El eco de los pasos de Ángelo resonaba en los pasillos de la fiscalía. Su expresión era seria, su mandíbula tensa, pero en su interior, una tormenta de pensamientos lo consumía. Iba a retirar los cargos contra Doménico Ricci, el hombre que le disparó.El hombre que intentó matar a Renata… y terminó hiriéndolo a él.Pero también era el hombre que había protegido a Renata, que la ayudó a sobrevivir cuando todos la creían muerta.Y el hombre que la amaba.Cuando llegó a la oficina del fiscal, se encontró con un escritorio lleno de documentos y a un funcionario revisando expedientes.—Señor Bellucci, —lo saludó el hombre con una inclinación de cabeza—. ¿Qué puedo hacer por usted?Ángelo respiró hondo antes de hablar.—Vengo a retirar los cargos contra Doménico Ricci, —dijo con firmeza.El fiscal levantó la vista, sorprendido.—¿Está seguro? Intentó dispararle y casi le cuesta la vida.Ángelo asintió lentamente.—Sí, lo sé. Pero no creo que procesarlo resuelva nada. No quiero seguir arrast
Renata salió de la clínica con pasos lentos, sintiendo el peso de la conversación con Doménico en su pecho. Era un adiós definitivo, uno que cerraba un capítulo importante en su vida.Cuando cruzó la puerta, su mirada se encontró con Ángelo, que la esperaba afuera, apoyado contra su auto con los brazos cruzados. No la había presionado para que se despidiera, pero sabía que debía estar ahí cuando ella saliera.El viento movió suavemente su cabello mientras avanzaba hacia él. No tenía que decir nada. Ángelo la conocía lo suficiente como para saber lo que sentía en ese momento.—¿Todo bien? —preguntó en voz baja cuando llegó a su lado.Renata suspiró y asintió, aunque en su rostro había una sombra de melancolía.—Sí… es extraño. Me siento en paz, pero al mismo tiempo… —hizo una pausa, tratando de encontrar las palabras—. Es difícil despedirse de alguien que fue parte de mi vida por tanto tiempo.Ángelo deslizó una mano sobre su mejilla y la acarició con suavidad.—Pero lo hiciste, —dijo
Después de la cena, los niños estaban agotados. Había sido un día largo, lleno de emociones y juegos. Renata y Ángelo los llevaron a sus habitaciones en la cabaña, asegurándose de que estuvieran cómodos.Renata arropó a Dante, sentándose en el borde de su cama.—¿Lo pasaste bien hoy, pequeño? —preguntó suavemente.Dante asintió con una sonrisa somnolienta.—Sí… hoy fue un día increíble, Renata. Gracias.Renata sintió su corazón latir más rápido al escuchar sus palabras. Su hijo la quería, sin saber que ella era su madre.—Duerme bien, Dante. Mañana será otro gran día, —susurró, dejando un beso en su frente.Dante cerró los ojos y pronto su respiración se volvió pausada.En la otra habitación, Ángelo arropaba a Chiara, quien lo miraba con una sonrisa dulce.—¿Papá?—¿Sí, amor?—¿Siempre vamos a estar juntos así?Ángelo sintió un nudo en la garganta, pero sonrió y besó su frente.—Siempre, Chiara. No importa lo que pase, siempre estaremos juntos.Chiara cerró los ojos con una expresión
El sol brillaba suavemente sobre la superficie del lago, reflejando su luz en el agua tranquila. El aire fresco de la montaña traía el aroma de los árboles y la tierra húmeda, creando un entorno de paz absoluta. Renata caminaba de la mano con Dante por un sendero cercano a la cabaña, alejándose un poco de la casa donde Ángelo y Chiara los esperaban.Dante iba dando pequeños saltos sobre las piedras del camino, disfrutando del paseo sin sospechar que aquel momento cambiaría su vida para siempre.—Renata, ¿por qué querías venir a caminar conmigo? —preguntó con curiosidad, mirando hacia arriba con sus ojos llenos de luz.Renata sintió un nudo en la garganta, pero sonrió con dulzura.—Porque quería hablar contigo, Dante. Quería contarte algo muy importante… algo que he querido decirte desde hace mucho tiempo.El niño frunció el ceño, pero continuó caminando junto a ella.—¿Es sobre el cuento del príncipe y la reina? —preguntó, recordando la historia que Ángelo le había contado.Renata asi
