René ChapmanDespués de tantos años estando del otro lado del escritorio, irónicamente hoy era el acusado.—¿Puede repetir lo que me acaba de decir? —dijo el hombre que me acompañaba en esta habitación de cristales polarizados.—Tomé unas copas en el bar de la intercepción 9 y alguien me atacó mientas iba hacia mi auto. Cuando desperté, estaba en esa cama de hospital.—¿Algo más que pueda estar olvidando?Suspiré con fastidio.—Creo que he sido muy concreto con mi testimonio.Al caer en cuenta que no conseguiría que cambiara mi declaración, el hombre terminó dándose por vencido, pasando a la siguiente pregunta.—¿Qué hay del hijo de su empleada?, ¿Desde cuándo le guardaba rencor?, ¿Fue antes o después de enviarlo a la cárcel?—¿Sabe cuántos estatutos legales está rompiendo justo ahora?El oficial y yo nos miramos por un largo rato, evidenciando nuestro desprecio el uno por el otro.—Veo que ser abogado tiene sus ventajas después de todo. No quiero ni imaginar la cantidad de vacíos leg
Ivette Russell «Una hora antes» —Por favor, dígame que él está bien. Había sido un grito desesperado, una súplica en sí. Mientras las lágrimas bajaban a montones por mis pálidas mejillas, el hombre que tenía delante, parecía disfrutar como nunca. ¿Es que acaso es un misógino?, ¿Un morboso?, ¿O simplemente un deslamado? —Escuché que tiene una bebé, ¿Es seguro que viva bajo el mismo techo que un hombre así? —cuestionó, mientras la sombra de una sonrisa se dibujaba en su boca. Lo miré con el rostro contraído por la molestia y confusión. »—Pero, ¿Sabe?, eso no es lo único que escuché —habló con parsimonia—. Un informante nos dijo que tenía una mala relación con el hijo de su nana. —¿Y eso qué? —Que ahora los dos están muertos, ¿Acaso no es sospechoso? Sentí como cada musculo de mi cara se contaría. —¿Qué es lo que usted está sugiriendo? —espeté con ímpetu—. ¿Quién se cree para venir a mi casa e insinuar que mi esposo es un asesino? Me planté tan firme como pude. —Dennis Laga
René ChapmanSi mi abuelo llegase a enterarse de esto, pues, simplemente estaría metido en graves problemas.Salí de la oficina del gobernador y conduje directo hacia la comisaría.Dadas la ordenes directas, no necesité esperar mucho antes de que me dejaran ver a mi mujer.—René.Sus ojos se abrieron como platos, reparando en venda de mi cabeza.»—Oh, por Dios. ¿Estás bien? —Corrió a mi lado, colocando una mano en mi mejilla y la otra en mi hombro.—No es nada.Traté de tranquilizarla, sin embargo, no dio mucho resultado.—¿Es verdad que tuviste un accidente?—Si…Sus ojos se llenaron de lágrimas.—¿Marcel…?—Está muerto.Su cara se contrajo del pesar y aunque me estuve preparando mentalmente para escuchar esa pregunta, ella decidió pasarlo por alto, por lo tanto, agregué:»—No he sido yo.—Lo sé.No dudó ni un momento en ponerse de mi lado.—Giuseppe está detrás de todo esto, René —espetó—. Y la gente de este lugar lo respalda.—No tienes que preocuparte por eso, mi amor —musité, apa
Ivette RussellFue un gran alivio llegar a la mansión y encontrarme con la melodiosa risa de mi hija impregnando las paredes del cuarto de juego.—Oh, hijos.El anciano se apresuró a recibirnos.—¿Están bien? —Colocó sus manos en nuestros hombros—. Estuve todo este tiempo de manos atadas. Y me avergüenza reconocerlo, pero cuando intenté solucionarlo, ninguno de mis comodines quiso aceptar mi petición.René y yo nos vimos a la cara.—No se preocupe. —Fui yo quien rompió el silencio—. Estamos bien, gracias al cielo solo fue un susto. No pasó a mayores y ahora estamos en casa.Miré por encima de su hombro, donde estaba mi hija, tirada en el suelo, con Clarissa a su lado.»—Ahora, si me lo permite, me reuniré con mi hija.Dejé a los dos Chapman para que hablaran a gusto, caminando directo hacia mi Tabby.—Bebé, mira quien ha llegado —canturreó la muchacha, señalado con un peluche hacia mi dirección.Llena de alegría y euforia, arrojó todo lo que tenía en sus manos, para salir a alcanzarme
René ChapmanTener una venda en la cabeza no fue impedimento para ir a la oficina la mañana de hoy.—Sr., disculpe que me entrometa, pero, ¿No debería estar en casa descansando?Mi secretaria me miraba con una monumental cara de preocupación.—Estoy bien, no te preocupes. Apenas y ha sido un pequeño golpe —mentí.—Cancelaré sus juntas de la tarde, ¿Le parece bien? —arqueó las cejas.—No.La miré con cara de pocos amigos, deseando de todo corazón que se sintiera lo suficientemente avergonzada como para marcharse.—Pero, Sr… —La mujer estrujó sus manos.—¿Lo has hecho ya sin mi permiso? —Ladeé la cabeza.Bien dicen por ahí que el que calla otorga.Cerré los ojos, tratando de contener la ira que repentinamente me ha invadido.—No te desquites con ella. Yo mismo fue quien las canceló.Como buen entrometido, Julius apareció de la nada, para hacer que mi día fuese peor aún.»—Puedes retirarte —dijo en un tono muy sutil, refiriéndose a mi secretaria.—¿Se puede saber qué coño quieres ahora?
