La cena transcurrió con una mezcla de tensión y momentos calculados de amabilidad. Renata, con su temple impecable, había logrado mantener la compostura, interactuando con los niños con una naturalidad que dejó a Vittoria satisfecha y a Ángelo más pensativo de lo que habría querido admitir.Cuando los niños comenzaron a bostezar, Vittoria intervino con una sonrisa que pretendía ser maternal.—Dante, Chiara, es hora de ir a la cama. Despídanse de la señora Laurent.Dante se acercó primero, mirándola con timidez.—Buenas noches, señora…—Apretó los labios—. Elise, gracias por hablar conmigo.Renata le dedicó una sonrisa cálida, inclinándose un poco para que sus miradas estuvieran al mismo nivel.—Dulces sueños, pequeño caballero. Espero que sueñes con muchas cosas hermosas. —Apretó los puños conteniendo las ganas de abrazarlo y besarlo.Chiara también se acercó, pero mantuvo su distancia.—Buenas noches —dijo con suavidad, antes de correr hacia la puerta.Renata los vio alejarse, su cora
Ángelo notó que los dedos de Renata temblaban ligeramente cuando ella tomó el respaldo de la silla para apoyarse. La tormenta afuera parecía intensificarse con cada segundo, y sus instintos lo impulsaron a actuar.—Señora Laurent —expresó suavemente, extendiendo su mano hacia ella—. Por favor, venga conmigo.Renata lo miró, su expresión indecisa, pero cuando un trueno más fuerte resonó, casi haciéndola sobresaltarse, aceptó su mano. Los dedos de Ángelo se cerraron alrededor de los suyos, cálidos y firmes. Al notar su temblor, un recuerdo vívido de Renata le atravesó la mente. Ella también solía aferrarse a su mano de esa manera cuando los truenos la asustaban, buscando consuelo en él.Sin decir nada más, Ángelo la condujo a la sala, donde las luces cálidas y la decoración elegante creaban un refugio acogedor frente al caos de la tormenta. La invitó a sentarse en el sofá más cercano y, con un gesto rápido, llamó a una de las empleadas que pasaba por el pasillo.—Trae un té caliente, po
Ángelo estaba sentado en el borde de su cama, con un vaso de whisky en una mano y una vieja caja de madera en la otra. La tormenta rugía afuera, y el parpadeo intermitente de los relámpagos iluminaba la penumbra de su habitación. En la caja, había fotografías antiguas, cartas y recuerdos que había guardado de Renata, cosas que no se había atrevido a desechar.Tomó una de las fotos, un retrato de Renata en sus primeros días de matrimonio. Sonreía tímidamente, su cabello dorado enmarcando un rostro que irradiaba juventud e inocencia. Sus ojos verdes, puros y cristalinos, parecían mirarlo directamente, atravesando el tiempo.El nudo en su garganta se apretó al recordar el día en que la conoció.No había nada romántico ni mágico en ese encuentro. Fue una reunión arreglada para cumplir el último deseo de su padre Fabiano Bellucci y el patriarca de los Moretti. Un acuerdo entre familias para unir fortunas, preservar linajes y aumentar su poder. Ángelo nunca había tenido opción.(***)La casa
Renata estaba tumbada en la cama de su suite, con la luz tenue del velador proyectando sombras suaves en las paredes. El ruido del aire acondicionado era lo único que rompía el silencio de la noche. Aunque cerraba los ojos, el sueño no llegaba. Su mente estaba demasiado agitada, atrapada en un torbellino de recuerdos que se negaban a desaparecer.Apretó los labios al recordar el día de su boda. Ese beso.Un beso frío, mecánico, apenas un roce de labios. El "sí, acepto" de Ángelo había sido igual de indiferente, pronunciado sin emoción, como quien firma un contrato sin leerlo. Todo el evento había sido una pantomima, un desfile para complacer a las dos familias, mientras ella, una joven llena de sueños e ilusiones, esperaba algo, cualquier cosa, que le hiciera sentir que esa unión era algo más que un simple acuerdo."Fue tan claro desde el principio", pensó, mordiéndose el interior de la mejilla. Cerró los ojos con fuerza, pero la escena seguía repitiéndose en su mente.Al salir de la i
