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La bruja de la que me enamoré
La bruja de la que me enamoré
Por: Pame
Capítulo I. Una vida normal

—Miss, le he traído un regalo —Melody colocó en mi escritorio una barra de chocolate blanco, acompañado de una pequeña rosa blanca, probablemente cortada del jardín de su casa.

Las comisuras de mis labios se levantaron en una sonrisa, a la vez que me dedicaba a observar con amor a la pequeña de tan solo ocho años. Su mirada brillaba de emoción, esperando mi reacción ante su obsequio.

—Melody, ¡Qué dulce eres, cariño! Gracias por endulzar mi mañana —musité con sinceridad, mientras me dedicaba a observar como su mirada irradiaba de alegría ante mi gesto de agradecimiento.

—Le he traído todo de blanco, porque sé que es su color favorito.

—Eres muy observadora —mencioné, guiñándole un ojo.

—Todos sabemos que su color favorito es el blanco, Miss —aludió Gregory desde su lugar.

Levanté una ceja en su dirección y fruncí los labios.

—¿Ah sí? ¿Y cómo pueden saber eso?

Él se encogió de hombros y me sonrió.

—Su cabello es blanco, casi siempre viste de blanco, su auto es blanco, sus uñas siempre están maquilladas de blanco… todos llegamos a la conclusión de que su color favorito es el blanco, Miss Cassandra.

Me eché a reír negando con la cabeza, a la vez que le indicaba a Melody que ya podía tomar su lugar.

Me sorprendía lo observadores y detallistas que podían llegar a ser mis estudiantes, un grupo de treinta niños que volvían mis días en completa alegría. Amaba enseñar, definitivamente había nacido para ser profesora, amaba llegar al salón de clases para poder ver aquellas caritas llenas de alegría, observándome casi como si yo fuese su heroína. Adoraba todos los pequeños detalles que ellos tenían conmigo, desde un pequeño dibujo, hasta un enorme ramo de flores para el día de mi cumpleaños. Yo era de las pocas profesoras que solía guardar los obsequios que sus estudiantes le traían, en casa, tenía un baúl lleno de cartas, fotografías, dibujos e incluso, algunas flores secas. Aquellos regalos los tomaba como un verdadero tesoro, pues si ellos me demostraban su amor mediante esas pequeñas cosas, quería decir que estaba haciendo bien mi trabajo.

Pasé la mañana dando literatura, estudiando diversos libros que veríamos en el transcurso del semestre, comenzaríamos con “Matar a un Ruiseñor”, uno de mis libros favoritos ante la lucha contra los prejuicios raciales que enfrentan algunas personas dada su nacionalidad, rasgos o color.

Amaba tanto lo que hacía, que no me había percatado de que mis lecciones habían acabado, hasta que los niños comenzaron a reír, viendo hacia la puerta. Cerré el libro y me giré, encontrándome de frente con Apolo, el profesor de música, quien me veía con una expresión de diversión marcada en su rostro.

—¿Hace cuánto tiempo estás aquí, Apolo? —pregunté, mientras me dedicaba a mirar el reloj en mi muñeca, dándome cuenta de que me había pasado diez minutos de mi hora de salida.

—Hace diez minutos —respondió el alto chico de ojos negros, sosteniéndose de su guitarra, la cual descansaba a su lado—, estaba tan entusiasmada con la lectura, que no quise interrumpirla, Miss Cassie —me informó, dedicándose a soltar un largo suspiro—, debería de leerme en privado, ¿No le parece?

Levanté la mirada en cuanto escuché las risas de mis estudiantes otra vez, ante la propuesta desvergonzada por parte del profesor, frente a ellos. Negué con la cabeza, sintiendo como mis mejillas comenzaban a encenderse ante las tonteras que salían de los labios de Apolo, quien no dejaba de insistir en que saliéramos, frases que decía solo para molestarme, su tono siempre era sarcástico, lleno de diversión, lo cual detestaba porque en el fondo, soñaba con que en algún momento me dijese que en verdad le gustaba.

Traté de ignorarlo, dedicándome a recoger mis pertenencias para dejarle el lugar para su clase.

—¿Qué opinan ustedes, niños? ¿Verdad que Miss Cassie debería de salir con el profe Apolo? —preguntó, ganándose un largo siiiiii por parte de los chicos.

Lo observé nuevamente, aquella traviesa sonrisa continuaba marcada en sus apetecibles labios, él levantó los hombros y abrió sus brazos.

—¿Lo ves? Hasta los chicos ven en nosotros una pareja potencial —dijo con un tono sarcástico.

—Lástima que la Miss no la vea —bromeé, colocando mi bolso en uno de mis brazos para comenzar a caminar hacia la puerta—, ¡Los veo mañana, niños! —me despedí para después terminar de salir del salón de clases.

