El padre robanovias

Estaba sumamente cansado por la labor de conducir la carroza, puesto que también se había negado a ser acompañado por uno de los súbditos de su abuelo, pero no pudo evitar seguir el impulso de extender sus brazos al interior de la estructura de madera y envolver a la pelinegra con ellos. Isobel se quejó cuando Graham la alzó.

Graham no la escuchó.

─Graham ─insistió, agitando sus pies para que la bajara, pero incluso ese movimiento era débil y poco convincente. Se sentía sin fuerzas, derrotada, puesto que era ella contra todas las leyes del espacio y el tiempo, y era por esa precisa razón que evitaba pensar en su vida del siglo XXI y se concentraba en aceptar, poco a poco, su realidad─. Por favor, bájame. ─Él lo hizo, pero no porque Isobel se lo pidiera, sino porque ya habían llegado al sitio en el que planeaba hacer una fogata. No había traído una tienda de campaña con él porque nunca esperó detenerse camino a la ciudad, pero las condiciones climáticas lo habían obligado a hacerlo─. ¿
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