Ángelo sonrió, su rostro se suavizó al pensar en la niña.—Ella confía en mí. Me llama papá sin dudarlo. Creo que me ve como su seguridad… su hogar.Renata, que había permanecido en silencio, intervino.—Es verdad. Chiara está floreciendo. Desde que está conviviendo con nosotros, se ha vuelto más confiada, más feliz —explicó con la voz llena de cariño—. Creo que para ella, no importa la biología. Ángelo es su padre.El terapeuta tomó nota mentalmente antes de responder.—Entonces, lo primero que deben considerar es lo que Chiara necesita en este momento. Los niños, especialmente los pequeños, necesitan estabilidad y amor por encima de todo. Usted es su figura paterna, independientemente de la biología. Si decide contarle la verdad, debe ser cuando esté emocionalmente preparada y cuando sepa que tiene la capacidad de comprenderlo sin sentirse rechazada o insegura.Ángelo asintió, aunque su ceño seguía fruncido.—¿Entonces no debo decirle nada ahora? —preguntó.El terapeuta se inclinó l
Renata y Ángelo decidieron abrir los sobres fuera del laboratorio. El silencio en la sala de espera era casi ensordecedor mientras Ángelo tomaba el sobre de las manos de Renata. Sus dedos temblaron ligeramente mientras rompía el sello y sacaba las hojas. Renata lo observaba, inmóvil, con el corazón latiendo con fuerza. Sus ojos estaban fijos en él, esperando la verdad que esas páginas contenían.Ángelo desdobló lentamente el papel, leyendo las palabras impresas en tinta negra. Su rostro, normalmente sereno, comenzó a tensarse a medida que procesaba los resultados. Cuando finalmente habló, su voz estaba cargada de emociones.—El resultado es claro… —dijo, levantando la vista hacia Renata, sus ojos reflejaron una mezcla de dolor y determinación—. Chiara no es mi hija biológica.Renata sintió un nudo en el estómago. Aunque ya lo sospechaban, escucharlo en voz alta hacía que la verdad se sintiera más tangible, más pesada. Ángelo apretó los labios, cerrando los ojos por un momento antes de
Ángelo había decidido preparar algo especial para Renata y Raquel. El almuerzo estaba listo. La mesa, adornada con flores frescas y vajilla de porcelana, brillaba bajo la luz del sol que se colaba por las ventanas. El aroma del estofado de carne con vino tinto llenaba el aire, trayendo consigo una sensación de hogar y calidez.Renata llegó al comedor de la mano de Dante, siguiendo a Ángelo. Al ver la mesa preparada con tanto cuidado, se detuvo en seco. Sus ojos recorrieron cada detalle, desde las flores hasta el plato humeante en el centro de la mesa, y luego se posaron en Ángelo.—¿Hiciste todo esto? —preguntó, su voz cargada de sorpresa.Ángelo le sonrió, acercándose a ella con una mirada suave.—Quería que este día fuera especial, —respondió—. No todos los días alguien se reencuentra con su madre después de tanto tiempo.Renata sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas mientras miraba la mesa y luego a él.—Es hermoso, Ángelo. No sé qué decir —murmuró, llevándose una mano al pe
Cuando Ángelo llegó a la casa, el cielo comenzaba a oscurecerse. Renata estaba en el cobertizo, sentada en un banco, observando el camino con el ceño fruncido. Había estado preocupada desde que notó su ausencia, y al verlo llegar con los hombros ligeramente caídos y los ojos enrojecidos, su preocupación aumentó.Ángelo caminó hacia ella lentamente, con las manos en los bolsillos y la mirada baja. Renata se levantó en cuanto lo vio más de cerca.—¿Qué pasó? ¿De dónde vienes? —preguntó en voz baja, en un tono lleno de preocupación.Ángelo levantó la vista hacia ella, sus ojos verdes brillaban con una mezcla de tristeza y agotamiento.—Fui a verla —murmuró, apenas logrando hablar.Renata lo observó con sorpresa y dio un paso hacia él.—¿A quién? —preguntó, intentando procesar lo que escuchaba.Él dejó escapar un suspiro pesado antes de sentarse en el banco. Renata se acercó y se sentó junto a él, colocando una mano en su brazo.—A mi madre. Está… —empezó, pero le costaba encontrar las pa