(…)

Después de preparar el plan para mi clase del día siguiente, solía meterme a la cama con un tazón de palomitas para pasarme gran parte de la noche viendo series en Netflix.

Mi vida no era interesante, la sentía tan aburrida a la par de la de mis demás compañeras de trabajo, quienes se la pasaban de fiesta en fiesta o viajando los fines de semana. Traté en varias ocasiones ser más sociable y salir a divertirme, pero lamentablemente jamás encontré algo en común con ellos; no tenía otro tema de conversación que no fuese acerca de mi salón de clases, cuando me preguntaban por mi familia, me excusaba para levantarme e irme, pues aquel tema aún me afectaba en gran manera. El no saber quienes habían sido mis padres y la duda que siempre permanecía en mi cabeza al no saber por qué decidieron dejarme abandonada a las afueras de un orfanato, me mataban. Tenía ya veintiocho años, había tratado de averiguar sobre ellos, pero jamás conseguí nada. Era como si nunca hubiesen existido.

Un pequeño ruido que provino de mi ventana me hizo ponerme en alerta. Quité mis mullidas cobijas de encima de mi cuerpo y luego salí de la cama para ir por mi bate de béisbol. Caminé en alerta, sosteniendo el bate con ambas manos, dispuesta a golpear a quien fuese que tratase de entrar a mi departamento.

Cuando abrí, dejé caer el bate a un lado, dedicándome a soltar una maldición al ver a Apolo morirse de la risa desde la escalera de incendios.

—Vas a matarme de un susto, Apolo —lo regañé, abriendo más la ventana para dejarlo pasar—, ¿Qué no puedes llamar a la puerta como cualquier persona normal?

—Supongo que no soy normal —mencionó, deteniéndose frente a mí para inclinarse a besar mi frente—, supuse que estarías viendo a los médicos esos que te gustan, y decidí venir a hacerte compañía.

Torcí una sonrisa, mientras lo veía caminar para después acomodarse en mi cama, tomó el tazón de palomitas y comenzó a comer, dedicándose a mirar de forma distraída hacia la televisión, donde se reproducía New Ámsterdam, la serie que me tenía embobada en aquel momento.

Apolo era la única persona con la que solía llevarme bien, era guapo, simpático, divertido, inteligente, además de que era muy solitario al igual que yo; todas esas características en realidad me volvían loca, admitía que aquel chico de ojos oscuros me encantaba, pero él jamás hablaba en serio, me daba muchas indirectas que no sabía como tomar, por lo que, por ahora me conformaba con su amistad, además de la extraña compañía que me brindaba algunas noches.

—¿Qué? ¿Vas a quedarte ahí comiéndome con la mirada o vienes y me comes aquí? —inquirió, lanzándome un puñado de palomitas encima.

Me eché a reír, mientras me alejaba de la ventana para ir hasta la cama. Me acomodé a su lado y me concentré en la televisión, tratando de ignorar la agradable sensación que me transmitía el roce de su brazo contra el mío, emoción que pasaba a mi estómago con rapidez, haciendo que sintiera a aquellas molestas maripositas que me indicaban que cada segundo que pasaba a solas con aquel sujeto hacía que me enamorara más de él.

Volteé a mirarle, encontrándome de frente con su oscura mirada. Las comisuras de sus labios se elevaron en una pequeña sonrisa divertida, al haberlo descubierto mirándome. Le devolví la sonrisa, para al final terminar por apoyar mi cabeza en su hombro. Sentí su mano pasar por detrás de mi espalda, su cabeza se apoyó contra la mía mientras un largo suspiro abandonó sus labios.

No dijimos más nada, solo permanecimos en aquella misma posición durante los próximos tres capítulos de la serie, a la cual había dejado de prestarle atención desde hacía mucho, al haberme concentrado en la forma en que sus dedos acariciaban mi brazo.

Jamás había salido con un chico, siempre me dediqué a permanecer sola porque nadie había llamado mi atención a como lo hacía él, ahora, la indecisión me estaba matando, una parte de mí me gritaba para que tomara la iniciativa y me le declarara, la otra parte me decía que siguiera tal y como estábamos: diciéndonos indirectas para terminar el día siendo simplemente amigos.

—Soy un lobo solitario, Cassie —susurró de pronto, sacándome de honda—, en realidad no tengo nada interesante.

Levanté la cabeza para mirarle, él me sonrió y me guiñó un ojo antes de comenzar a levantarse.

—Nos vemos mañana en el trabajo, tal vez tenga la suerte de escucharte leer otra vez —concluyó, para después prácticamente desvanecerse por la ventana.

Me quedé observando el lugar por donde había desaparecido, dedicándome a negar con la cabeza mientras sonreía. Apolo Müller iba a terminar por volverme loca con sus extraños acertijos.

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