Eda se encontró sola en la oficina, enfrentándose a la desconcertante conexión que había sentido y a la enigmática figura que tenía delante. Ella tragó saliva y dio un paso hacia atrás. Nunca había imaginado que sería ella quien buscara a su mate, y había sentido las señales, como el nombre de la empresa o la agitación de su loba antes de salir del ascensor. Su corazón latía desbocado en su pecho, como si quisiera salirse por la garganta. Apenas pudo articular unas palabras.—¿Tú eres Magnus Graties? El que está destruyendo los locales comerciales en el pueblo de Blanfort. Quiero que detengas la demolición. Esos locales tienen propietarios que fueron estafados por el hombre que te los vendió.Magnus no apartó la mirada de Eda ni un momento, rodeó el escritorio y se paró cerca de ella. Sus ojos brillaban con un misterio insondable. A sus 36 años, había esperado este momento, pero nunca pensó que su mate lo encontraría a él, y mucho menos que sería una hermosa joven de ojos azules.—Sí,
Eda, sintiendo que entraban al ascensor y se cerraba la puerta, con voz fría, suplicó. —Puedes bajarme, ¿no crees que estás exagerando? Bájame, puedo caminar sola. Pero Magnus no cedió. Mantuvo su agarre firme mientras el ascensor se movía. Cuando finalmente la puerta se abrió, caminó tranquilamente con Eda en su hombro. La recepcionista, visiblemente disgustada, camino hacia Magnus y se dirigió con un tono crítico. —Señor Graties, esta mujercita es una intrusa. No debería haberse molestado en traerla usted mismo; los guardias de seguridad podrían haberlo hecho. Se saltó los torniquetes y le faltó al respeto a los guardias al subir al ascensor. Si lo desea, puedo llamar a la policía para que la lleven a la cárcel. Magnus arqueó las cejas y su voz resonó, ronca y autoritaria. —Esta señorita puede venir a su empresa como le plazca a partir de ahora. Ella es Eda Graties, mi esposa, y desde este momento puede acceder a mi oficina sin restricciones, ¿queda claro? La recepcionista abr
Eros y Danna compartieron una semana llena de risas y lágrimas con sus hijas. El tiempo pasó volando, y llegó el momento de despedirse. Con emotivos abrazos, Eos regresó a la manada Vilkas en compañía de su esposo, mientras que Eda y Magnus se dirigían a la manada de Maya y Duncan antes de emprender el viaje de regreso a la ciudad. Perseo conducía su camioneta a través del espeso bosque y, Eos jugaba con los gemelos en la parte trasera. Mientras avanzaba hacia su manada, notó que ramas y piedras obstaculizaban el camino. Un siniestro escalofrío se apoderó de su cuerpo, y sus pensamientos se centraron en sus hijos, Sus temores se reflejaron en su rostro antes de que decidiera detener el carro. Habían pasado dos años desde que las tierras de los lobos se mantenían en paz, y ellos solían salir sin necesidad de escoltas. Eos venía distraída con sus hijos, y cuando sintió que el carro se detuvo, levantó la cabeza y preguntó: —¿Por qué nos detenemos, amor? Perseo giró la cabeza
Sofía se encontraba paralizada por el miedo, sus ojos se clavaron sobre su padre, cuyo rostro reflejaba pánico. A su alrededor, el silencio era opresivo, solo roto por los latidos acelerados de sus corazones.Frederick intentó mantener la calma mientras le hablaba a su hija. —Tranquila, mi lobita —susurró con voz temblorosa, pero llena de cariño—. No nos harán daño —Tragó saliva con dificultad, consciente de la peligrosa situación en la que se encontraban.Dos de los delincuentes se acercaron sigilosamente al carro, uno a cada lado. La tensión en el aire era palpable, y Sofía se aferró a la mirada de su padre en busca de consuelo. Uno de los ladrones rompió el silencio con un grito autoritario.—¡Bajen del carro con las manos en la cabeza!El cuerpo de Sofía se estrechó en ese momento, la adrenalina bombeaba a través de sus venas mientras su mente luchaba por asimilar lo que estaba pasando, siempre vivió como una princesa, poco recuerda los momentos de tiranía que vivió la manada.Sof