Ángelo cruzó los brazos, evaluándola como si intentara descifrar una compleja ecuación.—Ahora comprendo su estrategia —respondió con voz firme—. Llevarnos al borde de la ruina y, cuando estamos más jodidos, aparecer con esta oferta de compra. Pero déjeme decirle algo, señora Laurent: prefiero la ruina a darle gusto.Renata alzó una ceja, dejando los papeles sobre la mesa con un movimiento pausado.—No me conoce, señor Bellucci —replicó con frialdad—. Yo no acostumbro a aprovecharme de nadie. Pero, en vista de que su situación es desesperada, pensé que estaría interesado en salvar lo poco que queda.Ángelo apretó la mandíbula, su mirada chispeando con indignación.—Puedo estar desesperado, pero no venderé el legado de mi padre ni lo que he construido para mis hijos.Renata soltó una risa seca, incrédula.—¿Y entonces, señor Bellucci? —preguntó, inclinándose hacia él, su perfume envolviéndolo con una nota sutil pero familiar—. ¿Qué contrapropuesta tiene?Ángelo tomó aire profundamente,
Renata caminó con paso firme hacia el auto que la esperaba, su rostro impecable y altivo, pero dentro de ella una tormenta se desataba. La imagen de Beatrice besando a Ángelo frente a ella estaba grabada como fuego en su mente. El aire fresco apenas lograba calmar el hervidero de emociones que bullía en su pecho.Cuando subió al auto, cerró la puerta con un poco más de fuerza de la necesaria y dejó escapar un suspiro contenido.—¿A dónde, señora Laurent? —preguntó su chofer.—Al hotel —respondió, sin molestarse en mirar al frente. La imagen de Ángelo apartando suavemente a Beatrice, su expresión incómoda, seguía reproduciéndose en su mente.Renata apretó los puños, luchando por recuperar la compostura. “No voy a permitir que esto me desestabilice. No otra vez. No ella”, se dijo. Pero el leve temblor en sus manos delataba que el impacto había sido más profundo de lo que quería admitir.****Ángelo había observado cómo las puertas del ascensor se cerraban tras Renata. Se quedó inmóvil p
Ángelo entró al salón principal de la mansión Bellucci con paso firme. Vittoria, como de costumbre, estaba sentada en el sillón de terciopelo, hojeando un álbum de fotografías familiares, mientras Beatrice revisaba su teléfono móvil con el ceño fruncido.—Madre —anunció Ángelo, con un tono que denotaba tanto cansancio como alivio—, quería informarte que la señora Laurent accedió a financiar nuestro proyecto.Vittoria levantó la vista, sorprendida, pero con una sonrisa de genuino entusiasmo iluminando su rostro.—¿En serio? ¿Eso significa que…?—Que ya no estamos en peligro financiero —confirmó Ángelo.Vittoria se puso de pie, dejando el álbum a un lado, y se acercó a su hijo con una expresión de júbilo.—Esa mujer es un ángel —declaró, llevándose una mano al pecho—. Tenemos que agradecerle como se merece.—¿Un ángel? —intervino Beatrice desde su lugar, dejando el teléfono a un lado—. No sabemos nada de esta Elise Laurent, pero parece que ya la están canonizando.Ángelo la miró con ser
Renata, por su parte, sintió una punzada en el pecho al decirlo. Su intención era mantener el control, pero pronunciar su nombre despertó emociones que había enterrado durante años. Intentó convencerse de que solo era una táctica, parte de su plan. Sin embargo, algo cálido y nostálgico se filtró en su voz, traicionándola por un segundo.Por un instante, sus miradas se encontraron, atrapadas en una conexión silenciosa. Ambos sintieron que las palabras que se cruzaron llevaban más peso del que admitían. Aunque la mesa los separaba físicamente, en ese momento el pasado y el presente se entrelazaron con una intensidad que ninguno podía ignorar.Renata no pudo evitar contemplarlo. Ángelo vestía un traje azul medianoche, con un fino acabado satinado que destacaba su elegancia natural. La corbata de un tono plateado claro añadía un contraste luminoso, resaltando el verde de sus ojos y dándole un aire de sofisticación. Cuando apartó la silla para que ella tomara asiento, un suave aroma flora