La pregunta de Chiara cayó como un suave susurro en la sala, pero su peso resonó profundamente en el corazón de Ángelo. La niña lo miraba con sus grandes ojos llenos de esperanza y vulnerabilidad, esperando una respuesta que pudiera calmar las dudas que llevaba guardadas en silencio.Ángelo respiró profundo, acariciando el cabello de Chiara con ternura mientras sus ojos reflejaban un destello de dolor. Sabía que no podía decirle la verdad completa en ese momento, pero tampoco quería mentirle.—Chiara, —comenzó suavemente—. Claro que sí. Toda mamá quiere a su hija. Pero a veces, las mamás no saben cómo demostrarlo de la mejor manera. No todas son como las reinas de los cuentos que siempre están presentes… pero eso no significa que no te quieran, ¿de acuerdo?Chiara frunció ligeramente el ceño, mirando hacia el suelo mientras procesaba sus palabras.—¿Entonces por qué no viene a verme? —preguntó, su voz fue apenas un susurro—. ¿Por qué no me llama?Ángelo tragó saliva, sintiendo que las
En un pequeño y ruidoso restaurante al otro lado de la ciudad, Beatrice estaba en la cocina, con las manos sumergidas en agua jabonosa y sucia. Los platos se acumulaban frente a ella como una montaña interminable. El sonido de las órdenes gritando desde el salón y el choque constante de cubiertos y vajilla llenaban el aire, creando una atmósfera caótica.Beatrice, con el cabello recogido en un moño desordenado y el rostro pálido de cansancio, intentaba mantener el ritmo. Sus manos, agrietadas por los productos de limpieza, temblaban ligeramente mientras frotaba un plato con fuerza. De repente, un grito la hizo sobresaltarse.—¡Beatrice! ¡¿Qué estás haciendo tan lento?! ¡Esto no es un hotel de lujo! ¡Apúrate o te largas! —bramó el encargado, un hombre robusto y de expresión severa, mientras cruzaba la cocina hacia ella.Beatrice bajó la cabeza, apretando los labios para contener su frustración. No podía permitirse perder ese trabajo. Era lo único que le quedaba después de perderlo todo
Ángelo la observó durante un segundo, reconociendo la seriedad en su rostro. Con un gesto, le indicó que lo siguiera al despacho. Los empleados se retiraron mientras Marisol lo seguía en silencio.Una vez dentro del despacho, Ángelo cerró la puerta, apoyándose ligeramente contra ella antes de señalar una silla.—Siéntate, —solicitó, con calma—. ¿Qué está pasando?Pero Marisol no se sentó. En cambio, colocó una carpeta sobre el escritorio y la abrió con movimientos decididos, dejando al descubierto fotografías, documentos y notas garabateadas apresuradamente. Ángelo, intrigado, se inclinó hacia la mesa para observar mejor.—He seguido investigando desde la última vez que hablamos, —comenzó Marisol, con su voz cargada de tensión—. Sabía que Marco Santori y su padre, Francesco, habían desaparecido después de que el hospital cerrara. Todos asumimos que habían huido lejos, pero… —Se interrumpió, tomando aire antes de señalar las fotos—. No se fueron tan lejos como pensamos.Ángelo tomó una
El viento helado de la noche soplaba suavemente mientras Ángelo esperaba fuera del restaurante. Había pasado un largo rato observando desde la distancia a través del ventanal grasiento, viendo cómo Beatrice trabajaba en la cocina, lavando platos y soportando las órdenes constantes del chef. La mujer que alguna vez fue altiva y calculadora, ahora estaba reducida a una sombra de lo que había sido.Cuando finalmente terminó su turno, Beatrice salió por la puerta trasera del restaurante con los hombros encogidos, frotándose las manos para entrar en calor. No había dado ni tres pasos cuando vio a Ángelo de pie junto a un poste de luz. Se detuvo en seco, con la expresión endurecida.—¿Qué haces aquí? —preguntó con frialdad, ajustando el abrigo barato que llevaba puesto.Ángelo dio un paso hacia ella, con su mirada severa pero sin rastro de burla.—Vine a hablarte de Chiara, —dijo directamente.Beatrice soltó una risa sarcástica, cruzándose de brazos.—¿De verdad? ¿Después de todo este tiemp