Ivette Russell—Gracias.René posó una mano en mi rodilla, mientras íbamos de camino al cementerio metropolitano.—Hay que saber dejar las diferencia a un lado. Después de todo, prometimos hablar las cosas. ¿Recuerdas? —Formé una línea con mis labios—. No obstante, una vez más decidiste marcharte.Sabiéndose sin razón, guardó silencio por el resto del camino y no fue hasta que alcanzamos la entrada del camposanto, que él decidió hablar.—Ivette.—¿Sí?—Gracias.—Ya me has agradecido hace un momento. Y si soy sincera, no tienes por qué. Estoy aquí porque quiero, René.—No es solo por eso que tengo que agradecerte.—¿Cómo?—Gracias por permanecer a mi lado después de todo. Gracias por tenerme paciencia y por ser quien de su brazo a torcer en primer lugar. Sé que debo parecer un descarado al decir esto último, Ivette, pero es la verdad. Es como me siento.Llegados a este punto, me tranquiliza un poco haber dejado a la niña en casa, bajo el cuidado de Clarissa.—Sabes una cosa —suspiré co
René Chapman¿Qué tan descabellado podía ser lo que acabo de acceder a hacer?Ivette me ha demostrado una vez tras otra que es una persona en la que puedo depositar mi plena confianza. Ella es la mujer con la que me gustaría compartir el resto de mi vida. Así que, ¿Por qué empañar nuestro amor con un mundano pedazo de papel?—¿Alguna vez pensaste que esto pasaría? —pregunté, con una sonrisa en mis labios, mientras atravesábamos el camposanto para llegar a nuestro auto.—Si soy muy sincera, no. —Rio—. Por la forma en la que me miraste la primera vez que nos topamos, enserio estuve convencida que alguien con un pasado como el mío jamás podría alcanzar a un hombre como tú.—¿Desmedidamente guapo? —Enarqué una ceja.—Desmedidamente guapo, sereno, astuto, poderoso y exitoso.—Vaya.Silbé.»—Incluso cuando lo dices tú, suena mucho más irresistible.Ambos reímos.—Con respecto a lo que dije antes…—¿Qué cosa en específico?Detuve nuestro andar.—Sobre disolver el contrato… —Había cierta nota
Ivette RussellUna vez en casa me encargué de cuidar de mi esposo.A pesar de haber insistido tantos en qué sólo se trataba de simple golpe, la verdad es que la cosa no figuraba nada bien. Tenía unas cuantas puntadas —seis, para ser más exactos—, en la frente, las cuales, me temo, dejarán una notable cicatriz.—Auch —se quejó.—Si no te movieras tanto, dolería menos —espeté, pasando sutilmente el algodón con yodo por sobre el área afectada—. Un poco más y estarás listo.—¿En serio me quedará una gran cicatriz? —preguntó, haciendo un pucherito.—Creo que si le damos el cuidado necesario, no será tan visible.Él formó una línea con sus labios.—Vamos. —Reí—. Incluso con esa gran cicatriz, seguirías siendo el hombre más guapo del mundo.—Solo lo dices porque eres mi esposa. —Suspiró.—¿Y acaso esa no es razón suficiente? —Enarqué una ceja.—Mis clientas ya no me verán tan guapo. Temo que empiece a perder su atención.La seriedad con la que decía eso, enserio me ponía celosa y él lo desci