Cap. 131: Amarga lección.

En un pequeño y ruidoso restaurante al otro lado de la ciudad, Beatrice estaba en la cocina, con las manos sumergidas en agua jabonosa y sucia. Los platos se acumulaban frente a ella como una montaña interminable. El sonido de las órdenes gritando desde el salón y el choque constante de cubiertos y vajilla llenaban el aire, creando una atmósfera caótica.

Beatrice, con el cabello recogido en un moño desordenado y el rostro pálido de cansancio, intentaba mantener el ritmo. Sus manos, agrietadas por los productos de limpieza, temblaban ligeramente mientras frotaba un plato con fuerza. De repente, un grito la hizo sobresaltarse.

—¡Beatrice! ¡¿Qué estás haciendo tan lento?! ¡Esto no es un hotel de lujo! ¡Apúrate o te largas! —bramó el encargado, un hombre robusto y de expresión severa, mientras cruzaba la cocina hacia ella.

Beatrice bajó la cabeza, apretando los labios para contener su frustración. No podía permitirse perder ese trabajo. Era lo único que le quedaba después de perderlo todo
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