Hanna. Han pasado una semana desde que cometí el error de dejar que mi deseo gobernaran mi mente, y aunque me ha costado recupérame, de lo que ese hombre me hizo sentir esa noche, gracias a dios, tengo mis ideas bien claras, se cuál es mi deber, y quien es verdaderamente importante para mí, en mi vida. No debe importarme que cada noche, cuando me acosté, después de comenzar a organizar todo para la mudanza que haré en tres días, después de todo el día trabajando de repartidora, y haciendo hora sueltas en el supermercado de mi barrio, ya que han pedido refuerzo por horas, para Navidad, aún me quedé tiempo para recordar cómo me sentí en brazos de ese hombre. Eso es lo peor que llevo, porque algo me dice, en mi interior, que, pese a todo, eso sí fue significativo, al mismo tiempo que mi mente, intenta que razone, que al aceptar la oferta que me hizo el cabrón del Alfa, para poder acercarme a él de nuevo, y descubrir por qué me afecta tanto, si sólo fue sexo, es rebajarme demasiado a
Roy. - “Decididamente Roy Willians eres un perfecto idiota, el más grande de los idiotas de tu reino, Arturo, debería llamarte Sir Idiota, en vez Rey Arturo, no puedo creer que seamos mellizos, será que toda la sensibilidad me la llevé yo, porqué si no entiendo que …”- la tuve que interrumpir o volvería romper algo en mi despacho. - “Ya está bien, si has venido a calmarme, bien, si no, ya te puedes ir por esa puerta, no estoy para uno de tus sermones de niñata perdida, Wendy.”- le dije con mi tono de voz que avisaba que estaba a punto de estallar de nuevo. Llevaba una maldita semana, intentando no golpearme varias veces al día, por haber sido tan idiota como para fastidiar eso tan alucinante que tuvimos Scarlet, la bruja de los ojos cambiante, y yo, esta noche. Y quizás por eso, porque fue demasiado intenso, lo más intenso que he sentido en mi vida, tanto que tuve miedo de lo que sentía, algo que, para mi forma de ser, es una cobardía, y si a eso añadimos que esa maldita mujer pret
Hanna. Cuando llegamos al restaurante, ya pude ver que, en la mesa contigua, muy cerca a la nuestra, casi pegadas, estaba la exesposa de Herman Dankworth, sentada estratégicamente, para que al sentarnos nosotros, ellos quedaran frente a frente, no era la primera vez que hacíamos esto, al contrario, esos dos se habían convertido en expertos en crear subterfugios para verse en público, si ser detectados. Yo, en muchos de ellos, era el escudo donde se escondían de las miradas indiscretas de los periodistas, y de los espías que, de seguro, la familia real mandaba para controlar a su exesposa. Apenas la saludamos, yo simplemente la ignore, después de que, con la mirada, la saludara, apoyándola en su nueva aventura. Su exmarido, Herman, ni la miró. Aunque durante toda la cena, las sonrisas, los brindis desde lejos, e incluso las frases dirigidas a ella, mientras me miraba, para parecer que me las dirigía a mí, se sucedieron, casi desde inmediato. Era la mar de incomodo estar en medio de
Roy. Cuando entré en el restaurante, mientras mi asistente Fletcher Gordon me esperaba fuera, en el Mercedes de lujo, junto a Consell, mi chofer, busqué con la mirada, para ver donde se encontraba la problemática de Ailan Caroline Miller. El metre no me puso problema, sabía quién era yo, seguramente conocería a la mayoría, de los altos empresarios de Londres, como a la mitad de los millonarios que habían asistido, alguna vez, al restaurante de lujo, con varias estrellas Michelin, “El Mirador”. En seguida, alguien llamó mi atención. En una mesa, sonriendo, junto a otro hombre, estaba la persona que menos me esperaba encontrar allí, la escurridiza Scarlet. En un principio, solo la miré, me parecía increíble que un hombre consiguiera, que esa mujer sonriera así, eso nunca lo había hecho conmigo, al parecer yo despertaba en esa bruja de lengua afilada, otro tipo de sentimientos. Comencé a sentirme mal, y una furia inexplicable, me hizo olvidarme del motivo por el que había asistido