Eos llegó a la mansión con el corazón latiendo desbocado, su cuerpo temblando de pánico. Galilea, quien salió a su encuentro, notó en su mirada el rastro del miedo que la consumía.—¿Qué pasó, Eos? ¿Y el alfa, dónde está? —preguntó Galilea con urgencia.—Ordena que lleven a los niños a sus habitaciones, te espero en el despacho —expresó, sin apartar la mirada de sus bebés dormidos en las sillas de bebé. Salió del carro y se adentra en la mansión, caminando de un lado a otro, sin saber qué hacer, mientras el temor seguía palpable en su rostro. —Expresó con un hilo de voz.Minutos después Galilea abrió la puerta del despacho sin tocar, su mirada inquieta se clavó en Eos.—Marie está con los niños en su habitación, se encargará de ellos. Ahora, cuéntame. ¿Qué pasó?Eos, aun temblando y con lágrimas en los ojos, comenzó a relatar.—Nosotros veníamos de regreso hacia la manada, y en el camino encontramos obstáculos. Perseo se bajó para investigar y unos renegados lo atacaron. En ese moment
Perseo sintió cómo se le nublaba la vista y perdió el conocimiento. Sofía soltó una gran carcajada llena de malicia y regocijo, saboreando su triunfo. Luego, se dirigió hacia la puerta y la abrió, revelando a dos lobos que resguardaban la entrada.—¡Entren, desámenlo y acuéstelo en la cama! —ordenó con autoridad.Los lobos obedecieron y se apresuraron a desamarrar a Perseo y acostarlo en la cama. Una vez terminaron, salieron de la habitación, dejando a Perseo solo con Sofía.Sofía se acercó a Perseo y, con gestos maliciosos, lo desnudó por completo. Era de noche, y ella tenía la intención de esperar pacientemente a que él despertara.A la mañana siguiente, Perseo se despertó con un dolor de cabeza pulsante y una profunda sensación de confusión. Al mirar a su alrededor, no pudo reconocer el lugar en el que se encontraba. Su mente parecía estar en blanco, incapaz de recordar nada de su vida.Una voz melosa lo sacó de su aturdimiento, y giró la cabeza para ver a una mujer desconocida a s
Sofía se acercó a la gran muralla, caminó a paso firme junto a Perseo hacia la entrada de la manada. Los guardias que se encontraban en la entrada se mantuvieron alerta, atentos a la llegada de los lobos que se acercaban. Ellos al ver a su alfa hicieron una reverencia colectiva.El jefe de los guardianes, con los ojos abiertos de asombro, fue el primero en expresar su reconocimiento.—Alfa Perseo —exclamó con sorpresa—. Nos habían informado de su secuestro. Es un alivio verlo de nuevo en plenitud. De inmediato, informaré a la Luna de su regreso.—A mi lado, brilla mi Luna, su Luna Sofía, y he retornado decidido a reclamar mi posición en esta manada.—¡Alfa! —Exclamo el guardia incrédulo de lo que escuchabas—. La señorita Sofía fue desterrada de esta manada por ti y la Luna Eos.Perseo estaba lleno de rabia, no podía creer que su gente estaba bajo el hechizo de esa bruja. Con firmeza, declaró.—Soy el Alfa de esta manada y he regresado para recuperar lo que legítimamente me pertenece.
Eos atravesaba velozmente el extenso bosque junto a Galilea; su corazón latía con fuerza mientras estaba aterrada por la vida de sus hijos, que no paraban de llorar. De repente, aparecieron entre los árboles Morgan y Aragne, acompañadas de otras ninfas. Aragne, al divisar a Eos, corrió hacia ella y la envolvió en un abrazo reconfortante, mientras dos de las ninfas se acercaron a los niños y los tomaron entre sus brazos. Las ninfas se ocuparon de tranquilizar a los pequeños, susurrando palabras de aliento y desplegando un aura de protección a su alrededor. Morgan, con la mirada alerta y el ceño fruncido, expresó:—Debemos dirigirnos a la colonia. Aquí estamos en peligro.—Debo informarle a mi padre que estamos bien; están a punto de llegar a la manada Vilkas —expresó Eos con voz afligida mientras avanzaba junto a Morgan—. Perseo es otra persona; Sofía lo tiene bajo algún hechizo, intentó matarme. Mi poder de ninfa parece ineficaz al lado de esa bruja, y siento que he defraudado a todos