Renata dudó por un momento. El recuerdo de su primer beso en ese lugar era demasiado vívido, pero finalmente asintió, obligándose a mantener su fachada.El aire fresco la recibió al salir. Las luces de la ciudad brillaban en la distancia, reflejándose en el río que serpenteaba como un espejo oscuro. Las farolas parpadeaban a lo lejos, y el murmullo del restaurante quedó atrás, opacado por el suave aroma de jazmín que impregnaba el balcón. Ángelo se apoyó en la barandilla, su silueta recortada por el brillo de la ciudad.Renata avanzó, cada paso resonando en el suelo de madera como un recordatorio de su presencia. A pesar de que su postura seguía siendo impecable, el peso de la noche comenzaba a acumularse en sus hombros.—Este lugar… siempre me hace pensar en Renata —admitió Ángelo, con la mirada fija en las luces—. Le encantaba venir aquí. Decía que era como escapar del mundo por un rato. Vengo una vez a la semana solo, así siento que no la he perdido del todo.Renata sintió un escal
Ángelo permaneció en el balcón mucho después de que Renata se fuera con Doménico. La noche, que antes parecía tranquila y cargada de promesas, ahora era fría y pesada. El eco de las palabras de Doménico seguía resonando en su mente, como un tambor insistente."Tú la destruiste. ¿Y ahora quieres repetirlo con Elise?"Se pasó una mano por el cabello, frustrado. ¿Por qué Doménico estaba tan obsesionado con Renata? Apenas la había conocido unos meses, y sin embargo, hablaba como si ella hubiera sido todo su mundo. Como si la hubiera amado más de lo que él mismo había sido capaz.Y eso lo inquietaba más de lo que quería admitir.Giró hacia la mesa que había dejado atrás, ahora vacía, con una copa de vino a medio terminar. El recuerdo del leve roce de sus labios con los de Elise volvió a golpearlo. Era como si por un instante hubiera tenido a Renata de nuevo frente a él, pero no. No podía ser.Se inclinó sobre la barandilla, intentando encontrar claridad entre el caos de sus pensamientos. H
El sonido de los tacones de Renata resonaba suavemente en el pasillo alfombrado mientras se dirigía a la habitación de Doménico. Había pasado gran parte de la noche intentando procesar los eventos del restaurante y las palabras de Doménico. Aunque su ira inicial aún estaba presente, también sabía que había una amistad que rescatar… si él estaba dispuesto a hacerlo.Tocó la puerta con un golpe firme pero contenido. Pasaron unos segundos antes de que Doménico abriera. Su cabello estaba desordenado, llevaba una camisa arrugada y el rostro lucía más cansado de lo habitual. Sin embargo, sus ojos azules parecían claros, como si hubiera estado reflexionando.—Renata —dijo en un tono bajo, casi vacilante. Dio un paso atrás para dejarla entrar—. No esperaba verte tan pronto.Ella cruzó el umbral sin dudar, sus ojos recorriendo la habitación. Sobre la mesita de noche, un frasco de pastillas estaba ligeramente inclinado, como si lo hubiera dejado caer en un momento de descuido. Ese detalle no pa
Vittoria levantó las manos, indignada.—¡No hice nada! —replicó, volviéndose hacia él con una mirada firme—. Beatrice está delirando. Esa nota no tiene nada que ver conmigo.Ángelo cruzó los brazos, su mirada fija en la anciana, evaluándola.—¿Y esa nota? —preguntó, señalando el papel sobre la mesa—. ¿Qué dice?Beatrice intervino antes de que Vittoria pudiera responder.—Nada, me acusan de haberle hecho daño a Renata, pero no es cierto, yo soy inocente. Ángelo. Tu madre fue quien la llevó al límite, quien conspiró para deshacerse de ella.—¡Basta! —gritó Vittoria, su rostro rojo de furia—. Renata estaba perturbada. Si acabó como acabó, fue por sus propios actos, no por los míos. ¡No te atrevas a culparme de algo tan absurdo!Pero las palabras de Beatrice habían dejado una semilla de duda en Ángelo. Recordaba vagamente los últimos meses de Renata en la casa, la manera en que se había aislado, cómo parecía que el mundo entero estaba en su contra. ¿Había algo que no había visto, algo que
