Renata estaba sentada en el escritorio de su suite, revisando algunos documentos cuando escuchó el suave golpeteo en la puerta.—Adelante —expresó con voz firme, sin levantar la vista.Gertrudis entró con pasos medidos, cerrando la puerta detrás de ella. Su postura era respetuosa, pero su mirada reflejaba una lealtad inquebrantable hacia Renata.—¿Me llamó, señora?Renata asintió y le indicó con un gesto que se sentara frente a ella.—Quiero que escuches con atención. Esta tarea es importante, y no puede haber errores.Gertrudis se inclinó levemente hacia adelante, lista para absorber cada palabra.—Estás a punto de empezar a trabajar en la mansión Bellucci. Quiero que observes todo. Cada movimiento, cada conversación. —Renata tomó un respiro, su tono se volvió más frío—. Pero tu prioridad es Dante.Gertrudis asintió, sin apartar la vista de su patrona.—¿Qué debo hacer exactamente con el niño?—Cuidarlo —respondió Renata con un tono que dejaba entrever una mezcla de emoción y determi
—Elise, querida, acompáñeme al comedor. Estoy segura de que la cena será de su agrado.Renata asintió y siguió a Vittoria, aunque el retrato seguía pesando en su mente. “Esto es solo una estrategia para manipularme”, pensó, pero sus pasos vacilaron al cruzar el umbral del comedor.Un escalofrío le recorrió la espalda al contemplar la estancia. Todo parecía impecable: la mesa perfectamente decorada, los candelabros brillando bajo la luz cálida. Era como si el tiempo no hubiera pasado, pero lo que de verdad la perturbaba era el peso de los recuerdos que colgaban, invisibles pero imborrables, en cada rincón.Por un instante, el presente se desvaneció, arrastrándola a un fragmento de su pasado.—¿Esto es lo mejor que puedes hacer? —La voz cortante de Vittoria resonó en su mente, cargada de superioridad.La joven Renata estaba de pie en el centro del comedor, con las manos entrelazadas, intentando mantener la compostura mientras Vittoria inspeccionaba cada detalle con desdén.—Los cubierto
La cena transcurrió con una mezcla de tensión y momentos calculados de amabilidad. Renata, con su temple impecable, había logrado mantener la compostura, interactuando con los niños con una naturalidad que dejó a Vittoria satisfecha y a Ángelo más pensativo de lo que habría querido admitir.Cuando los niños comenzaron a bostezar, Vittoria intervino con una sonrisa que pretendía ser maternal.—Dante, Chiara, es hora de ir a la cama. Despídanse de la señora Laurent.Dante se acercó primero, mirándola con timidez.—Buenas noches, señora…—Apretó los labios—. Elise, gracias por hablar conmigo.Renata le dedicó una sonrisa cálida, inclinándose un poco para que sus miradas estuvieran al mismo nivel.—Dulces sueños, pequeño caballero. Espero que sueñes con muchas cosas hermosas. —Apretó los puños conteniendo las ganas de abrazarlo y besarlo.Chiara también se acercó, pero mantuvo su distancia.—Buenas noches —dijo con suavidad, antes de correr hacia la puerta.Renata los vio alejarse, su cora
Ángelo notó que los dedos de Renata temblaban ligeramente cuando ella tomó el respaldo de la silla para apoyarse. La tormenta afuera parecía intensificarse con cada segundo, y sus instintos lo impulsaron a actuar.—Señora Laurent —expresó suavemente, extendiendo su mano hacia ella—. Por favor, venga conmigo.Renata lo miró, su expresión indecisa, pero cuando un trueno más fuerte resonó, casi haciéndola sobresaltarse, aceptó su mano. Los dedos de Ángelo se cerraron alrededor de los suyos, cálidos y firmes. Al notar su temblor, un recuerdo vívido de Renata le atravesó la mente. Ella también solía aferrarse a su mano de esa manera cuando los truenos la asustaban, buscando consuelo en él.Sin decir nada más, Ángelo la condujo a la sala, donde las luces cálidas y la decoración elegante creaban un refugio acogedor frente al caos de la tormenta. La invitó a sentarse en el sofá más cercano y, con un gesto rápido, llamó a una de las empleadas que pasaba por el pasillo.—Trae un té caliente, po