Roy. Por un segundo me sorprendió ver a mi hermana allí, mientras intentaba mantener el tipo y soportar el dolor físico, que la experta en causármelos, normalmente, solía provocarme, hasta que recordé cuál era el motivo por el que había asistido al restaurante. Mordiéndome el labio y respirando profundamente, que era lo que solía servirme en estas ocasiones, le dije: - “¡Wendy, te has pasado!”- para mirarla finalmente, reafirmando así que esta vez sí estaba enfadado. Pero al mirarla, descubrí que detrás de ella, estaba el otro motivo por el que yo había asistido, de una fastidiosa vez, en ayuda de mi hermana. Lógicamente, una actitud aprendida desde mucho antes de nacer, heredada de mi padre, se activó entonces, la protección de mi hermana era algo que me tomaba muy en serio, sentía como respirar, y por eso mi hermana me había pedido el favor que me pidió. No sabía la razón, por lo que, cuando normalmente ella trataba de evitar que yo acosara a los hombres con los que ella salía
Hanna. Ailan y yo nos miramos, a los ojos, mientras esos Alfas sobre estimulados de testosterona se retaban entre si con la mirada para ver quien era el más estúpido, si hubiera tenido ambos quince años, estarían, hora mismo, midiéndosela para ver quien la tenía más grande, completamente ridículo. No hizo falta que la atractiva millonaria me dijera lo que pensaba, me veía a mí misma, reflejada en su expresión, y en su mirada. He gesto con mi barbilla, indicándole la puerta, que solo sonrió, y salimos de allí como dos divas, sin mirar si los dos se habían dado cuenta de que nos habíamos ido. - “Suficiente para mí, llevo tres días soportando a guaperas controladores y seguros de sí mismos, además de persistentes, con ideas fijas.”- oí que decía Ailan cuando salíamos, del restaurante en dirección a nuestros coches. - “Por lo visto tu locura del otro día, te ha encontrado.”- le dije burlona, Ailan me había contado todo lo que había pasado esa noche que me salvo, llevándome al hospit
Hanna. - “¿Qué es lo que más deseas? Y sobre todo ¿Qué es lo que más deseas de mí?”- me dijo haciendo que lo mirara sorprendida. - “¿Por qué me preguntaba eso? ¿no tenía ya formada una maldita opinión sobre mí? ¿qué era lo que buscaba?”- pensé mirándolo mientras me colocaba la falda del vestido bien, para que no se abriera de manera excesiva por la abertura lateral, para dejar ver la longitud de mi pierna derecha. No se me pasó desapercibido, que el Alfa siguió todos mis movimientos, mientras trataba de cubrirme con la tela. - “¿Y por qué tú no respondes primero a esas preguntas, Alfa? Te crees que no sé qué quieres jugar con ventaja, no soy tan estúpida, Roy William Miller, aunque tú así lo creas.”- le dije mirándolo a los atemperados ojos azules, que se fijaron en mis labios, y no apartaban su mirada de ellos. Poco a poco el calor, entre nosotros, iba creciendo. -“Yo deseo poder curarme de esta obsesión que me provocas, no estoy acostumbrado a que mi deseo por una mujer, me c
Roy. - “Lo quiero por escrito, Alfa”- esa frase se me seguía repitiendo en la cabeza. Aún no me podía creer que me hubiera dicho eso, después de tantos años, y prácticamente vivir en las rodillas de mi padre, negociando con los mejores empresario y economista que existían en el Mundo, y una estudiante de Medicina de veintitrés años, negociando conmigo, me había arrastrado por el piso, dejándome totalmente sorprendido. No solo puso condiciones, que conseguían contrarrestarlas las que yo le había puesto antes, sino que quería que se cumplieran según lo que habíamos pactado, darme una chance a renegociar. Como sabe cualquier empresario, o negociante, que se precie, lo que estaba escrito, es, en definitiva, lo único que vale. Yo esperaba, que pese a las condiciones que había puesto, la flexibilidad fuera una norma, pero, cuando algo está escrito, y firmado, las negociaciones ya son más seria, volviéndose un contrato ineludiblemente y vinculante, de manera que el cumplimiento, es obli