La mañana era fría y nublada cuando Renata y Ángelo llevaron a Chiara a la consulta del terapeuta. La niña sostenía la mano de su padre con fuerza, sin saber exactamente por qué estaban allí, pero percibiendo el ambiente serio entre los adultos. Renata también le tomó la otra mano, dándole un suave apretón.Cuando entraron al consultorio, el terapeuta los recibió con una sonrisa serena, aunque su mirada reflejaba la complejidad de la situación.—Hola, Chiara, Ángelo, Renata. ¿Cómo te sientes hoy, pequeña? —preguntó con amabilidad.—Bien…—respondió Chiara, mirando a su papá y a Renata con incertidumbre—. ¿Por qué estamos aquí?Ángelo tomó aire profundamente. Sabía que este era uno de los momentos más difíciles de su vida. Nada lo había preparado para decirle a su hija que su madre había muerto.El terapeuta inclinó ligeramente el cuerpo hacia Chiara.—Hoy estamos aquí porque hay algo muy importante que necesitas saber, —comenzó con delicadeza—. Y tu papá quería que te enteraras de la m
El eco de los pasos de Ángelo resonaba en los pasillos de la fiscalía. Su expresión era seria, su mandíbula tensa, pero en su interior, una tormenta de pensamientos lo consumía. Iba a retirar los cargos contra Doménico Ricci, el hombre que le disparó.El hombre que intentó matar a Renata… y terminó hiriéndolo a él.Pero también era el hombre que había protegido a Renata, que la ayudó a sobrevivir cuando todos la creían muerta.Y el hombre que la amaba.Cuando llegó a la oficina del fiscal, se encontró con un escritorio lleno de documentos y a un funcionario revisando expedientes.—Señor Bellucci, —lo saludó el hombre con una inclinación de cabeza—. ¿Qué puedo hacer por usted?Ángelo respiró hondo antes de hablar.—Vengo a retirar los cargos contra Doménico Ricci, —dijo con firmeza.El fiscal levantó la vista, sorprendido.—¿Está seguro? Intentó dispararle y casi le cuesta la vida.Ángelo asintió lentamente.—Sí, lo sé. Pero no creo que procesarlo resuelva nada. No quiero seguir arrast
Renata salió de la clínica con pasos lentos, sintiendo el peso de la conversación con Doménico en su pecho. Era un adiós definitivo, uno que cerraba un capítulo importante en su vida.Cuando cruzó la puerta, su mirada se encontró con Ángelo, que la esperaba afuera, apoyado contra su auto con los brazos cruzados. No la había presionado para que se despidiera, pero sabía que debía estar ahí cuando ella saliera.El viento movió suavemente su cabello mientras avanzaba hacia él. No tenía que decir nada. Ángelo la conocía lo suficiente como para saber lo que sentía en ese momento.—¿Todo bien? —preguntó en voz baja cuando llegó a su lado.Renata suspiró y asintió, aunque en su rostro había una sombra de melancolía.—Sí… es extraño. Me siento en paz, pero al mismo tiempo… —hizo una pausa, tratando de encontrar las palabras—. Es difícil despedirse de alguien que fue parte de mi vida por tanto tiempo.Ángelo deslizó una mano sobre su mejilla y la acarició con suavidad.—Pero lo hiciste, —dijo
Después de la cena, los niños estaban agotados. Había sido un día largo, lleno de emociones y juegos. Renata y Ángelo los llevaron a sus habitaciones en la cabaña, asegurándose de que estuvieran cómodos.Renata arropó a Dante, sentándose en el borde de su cama.—¿Lo pasaste bien hoy, pequeño? —preguntó suavemente.Dante asintió con una sonrisa somnolienta.—Sí… hoy fue un día increíble, Renata. Gracias.Renata sintió su corazón latir más rápido al escuchar sus palabras. Su hijo la quería, sin saber que ella era su madre.—Duerme bien, Dante. Mañana será otro gran día, —susurró, dejando un beso en su frente.Dante cerró los ojos y pronto su respiración se volvió pausada.En la otra habitación, Ángelo arropaba a Chiara, quien lo miraba con una sonrisa dulce.—¿Papá?—¿Sí, amor?—¿Siempre vamos a estar juntos así?Ángelo sintió un nudo en la garganta, pero sonrió y besó su frente.—Siempre, Chiara. No importa lo que pase, siempre estaremos juntos.Chiara cerró los ojos con una expresión