La alfa Antonella y sus tres alfas
La alfa Antonella y sus tres alfas
Por: Lala-Sula
Capítulo 1: El trato de los alfas

El agua fría sobre mi cuerpo, me hace despertar moviendo mis extremidades por miedo a ahogarme. Pero, no estoy en el agua, en realidad, estoy en mi cama improvisada en el suelo, siendo nuevamente pisoteada por la prometida del alfa de la manada: Eliza Koart.

— Por fin despierta la bella durmiente, pensé que tendría que llamar a nuestro alfa para que te diera el beso que te despertaría del mágico sueño en el que estabas, princesa.

— Si fuera una princesa, diría que te has equivocado de historia, porque parezco más cenicienta, pero, en la parte que es maltratada por sus hermanastras y su madrastra.

— Antonella, tú no tienes hermanastra.

— Parece que nadie lo sabe, porque todos están desesperados para tratarme como esas hermanastras. — digo con enojo.

Eliza, se burla y coloca su pie en mi pecho, enterrando su tacón aguja en mi piel. Aunque quiero defenderme, no es posible, será la luna de la manada en la que desgraciadamente pertenezco.

— ¿Qué pasa, pequeña basura? ¿Quieres golpearme? — pregunta Eliza sonriente.

— Me ha despertado, me imagino que no fue solamente para pisarme. — digo con mi mirada llena de enojo.

— ¡Querida, ¿Dónde estás?! — grita alguien fuera del establo donde yo duermo.

Eliza, retira su pie de mí, pero, me amenaza con su mirada y su aura que me dice lo lista que está para lastimarme.

— Estoy con la sucia Antonella. — dice Eliza.

El alfa de la manada, Robert, aparece en su versión lobo, causando que de inmediato me arrodille, temiendo lo peor. Siempre soy violentada en esta manada, pero, peor cuando el alfa está presente, porque eso quiere decir que tengo una nueva misión… una nueva tortura.

— Sucia Antonella, prepárate, servirás a los alfas de la sociedad unánime. — dice el alfa Robert.

— ¿Por qué vas a llevarla a ella otra vez? No me agrada en lo absoluto que estes con ella en un lugar tan importante. — dice Eliza en su versión lobo.

— A los alfas les gusta burlarse de cosas inútiles, por eso, la llevo, después de todo, es una mujer lobo sin su loba. — dice el alfa Robert y su prometida sonríe complacida.

La manada Luna plateada, se encarga de recordarme cada segundo de mi vida que soy una mujer lobo que ni siquiera es capaz de sentir la presencia de un lobo. Eso se relaciona a un daño en mi cuerpo que me impedirá tener una loba cuando cumpla la mayoría de edad.

Hay mujeres así en otras manadas, por lo que, saben que no será revelado mi lobo y es por ello, que me atacan disfrutando de mis heridas, ya que, por no tener un lobo, no tengo el poder de sanar rápido y eso les causa placer.

— Colócate lo mejor, el rey alfa estará ahí y no quiero que se lleve una mala imagen de mi manada. — dice Robert llevándose a su prometida en medio de besos y juegos tontos.

— Entonces, hoy no seré capaz de caminar por mi cuenta. — digo levantándome del suelo.

Me preparo rápido y salgo con el alfa de la manada que ignora como me lanzan bolas de papel, ropa sucia o fruta dañada que gracias a mi experiencia con ellos, puedo esquivar. El alfa, sube a su auto y yo debo acompañar a los cisnes que serán entregados al rey alfa como regalo.

‘Incluso los cisnes tienen un auto para ellos y los tratan dulcemente a diferencia de mí.’ Me digo mentalmente.

El recorrido es largo, pero, yo disfruto de ello, porque aquí no soy empujada, humillada ni maltratada solo por ser una mujer que no tiene poderes de mujer lobo. Pero, la felicidad no tarda mucho, porque frente a mí se muestra un castillo tenebroso que me hace temer lo peor.

— Has llegado a tu nueva tortura. — dice el conductor y yo trago duro.

— Solo espero que no tarde mucho. — digo y rápidamente mi alfa en su versión lobo, me observa con enojo.

Rápidamente, bajo del auto y lo sigo tensionando mi cuerpo, porque los alfas de las otras manadas están presentes con cuchillos, látigos y todo tipo de cosas que sé que usarán en mí.

— ¡Robert, me alegra que hayas traído el juguete para divertirnos! — dice el alfa Daniel.

— Siempre les he cumplido, así que, toda suya. Recuerden no matarla o no tendríamos diversión para las siguientes reuniones.

Sé lo que van a hacer, soy consciente que si no hago algo voy a pasar largas horas de dolor, pero, no puedo huir, fácilmente seria atrapada por no poder transformarme en loba y correr. Así que, solo puedo caminar como un cerdo al matadero.

— ¿Ya ha llegado el rey alfa? ¿Se encuentra al menos en casa? — pregunta el alfa Robert.

— Esta aquí, pero, no se ha mostrado. Es misterioso, como siempre.

— Bueno, jueguen un poco mientras llega. — dice el lobo tomándome del brazo y lanzándome tan lejos, que mis piernas sufren dejándome en medio del salón, aunque estaba a más de diez metros de distancia.

— ¡Ese fue un buen lanzamiento! — dice uno de los alfas levantándose para caminar hacia mí.

De inmediato, retrocedo, pero, un dolor en mi espalda, me hace gritar del dolor sabiendo que mi tortura comienza. Otra persona me golpea con fuerza y yo comienzo a llorar causándole mucha diversión a los alfas.

Ya no intento suplicar, porque eso les divierte, pero, sigo esforzándome por huir de sus golpes, sin embargo, hay muchos alfas rodeándome con feromonas que me debilitan.

— ¡Ha llegado el rey alfa! — anuncia alguien y eso entretiene a los alfas que me lastiman por diversión, por lo que, me muevo tan rápido como puedo y nadie me persigue.

Todos están tan ansiosos por ver al rey alfa, que olvidan a la pobre mujer que no tendrá su lobo para protegerla de estás heridas ni de alguien. Por lo que, camino por los pasillos desconocidos, deseando nunca volver a la manada que tanto daño me hace.

Por fortuna, logro salir del castillo y me adentro en un bosque que espero sea mi protección de esos lobos crueles.

— ¡Antonella! — grita el alfa Robert y yo corro sabiendo que mi vida depende de ello.

— ¡La buscaremos, señor!

— ¡Deben encontrarla y dañarla tanto que no pueda moverse aunque lo desee! — grita el alfa Robert y yo continuo corriendo.

‘Debo dejar la manada. Necesito buscar asilo en otra manada menos cruel antes que me mate.’ Me digo mentalmente.

— No sabía que existían lobos desobedientes. Deje una orden clara que nadie podía entrar al bosque esta noche. — dice una voz que me causa temor.

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