Ángelo estaba sentado en el borde de su cama, con un vaso de whisky en una mano y una vieja caja de madera en la otra. La tormenta rugía afuera, y el parpadeo intermitente de los relámpagos iluminaba la penumbra de su habitación. En la caja, había fotografías antiguas, cartas y recuerdos que había guardado de Renata, cosas que no se había atrevido a desechar.Tomó una de las fotos, un retrato de Renata en sus primeros días de matrimonio. Sonreía tímidamente, su cabello dorado enmarcando un rostro que irradiaba juventud e inocencia. Sus ojos verdes, puros y cristalinos, parecían mirarlo directamente, atravesando el tiempo.El nudo en su garganta se apretó al recordar el día en que la conoció.No había nada romántico ni mágico en ese encuentro. Fue una reunión arreglada para cumplir el último deseo de su padre Fabiano Bellucci y el patriarca de los Moretti. Un acuerdo entre familias para unir fortunas, preservar linajes y aumentar su poder. Ángelo nunca había tenido opción.(***)La casa
Renata estaba tumbada en la cama de su suite, con la luz tenue del velador proyectando sombras suaves en las paredes. El ruido del aire acondicionado era lo único que rompía el silencio de la noche. Aunque cerraba los ojos, el sueño no llegaba. Su mente estaba demasiado agitada, atrapada en un torbellino de recuerdos que se negaban a desaparecer.Apretó los labios al recordar el día de su boda. Ese beso.Un beso frío, mecánico, apenas un roce de labios. El "sí, acepto" de Ángelo había sido igual de indiferente, pronunciado sin emoción, como quien firma un contrato sin leerlo. Todo el evento había sido una pantomima, un desfile para complacer a las dos familias, mientras ella, una joven llena de sueños e ilusiones, esperaba algo, cualquier cosa, que le hiciera sentir que esa unión era algo más que un simple acuerdo."Fue tan claro desde el principio", pensó, mordiéndose el interior de la mejilla. Cerró los ojos con fuerza, pero la escena seguía repitiéndose en su mente.Al salir de la i
Ángelo cruzó los brazos, evaluándola como si intentara descifrar una compleja ecuación.—Ahora comprendo su estrategia —respondió con voz firme—. Llevarnos al borde de la ruina y, cuando estamos más jodidos, aparecer con esta oferta de compra. Pero déjeme decirle algo, señora Laurent: prefiero la ruina a darle gusto.Renata alzó una ceja, dejando los papeles sobre la mesa con un movimiento pausado.—No me conoce, señor Bellucci —replicó con frialdad—. Yo no acostumbro a aprovecharme de nadie. Pero, en vista de que su situación es desesperada, pensé que estaría interesado en salvar lo poco que queda.Ángelo apretó la mandíbula, su mirada chispeando con indignación.—Puedo estar desesperado, pero no venderé el legado de mi padre ni lo que he construido para mis hijos.Renata soltó una risa seca, incrédula.—¿Y entonces, señor Bellucci? —preguntó, inclinándose hacia él, su perfume envolviéndolo con una nota sutil pero familiar—. ¿Qué contrapropuesta tiene?Ángelo tomó aire profundamente,
Renata caminó con paso firme hacia el auto que la esperaba, su rostro impecable y altivo, pero dentro de ella una tormenta se desataba. La imagen de Beatrice besando a Ángelo frente a ella estaba grabada como fuego en su mente. El aire fresco apenas lograba calmar el hervidero de emociones que bullía en su pecho.Cuando subió al auto, cerró la puerta con un poco más de fuerza de la necesaria y dejó escapar un suspiro contenido.—¿A dónde, señora Laurent? —preguntó su chofer.—Al hotel —respondió, sin molestarse en mirar al frente. La imagen de Ángelo apartando suavemente a Beatrice, su expresión incómoda, seguía reproduciéndose en su mente.Renata apretó los puños, luchando por recuperar la compostura. “No voy a permitir que esto me desestabilice. No otra vez. No ella”, se dijo. Pero el leve temblor en sus manos delataba que el impacto había sido más profundo de lo que quería admitir.****Ángelo había observado cómo las puertas del ascensor se cerraban tras Renata. Se quedó inmóvil p