, después del papelazo que hice delante de él la última vez que topamos.El punto es
René ChapmanDespués de tantos años estando del otro lado del escritorio, irónicamente hoy era el acusado.—¿Puede repetir lo que me acaba de decir? —dijo el hombre que me acompañaba en esta habitación de cristales polarizados.—Tomé unas copas en el bar de la intercepción 9 y alguien me atacó mientas iba hacia mi auto. Cuando desperté, estaba en esa cama de hospital.—¿Algo más que pueda estar olvidando?Suspiré con fastidio.—Creo que he sido muy concreto con mi testimonio.Al caer en cuenta que no conseguiría que cambiara mi declaración, el hombre terminó dándose por vencido, pasando a la siguiente pregunta.—¿Qué hay del hijo de su empleada?, ¿Desde cuándo le guardaba rencor?, ¿Fue antes o después de enviarlo a la cárcel?—¿Sabe cuántos estatutos legales está rompiendo justo ahora?El oficial y yo nos miramos por un largo rato, evidenciando nuestro desprecio el uno por el otro.—Veo que ser abogado tiene sus ventajas después de todo. No quiero ni imaginar la cantidad de vacíos leg
Ivette Russell «Una hora antes» —Por favor, dígame que él está bien. Había sido un grito desesperado, una súplica en sí. Mientras las lágrimas bajaban a montones por mis pálidas mejillas, el hombre que tenía delante, parecía disfrutar como nunca. ¿Es que acaso es un misógino?, ¿Un morboso?, ¿O simplemente un deslamado? —Escuché que tiene una bebé, ¿Es seguro que viva bajo el mismo techo que un hombre así? —cuestionó, mientras la sombra de una sonrisa se dibujaba en su boca. Lo miré con el rostro contraído por la molestia y confusión. »—Pero, ¿Sabe?, eso no es lo único que escuché —habló con parsimonia—. Un informante nos dijo que tenía una mala relación con el hijo de su nana. —¿Y eso qué? —Que ahora los dos están muertos, ¿Acaso no es sospechoso? Sentí como cada musculo de mi cara se contaría. —¿Qué es lo que usted está sugiriendo? —espeté con ímpetu—. ¿Quién se cree para venir a mi casa e insinuar que mi esposo es un asesino? Me planté tan firme como pude. —Dennis Laga
René ChapmanSi mi abuelo llegase a enterarse de esto, pues, simplemente estaría metido en graves problemas.Salí de la oficina del gobernador y conduje directo hacia la comisaría.Dadas la ordenes directas, no necesité esperar mucho antes de que me dejaran ver a mi mujer.—René.Sus ojos se abrieron como platos, reparando en venda de mi cabeza.»—Oh, por Dios. ¿Estás bien? —Corrió a mi lado, colocando una mano en mi mejilla y la otra en mi hombro.—No es nada.Traté de tranquilizarla, sin embargo, no dio mucho resultado.—¿Es verdad que tuviste un accidente?—Si…Sus ojos se llenaron de lágrimas.—¿Marcel…?—Está muerto.Su cara se contrajo del pesar y aunque me estuve preparando mentalmente para escuchar esa pregunta, ella decidió pasarlo por alto, por lo tanto, agregué:»—No he sido yo.—Lo sé.No dudó ni un momento en ponerse de mi lado.—Giuseppe está detrás de todo esto, René —espetó—. Y la gente de este lugar lo respalda.—No tienes que preocuparte por eso, mi amor —musité, apa
Ivette RussellFue un gran alivio llegar a la mansión y encontrarme con la melodiosa risa de mi hija impregnando las paredes del cuarto de juego.—Oh, hijos.El anciano se apresuró a recibirnos.—¿Están bien? —Colocó sus manos en nuestros hombros—. Estuve todo este tiempo de manos atadas. Y me avergüenza reconocerlo, pero cuando intenté solucionarlo, ninguno de mis comodines quiso aceptar mi petición.René y yo nos vimos a la cara.—No se preocupe. —Fui yo quien rompió el silencio—. Estamos bien, gracias al cielo solo fue un susto. No pasó a mayores y ahora estamos en casa.Miré por encima de su hombro, donde estaba mi hija, tirada en el suelo, con Clarissa a su lado.»—Ahora, si me lo permite, me reuniré con mi hija.Dejé a los dos Chapman para que hablaran a gusto, caminando directo hacia mi Tabby.—Bebé, mira quien ha llegado —canturreó la muchacha, señalado con un peluche hacia mi dirección.Llena de alegría y euforia, arrojó todo lo que tenía en sus manos, para salir a alcanzarme
René ChapmanTener una venda en la cabeza no fue impedimento para ir a la oficina la mañana de hoy.—Sr., disculpe que me entrometa, pero, ¿No debería estar en casa descansando?Mi secretaria me miraba con una monumental cara de preocupación.—Estoy bien, no te preocupes. Apenas y ha sido un pequeño golpe —mentí.—Cancelaré sus juntas de la tarde, ¿Le parece bien? —arqueó las cejas.—No.La miré con cara de pocos amigos, deseando de todo corazón que se sintiera lo suficientemente avergonzada como para marcharse.—Pero, Sr… —La mujer estrujó sus manos.—¿Lo has hecho ya sin mi permiso? —Ladeé la cabeza.Bien dicen por ahí que el que calla otorga.Cerré los ojos, tratando de contener la ira que repentinamente me ha invadido.—No te desquites con ella. Yo mismo fue quien las canceló.Como buen entrometido, Julius apareció de la nada, para hacer que mi día fuese peor aún.»—Puedes retirarte —dijo en un tono muy sutil, refiriéndose a mi secretaria.—¿Se puede saber qué coño quieres ahora?