Renata y Doménico estaban sentados en una mesa al aire libre, en un restaurante exclusivo de la ciudad. El sol acariciaba suavemente el ambiente, y el murmullo de las conversaciones de los demás clientes se mezclaba con el sonido del tráfico lejano. La comida estaba servida, pero Renata apenas había probado bocado. Aunque intentaba concentrarse en la charla ligera de Doménico, su mente estaba ocupada en otro lugar.El teléfono de Renata vibró suavemente sobre la mesa. Sin alterarse, lo tomó y, al ver el nombre de Gertrudis en la pantalla, se permitió una pequeña sonrisa de satisfacción.—Tengo que atender esto, no tomará mucho tiempo —dijo, mirando a Doménico con calma antes de contestar.—¿Qué sucede, Gertrudis? —preguntó, manteniendo su tono bajo y controlado, pero lo suficientemente audible para que no despertara sospechas.—Señora, el plan funcionó —avisó Gertrudis al otro lado de la línea, con una emoción contenida pero evidente—. Las dos se quieren despedazar.Renata se recostó
Ángelo no podía dejar que esa mujer desapareciera entre las sombras del cementerio sin obtener respuestas. Había algo inquietante en su tono, algo que lo había dejado intranquilo. Con pasos decididos, acortó la distancia y, cuando estuvo lo suficientemente cerca, sujetó suavemente su brazo.—Espere —pidió, su voz cargada de urgencia.Ella se detuvo y giró hacia él con rapidez, sorprendida por el contacto. Pero al encontrarse con sus ojos verdes, un estremecimiento inesperado la recorrió. Por un momento, se quedó sin palabras, impresionada por la intensidad de su mirada y la cercanía de aquel hombre tan atractivo, jamás había estado frente a uno como él, pero sacudió la cabeza, obligándose a centrarse en lo que realmente importaba.—¿Por qué me dijo eso? —preguntó Ángelo, con el ceño fruncido, su tono una mezcla de confusión y desconfianza—. ¿Qué quiso insinuar?Ella mantuvo la compostura y alzó ligeramente la barbilla, con una expresión que no permitía dudas sobre su seriedad.Ángelo
Beatrice, sorprendida, dio un paso atrás, su rostro enrojecido.—Lo de siempre que este niño torpe rompió un vaso —contestó y miró a Elise con indiferencia—. Dante solo necesita aprender a comportarse, es tan… como lo era su madre."¿Cómo se atreve?", pensó, mientras sus manos se cerraban en puños a los costados. Las palabras de Beatrice resonaban como un eco venenoso en su mente, removiendo heridas que todavía no habían sanado del todo.No obstante, mantuvo la compostura. Su rostro, perfectamente neutral, no reveló el torbellino que se agitaba en su interior. Dio un paso hacia Dante, colocándose ligeramente frente a él, como un escudo protector.—Lo que Dante necesita es una figura maternal que lo entienda, no que lo regañe como si fuera un sirviente —replicó Vittoria, cruzando los brazos.Mientras las dos mujeres intercambiaban miradas cargadas de tensión, Renata aprovechó para acercarse a Dante. Se arrodilló frente a él, ignorando las miradas a su alrededor, y tomó sus pequeñas man
El papel se deslizó de sus dedos al suelo. Beatrice sintió un escalofrío que recorría todo su cuerpo. Su mente la arrastró de vuelta a ese día: el sonido de la risa cruel que había compartido con Carla, la imagen de Renata cubierta de barro, humillada y vulnerable.—¡No, no puede ser! —susurró, pero su voz se quebró.La paranoia la invadió como una marea, llenándola de un terror indescriptible.Entonces, el grito desgarrador escapó de su garganta.—¡Está viva! —chilló, su voz resonando por toda la mansión.En el jardín, Renata levantó la cabeza al escuchar los gritos. Por un instante, su corazón latió con fuerza, pero enseguida una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro.—Esto es para que aprendas a no meterte con Dante —susurró con voz firme en voz baja para que los pequeños no la escucharan—. Y para que pagues por todo el daño que me hiciste.Renata volvió su atención a los niños, escondiendo el tumulto de emociones que se agitaba en su interior.En el interior de la casa, V