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No hacía falta buscarla demasiado, porque él ya sabía en dónde estaba.

Estar en la pileta del dragón era algo que Elisa acostumbraba hacer desde que conoció dicho lugar, luego de llorar ríos por estar cautiva, herida, hambrienta y sola.

Aquel fue su primer logro en esa mafia, luego vino él y Andrei.

Igor se quedó por unos segundos mirándola perdida en el agua jugando con una de sus manos, e inmediatamente olvidó el porqué había llegado casi corriendo hasta ese patio.

Elisa no parecía sentir nada, sólo parecía que ella existía y no había una razón del porqué.

Comenzó a dar los muchos pasos que lo separaban de ella entonces y se sentó a su lado y ella alternaba sus ojos en su mano que jugaba con el agua y en el rostro de Igor formando de a poco una sonrisa en sus labios, que le hizo sonreír también.

—Sé que no suelo estar despierta antes del mediodía —una pequeña pizca de vergüenza se apoderó de su sonrisa—, pero hoy es diferente.

“No le digas nada”, Igor escuchó de pronto la voz d
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