38. Reducido a nada

Máximo

La madrugada me consiguió despierto en su habitación, encorvado en el suelo y aferrado a sus sabanas. Olían a ella, todo en esas cuatro paredes olía a ella, a frutas, flores y su propia esencia. Pronto comenzaría a llenarse de su ausencia y me embriagaría el doloroso recuerdo de saberla perdida.

Sirena, mi sirena…

Me permití llorar en silencio y acompañé el desasosiego con un vaso de licor, luego dos y le siguieron tres, al final, perdí la cuenta de todo lo que había bebido, al final quise perderme a mí mismo por no tenerla.

—¿Qué he hecho?  —Pregunté muy bajito, aun aferrado a sus sabanas, no quería que se me escapase su olor.

¡Era mi maldita culpa! Pensé mientras apretaba los puños muy fuerte hasta verlos ponerse de un blanco muy pálido. Esto era

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