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Capítulo III. ¿Ahora soy tu Cassie?

Cassandra Blake

Me encuentro con las puertas de mi armario abiertas de par en par, dedicándome a buscar algo agradable qué ponerme para mi primera cita. La sonrisa de mujer enamorada aún no lograba borrarla de mi rostro, mi corazón continuaba latiendo con la misma intensidad que latió desde el instante en que Apolo me propuso que saliéramos.

Estaba nerviosa, no sabía como tomarlo. Apolo era tan bromista, que ni siquiera sabía ahora cuando hablaba en serio.

Dejo salir lentamente la respiración, al darme cuenta de que justo ahora no hallaba algo agradable qué ponerme. Mis estudiantes tenían razón al decirme que casi todo lo que me ponía era blanco, lo que ahora me parecía un color bastante aburrido. Después de dejar salir un gruñido, me dirijo hacia la ventana, me apoyo de la baranda y me inclino un poco para que mi vecina del piso de arriba pueda escucharme.

—¡Verónica! —grito, tratando de que la única inquilina de mi edad que vive en ese edificio pueda escucharme—, ¡Vero! —repito, segundos después, la pelinegra asoma su cabeza por la ventana, inclinándose sobre el balcón para poder escucharme.

—¡Hey Cassie! ¿Hoy si quieres que te consiga una cita en la aplicación de hombres buenos en donde consigo las mías? —bromea.

Tuerzo una sonrisa, dedicándome a negar con la cabeza. Verónica era una buena chica, la cual trabajaba de mesera en un club durante las noches, estaba un poco loca, pero así la quería. Había encontrado una aplicación de citas de la cual se había vuelto adicta, pues a cada semana buscaba un nuevo chico con el cual divertirse. Llevaba semanas insistiendo en que la probara, pero al final, siempre terminaba negándome por una sencilla razón: mi corazón no era capaz de latir por nadie más que no fuese Apolo Müller.

—Tengo una cita con Apolo esta noche —le cuento, lo que provoca que la chica pegue un gritito cargado de felicidad, seguido de unos pequeños saltitos, tal y como si fuese una niña pequeña, en vez de ser una mujer de veintiocho años.

—¡Ya era hora! Si se nota a leguas que mueres por ese bombón —alarga, a la vez que abanica su rostro con una mano, dando a entender que se había acalorado.

Me echo a reír, mientras trato de ignorar el revoloteo en mi estómago que me provocaba el solo pensar en mi compañero de trabajo. Verónica no se equivocaba, llevaba meses babeando por ese hombre, por lo que, justo ahora me sentía como una niña pequeña la cual estaba a punto de recibir un hermoso regalo.

—¡No me distraigas! —exclamo, desviando la mirada para que la guapa pelinegra no note el rubor que se apodera de mis mejillas—, me he dado cuenta de que lo que tengo en mi armario es bastante aburrido, ¿Me prestarías algo, por favor?

—¡Claro! —expresa con emoción a la vez que aplaude—, espérame, ya casi bajo y te ayudo a prepararte.

Un par de minutos después, ella se encontraba llamando a mi puerta, cargada con diferentes prendas de vestir, además de una bolsa llena de maquillaje, lo que me hizo arrepentirme de inmediato de haber buscado su ayuda.

Verónica no dejaba de hablarme de sus últimas citas, las cuales, según ella, habían sido tan calientes que estaba dispuesta a repetirlas con los mismos hombres. Mientras se dedicaba a hablarme de sus anécdotas, me obligaba a hacer diversos cambios de vestuario, hasta que al final ambas terminamos por decidirnos por un vestido sencillo de color palo rosa que llegaba hasta la mitad de mis muslos, los cuales quedaban completamente descubiertos. Lo acompañé con unas sandalias bajas con tiras que se envolvían alrededor de mis piernas, mi vecina se encargó de arreglar mi cabello y después de tanta insistencia, le permití ponerme un poco de maquillaje.

Al final, cuando me observé en el espejo, estaba lejos de parecerme a la misma chica pálida de cabello blanco que solía ser cada día. Ahora, casi podía decir que me veía a como lucían mis compañeras de trabajo, las cuales parecía que siempre trataban de superarse a sí mismas al resaltar su belleza.

—Estás fantástica —musita la pelinegra, colocando sus manos sobre mis hombros—, ya tu tono de bruja se ha perdido.

Pongo los ojos en blanco mientras que la chica se echa a reír, para después voltearse y recoger sus pertenencias.

—¡Solo bromeo, Cassie! No vayas a enojarte —murmuró—, ahora me voy, tengo una hora para llegar al trabajo —concluyó, para terminar por irse con la misma rapidez con la que había llegado.

Cerca de las ocho de la noche, mi cita se encontraba ingresando por la ventana, ayudándose como siempre, con la escalera de incendios. Las comisuras de sus labios se levantaron en una pequeña sonrisa en cuanto su mirada alcanzó la mía, para después dejar salir un silbido.