Después de firmar el divorcio, la casa estaba tranquila, pero para Renata, el ambiente se sentía más ligero, como si una carga invisible se hubiera disipado. Estaba en el jardín con Gertrudis, que ahora prefería que la llamaran Raquel en sus momentos más íntimos, paseando entre los rosales que Ángelo había mandado plantar hacía años.Raquel se detuvo, mirándola con una expresión curiosa.—¿Cómo te sientes, hija? —preguntó, colocando una mano en el brazo de Renata—. Después de firmar el divorcio, me refiero.Renata, que había estado observando una flor, levantó la vista con una sonrisa tranquila.—Me siento… feliz, mamá, —respondió con sinceridad, usando la palabra "mamá" con más naturalidad que nunca—. Feliz porque ahora soy libre de decidir. Si vuelvo a casarme con Ángelo, será porque lo quiero, porque lo amo, no porque alguien nos haya obligado como antes.Raquel asintió, sus ojos se llenaron de emoción al escuchar las palabras de su hija.—Eso es lo que quería para ti, Renata, —exp
La pregunta de Chiara cayó como un suave susurro en la sala, pero su peso resonó profundamente en el corazón de Ángelo. La niña lo miraba con sus grandes ojos llenos de esperanza y vulnerabilidad, esperando una respuesta que pudiera calmar las dudas que llevaba guardadas en silencio.Ángelo respiró profundo, acariciando el cabello de Chiara con ternura mientras sus ojos reflejaban un destello de dolor. Sabía que no podía decirle la verdad completa en ese momento, pero tampoco quería mentirle.—Chiara, —comenzó suavemente—. Claro que sí. Toda mamá quiere a su hija. Pero a veces, las mamás no saben cómo demostrarlo de la mejor manera. No todas son como las reinas de los cuentos que siempre están presentes… pero eso no significa que no te quieran, ¿de acuerdo?Chiara frunció ligeramente el ceño, mirando hacia el suelo mientras procesaba sus palabras.—¿Entonces por qué no viene a verme? —preguntó, su voz fue apenas un susurro—. ¿Por qué no me llama?Ángelo tragó saliva, sintiendo que las
En un pequeño y ruidoso restaurante al otro lado de la ciudad, Beatrice estaba en la cocina, con las manos sumergidas en agua jabonosa y sucia. Los platos se acumulaban frente a ella como una montaña interminable. El sonido de las órdenes gritando desde el salón y el choque constante de cubiertos y vajilla llenaban el aire, creando una atmósfera caótica.Beatrice, con el cabello recogido en un moño desordenado y el rostro pálido de cansancio, intentaba mantener el ritmo. Sus manos, agrietadas por los productos de limpieza, temblaban ligeramente mientras frotaba un plato con fuerza. De repente, un grito la hizo sobresaltarse.—¡Beatrice! ¡¿Qué estás haciendo tan lento?! ¡Esto no es un hotel de lujo! ¡Apúrate o te largas! —bramó el encargado, un hombre robusto y de expresión severa, mientras cruzaba la cocina hacia ella.Beatrice bajó la cabeza, apretando los labios para contener su frustración. No podía permitirse perder ese trabajo. Era lo único que le quedaba después de perderlo todo
Ángelo la observó durante un segundo, reconociendo la seriedad en su rostro. Con un gesto, le indicó que lo siguiera al despacho. Los empleados se retiraron mientras Marisol lo seguía en silencio.Una vez dentro del despacho, Ángelo cerró la puerta, apoyándose ligeramente contra ella antes de señalar una silla.—Siéntate, —solicitó, con calma—. ¿Qué está pasando?Pero Marisol no se sentó. En cambio, colocó una carpeta sobre el escritorio y la abrió con movimientos decididos, dejando al descubierto fotografías, documentos y notas garabateadas apresuradamente. Ángelo, intrigado, se inclinó hacia la mesa para observar mejor.—He seguido investigando desde la última vez que hablamos, —comenzó Marisol, con su voz cargada de tensión—. Sabía que Marco Santori y su padre, Francesco, habían desaparecido después de que el hospital cerrara. Todos asumimos que habían huido lejos, pero… —Se interrumpió, tomando aire antes de señalar las fotos—. No se fueron tan lejos como pensamos.Ángelo tomó una