Ángelo estaba sentado en el borde de su cama, con un vaso de whisky en una mano y una vieja caja de madera en la otra. La tormenta rugía afuera, y el parpadeo intermitente de los relámpagos iluminaba la penumbra de su habitación. En la caja, había fotografías antiguas, cartas y recuerdos que había guardado de Renata, cosas que no se había atrevido a desechar.Tomó una de las fotos, un retrato de Renata en sus primeros días de matrimonio. Sonreía tímidamente, su cabello dorado enmarcando un rostro que irradiaba juventud e inocencia. Sus ojos verdes, puros y cristalinos, parecían mirarlo directamente, atravesando el tiempo.El nudo en su garganta se apretó al recordar el día en que la conoció.No había nada romántico ni mágico en ese encuentro. Fue una reunión arreglada para cumplir el último deseo de su padre Fabiano Bellucci y el patriarca de los Moretti. Un acuerdo entre familias para unir fortunas, preservar linajes y aumentar su poder. Ángelo nunca había tenido opción.(***)La casa
Renata estaba tumbada en la cama de su suite, con la luz tenue del velador proyectando sombras suaves en las paredes. El ruido del aire acondicionado era lo único que rompía el silencio de la noche. Aunque cerraba los ojos, el sueño no llegaba. Su mente estaba demasiado agitada, atrapada en un torbellino de recuerdos que se negaban a desaparecer.Apretó los labios al recordar el día de su boda. Ese beso.Un beso frío, mecánico, apenas un roce de labios. El "sí, acepto" de Ángelo había sido igual de indiferente, pronunciado sin emoción, como quien firma un contrato sin leerlo. Todo el evento había sido una pantomima, un desfile para complacer a las dos familias, mientras ella, una joven llena de sueños e ilusiones, esperaba algo, cualquier cosa, que le hiciera sentir que esa unión era algo más que un simple acuerdo."Fue tan claro desde el principio", pensó, mordiéndose el interior de la mejilla. Cerró los ojos con fuerza, pero la escena seguía repitiéndose en su mente.Al salir de la i
Ángelo cruzó los brazos, evaluándola como si intentara descifrar una compleja ecuación.—Ahora comprendo su estrategia —respondió con voz firme—. Llevarnos al borde de la ruina y, cuando estamos más jodidos, aparecer con esta oferta de compra. Pero déjeme decirle algo, señora Laurent: prefiero la ruina a darle gusto.Renata alzó una ceja, dejando los papeles sobre la mesa con un movimiento pausado.—No me conoce, señor Bellucci —replicó con frialdad—. Yo no acostumbro a aprovecharme de nadie. Pero, en vista de que su situación es desesperada, pensé que estaría interesado en salvar lo poco que queda.Ángelo apretó la mandíbula, su mirada chispeando con indignación.—Puedo estar desesperado, pero no venderé el legado de mi padre ni lo que he construido para mis hijos.Renata soltó una risa seca, incrédula.—¿Y entonces, señor Bellucci? —preguntó, inclinándose hacia él, su perfume envolviéndolo con una nota sutil pero familiar—. ¿Qué contrapropuesta tiene?Ángelo tomó aire profundamente,
Renata caminó con paso firme hacia el auto que la esperaba, su rostro impecable y altivo, pero dentro de ella una tormenta se desataba. La imagen de Beatrice besando a Ángelo frente a ella estaba grabada como fuego en su mente. El aire fresco apenas lograba calmar el hervidero de emociones que bullía en su pecho.Cuando subió al auto, cerró la puerta con un poco más de fuerza de la necesaria y dejó escapar un suspiro contenido.—¿A dónde, señora Laurent? —preguntó su chofer.—Al hotel —respondió, sin molestarse en mirar al frente. La imagen de Ángelo apartando suavemente a Beatrice, su expresión incómoda, seguía reproduciéndose en su mente.Renata apretó los puños, luchando por recuperar la compostura. “No voy a permitir que esto me desestabilice. No otra vez. No ella”, se dijo. Pero el leve temblor en sus manos delataba que el impacto había sido más profundo de lo que quería admitir.****Ángelo había observado cómo las puertas del ascensor se cerraban tras Renata. Se quedó inmóvil p