—¿Qué has hecho con mi Cassie? —indagó, tomando una de mis manos para hacerme girar.

Me fue imposible no echarme reír, para terminar por hacer una ridícula reverencia. Me era tan fácil ser yo misma con aquel chico carismático, que ahora tenía la ridícula idea que probablemente habíamos nacido para estar juntos. No era normal tener una química de aquel tipo con una persona, sin que pudiese haber algo más.

—¿Ahora soy tu Cassie? —bromeé, a lo que él asintió sin dudar.

—Si lo has sido desde el primer momento en que pisaste ese colegio.

Siento como las comisuras de mis labios se levantan en una media sonrisa sin que pueda hacer algo para detenerla. En aquel momento me sentía feliz, plena, amada, al punto que, estaba segura que a partir de ahora nada podía salir mal. El ver directamente a los ojos oscuros de Apolo, podía percibir la misma necesidad que yo sentía en aquel momento, la necesidad de arriesgarnos a ser felices.

Él extendió su mano en mi dirección, sin pretender dejar de mirarme. No dudé en tomarla, dedicándome a observar cada centímetro de su cuerpo. Vestía tan informal, que lo hacía ver tan irresistible y sexy a como todos los días; su cabello castaño un tanto desordenado, jeans oscuros y una camiseta color turquesa que se amoldaba perfectamente a sus pectorales, haciendo que los músculos de sus brazos sobresalieran de sus apretadas mangas.

Me fue imposible no detener la mirada en sus brazos, permitiéndome imaginar la forma en que se sentía mi cuerpo al encontrarse rodeada por aquellos enormes brazos que me hacían sentir a salvo.

—Si me sigues mirando de esa manera, me temo que no vamos a salir de aquí —comentó, a la vez que llevaba su otra mano hasta mi barbilla para que volviera a mirarle a los ojos—, porque tengo la certeza de que terminaré por cumplir todas las fantasías que justo ahora pasan por mi mente.

Dejé salir un largo suspiro a la vez que trataba de controlar los fuertes latidos de mi corazón, aquellos latidos que hacían que mi piel se erizara y mis piernas temblaran, deseando saber cuáles eran aquellas fantasías.

—¿Ah sí? ¿Te gustaría contarme? —indagué, aun sosteniendo su mirada.

En sus labios se dibujó una traviesa sonrisa, mientras que, en su mirada, fui capaz un leve cambio de color en sus pupilas, las cuales, por una breve fracción de segundo, pude ver que pasó de ser oscura a un café muy claro.

Ladeé la cabeza, concentrándome en aquello que había llamado mi atención, pero ahora, no había nada, su mirada continuaba tan oscura como siempre, lo que me hizo sonreír al comenzar a imaginar cosas sin sentido.

—No quiero —respondió al final, jalando de mi cuerpo hacia el suyo. Su mano aún cubriendo la mía, mientras que la otra la posicionó en mi espalda baja, transmitiendo una oleada de calor con solo su tacto—, creo que tus oídos son algo sensibles para escuchar las barbaridades que pasan por mi mente cada vez que te tengo cerca.

Me eché a reír, negando con la cabeza.

—¿Cómo es que pude contenerme por tanto tiempo? —preguntó, desplazando su mano por mi espalda de arriba abajo, en una suave caricia—, ¿Cómo es que he tratado de verte como una simple amiga cuando lo único que quiero es hacerte el amor de muchas maneras distintas?

Mi garganta se secó, mis labios temblaban, manteniéndose entreabiertos, a la vez que rogaba en mi interior que por favor… terminara de una buena vez con mi maldita tortura y acabara con besarme, cosa que parecía que estaba disfrutando el torturarme de esa manera, pues aquella sonrisa lobuna se mantenía marcada en sus labios, mientras que su mano continuaba recorriendo mi espalda.

—Vamos ya —continuó, a la vez que ponía distancia—, voy a llevarte a comer.

Caminó conmigo de la mano hacia la ventana, lo que me hizo detenerme.

—¿Qué haces? —pregunté, riendo—, la puerta es hacia allá.

—No la mía, bonita —murmuró, guiñándome un ojo.

—No pienso salir por la escalera de incendios —argüí, frunciendo el ceño.

—Claro que sí, no te resistas.

—Apolo…

Me calló al llevar su dedo índice hacia mis labios. Su expresión de diversión continuaba marcada en su rostro, al igual que su serenidad.

—Que bonito, nuestra primera discusión —murmuró, para después inclinarse y echarme sobre su hombro, haciéndome estallar en carcajadas.

—¡Estás loco! ¿Cómo pretendes hacer eso?

—Todo conmigo es una aventura, Cassie —concluyó, para después prácticamente saltar desde mi ventana.

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