El padre de sus cachorros

Kian no podía definir el sentimiento que lo llenó al ver como la Omega iba recuperando la consciencia. Sin darse cuenta apretó su mano pero las palabras de ella nada más al verlo lo hicieron sentir un vacío inquietante.

—No me toques.

Él la miró ceñudo sin saber cómo responder a su insolencia por primera vez pero no podía dejar de mirarla. Era la primera vez que veía a su Omega luciendo tan fría.

—Curandera, ¿Podemos hablar a solas?

La vulnerable pregunta provocó que el Alfa casi gruñera de furia.

Con las manos apretadas en puños espetó.

—¿Desde cuándo lo sabías?

Dana ni siquiera lo miró, era como si no existiera en la habitación o no pudiera escucharlo. Crispando los nervios del Alfa. Enseguida tomó la barbilla de la Omega e hizo que lo mirara a los ojos.

—¿Cuánto tiempo?.

—No sé de qué me estás hablando.

La curandera salió en silencio de la habitación sabiendo que ellos dos tenían mucho de qué hablar.

—No me hagas perder la paciencia, Dana.

Ella llena de cólera recordada con rencor
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