Justo en ese momento, la puerta se abrió de golpe y Dante entró corriendo, su rostro iluminado por la emoción más pura.—¡Papá! ¡Papá! —gritó, con los ojos brillantes—. ¡Renata es mi mamá! ¡Es mi mamá de verdad!Ángelo se levantó con una sonrisa, ya esperando esa reacción, pero nada lo preparó para ver a Renata de pie en la puerta, con los ojos llenos de luz, sin sombras, sin miedo.—¡Lo sabía! ¡Siempre lo supe! —continuó Dante, aferrándose al torso de su padre con emoción—. ¡Mi mamá es una reina! ¡Ella peleó dragones por mí!Ángelo sintió un nudo en la garganta, pero sonrió y se inclinó para abrazar a su hijo con fuerza.—Sí, mi campeón, —susurró—. Siempre fue muy valiente tu mamá.Dante giró la cabeza hacia Renata y la llamó con emoción.—¡Mamá!Renata no pudo contenerse y se lanzó a los brazos de su hijo, besándolo en la cabeza, abrazándolo como si nunca quisiera soltarlo.Ángelo los miró por un instante y vio en los ojos de Renata algo que no había visto en años: felicidad pura.S
La mansión Moretti se alzaba imponente frente a ellas, pero ya no era su hogar.Renata y Raquel se detuvieron en la entrada, observando la enorme estructura con una mezcla de nostalgia y extrañeza. Era la casa donde ambas debieron haber sido felices, pero donde su historia fue arrancada cruelmente por Carla, Beatrice y Vittoria.Renata giró el picaporte y, al entrar, un escalofrío recorrió su espalda. No había rastro de ellas. Ninguna foto, ninguna prenda, ningún mueble que pudiera recordarles que alguna vez madre e hija habían vivido ahí.Raquel caminó lentamente por los pasillos, deslizando los dedos por las paredes, sintiendo la frialdad del mármol. Este debía haber sido su refugio, el lugar donde debió ver crecer a su hija… pero en su lugar, fue un sitio que le fue arrebatado sin piedad.—No queda nada de nosotras aquí, —susurró Raquel con voz temblorosa.Renata apretó los labios y le tomó la mano con fuerza.—No importa, mamá. Nosotras seguimos aquí.Raquel la miró con los ojos
Unas semanas después. El sonido del teléfono rompió la tranquilidad de la tarde. Ángelo, que estaba en su despacho revisando unos documentos, contestó con rapidez.—¿Sí?Al otro lado de la línea, la voz del agente a cargo del caso contra Francesco y Marco Santori sonaba firme.—Señor Bellucci, llamo para informarle que atrapamos a los Santori. Intentaron huir con identidades falsas y habían cambiado algunos rasgos de su aspecto físico, pero los identificamos y los tenemos bajo custodia.Ángelo sintió un escalofrío recorrer su espalda. Finalmente, la justicia estaba alcanzando a esos hombres.—Gracias por avisarme, —respondió con voz grave—. Quiero verlos.—Pueden venir a la delegación hoy mismo. Pero les advierto, el proceso será largo.—Entendido, —dijo Ángelo antes de colgar.Se pasó una mano por el cabello y, sin dudarlo, fue en busca de Renata y Raquel.Cuando las encontró en la sala junto a los niños, sus rostros se iluminaron al verlo, pero su expresión seria borró cualquier vest
El juicio contra Francesco y Marco Santori fue rápido, pero cada testimonio, cada prueba presentada en la sala, trajo consigo un peso ineludible.Las víctimas, una tras otra, relataron las atrocidades que los Santori habían cometido en sus clínicas. Pacientes que fueron declarados enfermos sin estarlo, familias destrozadas, vidas manipuladas. Pero los testimonios más impactantes fueron los de Renata y Raquel.Raquel contó con detalles cómo Francesco la separó de su hija, cómo fue sometida a tratamientos inhumanos y dejada en el olvido como si su vida no valiera nada.Renata, con voz firme, narró cada tormento que sufrió en aquel hospital. Cada inyección, cada medicamento forzado, cada vez que la llamaron loca cuando la única enferma era Vittoria, y sobre todo como intentó violarla aquella noche del incendio.El fiscal presentó las pruebas encontradas en la clínica clandestina donde los Santori siguieron operando con nuevas identidades. No había escapatoria.Pero el momento más impactan