Ángelo entró al salón principal de la mansión Bellucci con paso firme. Vittoria, como de costumbre, estaba sentada en el sillón de terciopelo, hojeando un álbum de fotografías familiares, mientras Beatrice revisaba su teléfono móvil con el ceño fruncido.—Madre —anunció Ángelo, con un tono que denotaba tanto cansancio como alivio—, quería informarte que la señora Laurent accedió a financiar nuestro proyecto.Vittoria levantó la vista, sorprendida, pero con una sonrisa de genuino entusiasmo iluminando su rostro.—¿En serio? ¿Eso significa que…?—Que ya no estamos en peligro financiero —confirmó Ángelo.Vittoria se puso de pie, dejando el álbum a un lado, y se acercó a su hijo con una expresión de júbilo.—Esa mujer es un ángel —declaró, llevándose una mano al pecho—. Tenemos que agradecerle como se merece.—¿Un ángel? —intervino Beatrice desde su lugar, dejando el teléfono a un lado—. No sabemos nada de esta Elise Laurent, pero parece que ya la están canonizando.Ángelo la miró con ser
Renata, por su parte, sintió una punzada en el pecho al decirlo. Su intención era mantener el control, pero pronunciar su nombre despertó emociones que había enterrado durante años. Intentó convencerse de que solo era una táctica, parte de su plan. Sin embargo, algo cálido y nostálgico se filtró en su voz, traicionándola por un segundo.Por un instante, sus miradas se encontraron, atrapadas en una conexión silenciosa. Ambos sintieron que las palabras que se cruzaron llevaban más peso del que admitían. Aunque la mesa los separaba físicamente, en ese momento el pasado y el presente se entrelazaron con una intensidad que ninguno podía ignorar.Renata no pudo evitar contemplarlo. Ángelo vestía un traje azul medianoche, con un fino acabado satinado que destacaba su elegancia natural. La corbata de un tono plateado claro añadía un contraste luminoso, resaltando el verde de sus ojos y dándole un aire de sofisticación. Cuando apartó la silla para que ella tomara asiento, un suave aroma flora
Renata dudó por un momento. El recuerdo de su primer beso en ese lugar era demasiado vívido, pero finalmente asintió, obligándose a mantener su fachada.El aire fresco la recibió al salir. Las luces de la ciudad brillaban en la distancia, reflejándose en el río que serpenteaba como un espejo oscuro. Las farolas parpadeaban a lo lejos, y el murmullo del restaurante quedó atrás, opacado por el suave aroma de jazmín que impregnaba el balcón. Ángelo se apoyó en la barandilla, su silueta recortada por el brillo de la ciudad.Renata avanzó, cada paso resonando en el suelo de madera como un recordatorio de su presencia. A pesar de que su postura seguía siendo impecable, el peso de la noche comenzaba a acumularse en sus hombros.—Este lugar… siempre me hace pensar en Renata —admitió Ángelo, con la mirada fija en las luces—. Le encantaba venir aquí. Decía que era como escapar del mundo por un rato. Vengo una vez a la semana solo, así siento que no la he perdido del todo.Renata sintió un escal
Ángelo permaneció en el balcón mucho después de que Renata se fuera con Doménico. La noche, que antes parecía tranquila y cargada de promesas, ahora era fría y pesada. El eco de las palabras de Doménico seguía resonando en su mente, como un tambor insistente."Tú la destruiste. ¿Y ahora quieres repetirlo con Elise?"Se pasó una mano por el cabello, frustrado. ¿Por qué Doménico estaba tan obsesionado con Renata? Apenas la había conocido unos meses, y sin embargo, hablaba como si ella hubiera sido todo su mundo. Como si la hubiera amado más de lo que él mismo había sido capaz.Y eso lo inquietaba más de lo que quería admitir.Giró hacia la mesa que había dejado atrás, ahora vacía, con una copa de vino a medio terminar. El recuerdo del leve roce de sus labios con los de Elise volvió a golpearlo. Era como si por un instante hubiera tenido a Renata de nuevo frente a él, pero no. No podía ser.Se inclinó sobre la barandilla, intentando encontrar claridad entre el caos de sus pensamientos. H