Renata sintió cómo el aire se detenía a su alrededor. La pregunta era directa, simple, pero la golpeó como una ola. Había soñado con este momento, con el día en que pudiera decirle la verdad a Dante, pero sabía que ese no era el momento adecuado. No aún.Ángelo, notando la tensión en su rostro, intervino con suavidad.—Chiara, Dante, esas son preguntas importantes —expresó inclinándose hacia ellos con una sonrisa calmada—. Pero creo que son cosas que Renata y yo debemos hablar antes de darles una respuesta.Dante frunció el ceño con más fuerza, claramente insatisfecho.—¿Por qué no pueden responder ahora? —preguntó, mirando fijamente a Ángelo.Renata se obligó a respirar profundamente y dio un paso hacia él, arrodillándose para estar a su altura. Puso una mano sobre su hombro, tratando de mantener la calma mientras le hablaba.—Porque algunas cosas necesitan tiempo, Dante —dijo con voz suave pero firme—. Y quiero asegurarme de que todo lo que hagamos sea lo mejor para ti y para Chiara
La luz tenue de la lámpara de noche iluminaba la habitación de Dante, proyectando sombras suaves sobre las paredes decoradas con dibujos y pósteres. El niño estaba acostado, con los ojos abiertos y la mirada fija en el techo. Ángelo estaba sentado en el borde de la cama, observándolo con una mezcla de ternura y determinación.—¿No puedes dormir? —preguntó Ángelo en voz baja.Dante negó con la cabeza, girándose hacia él.—No tengo sueño. Estaba pensando… —hizo una pausa, como si dudara si debía continuar—. ¿Por qué Renata siempre está aquí con nosotros? Ella no vivía aquí antes.Ángelo sonrió suavemente, pero el nudo en su pecho se apretó. Sabía que el momento de la verdad se acercaba, y aunque quería esperar a que Renata estuviera lista, no podía ignorar las preguntas de su hijo.—¿Quieres que te cuente una historia? —preguntó, su tono cálido.Dante asintió, emocionado.—¿Es de dragones? —preguntó, su curiosidad habitual brillando en sus ojos.Ángelo carcajeó y negó con la cabeza.—No
Al día siguiente, el abogado de Ángelo llegó a la mansión. Era un hombre de mediana edad, con un aire profesional y sereno que lo hacía parecer imperturbable incluso frente a los casos más complejos. Ángelo lo recibió en el despacho, acompañado de Renata, quien permanecía de pie con los brazos cruzados, observando con atención.—Gracias por venir tan rápido —comenzó Ángelo, sentándose detrás del escritorio con un gesto de incomodidad debido a su herida.El abogado asintió y sacó una libreta, listo para tomar notas.—Dígame, Ángelo, ¿qué situación estamos manejando? —preguntó con profesionalismo.Ángelo suspiró y comenzó a hablar.—Es sobre Chiara. He descubierto que Beatrice, mi exesposa, se sometió a una inseminación artificial. Siempre me hizo creer que Chiara era mi hija biológica, pero ahora sé que no soy el padre biológico, o al menos eso dicen. Sin embargo, Chiara está legalmente reconocida como mi hija, y Beatrice no ha mostrado interés en reclamar nada hasta ahora.El abogado
El suave sonido de los pájaros en el jardín acompañaba la tranquilidad del cuarto donde Gertrudis descansaba. Renata entró con cuidado, cerrando la puerta detrás de ella. Gertrudis estaba despierta, recostada contra las almohadas, y aunque sus ojos parecían cansados, había una claridad en ellos que no había visto antes.Renata se acercó con pasos lentos y tomó asiento junto a la cama. Aunque las dudas seguían vivas en su mente, algo en su interior le decía que necesitaba escucharla.—¿Cómo te sientes? —preguntó Renata en voz baja, casi un susurro.Gertrudis la miró y dejó escapar un suspiro.—Confundida… pero mejor, —respondió con un tono suave.Hubo un breve silencio entre ambas, pero Renata sabía que había llegado el momento de romperlo.—Has dicho cosas… cosas que me cuesta entender, —avisó con las manos entrelazadas sobre su regazo—. Pero quiero saber más. Necesito saber más.Gertrudis asintió lentamente, sus ojos brillaban con una mezcla de dolor y determinación.—He recordado má
En la penumbra de la biblioteca, Ángelo estaba inclinado sobre el escritorio, rodeado de cajas y papeles amarillentos que había encontrado en un armario empotrado. Había algo casi obsesivo en la forma en que revisaba cada documento, como si estuviera buscando la pieza final de un rompecabezas que no podía resolver.De repente, entre un montón de papeles, encontró un grupo de fotografías antiguas. Sus manos temblaron ligeramente mientras las sacaba. Eran imágenes de una mujer joven, de cabello claro y ojos intensos, sonriendo a la cámara. En el reverso de una de ellas estaba escrito: "Raquel Moretti, 1997".Ángelo se quedó inmóvil por un momento, sus ojos clavados en el nombre. Había escuchado ese nombre antes, susurrado en fragmentos de recuerdos y documentos. Su madre había mencionado a Raquel en contadas ocasiones, pero siempre con un desprecio que ahora cobraba un nuevo significado.Siguiendo con su búsqueda, encontró otro documento, amarillento y frágil por el paso del tiempo. Era
Renata y Gertrudis entraron en la sala principal, donde Ángelo estaba de pie junto a la mesa central. Llevaba consigo un viejo expediente, sus bordes amarillentos y desgastados por el tiempo. Su rostro reflejaba una mezcla de cansancio y determinación. Apenas las vio entrar, sus ojos se posaron en Renata, como si buscara algo en ella que pudiera darle fuerzas para lo que estaba a punto de decir.Renata avanzó unos pasos, con el ceño fruncido.—¿Dónde has estado, Ángelo? —preguntó, en un tono lleno de preocupación.Ángelo levantó el expediente, mostrándolo como respuesta.—Fui a buscar respuestas —avisó con calma.Renata intercambió una mirada rápida con Gertrudis antes de acercarse más.—¿Qué encontraste? —preguntó, con un tono que mezclaba curiosidad y recelo.Ángelo respiró hondo antes de responder.—Encontré el hospital psiquiátrico donde estuvo internada Raquel Moretti, —dijo, colocando la carpeta sobre la mesa—. Y encontré su expediente… —hizo una pausa, girando su mirada hacia G
Cuando Renata llegó a la cocina, encontró la puerta del refrigerador ligeramente entreabierta y unas pequeñas huellas en el suelo. Frunció el ceño, inclinándose ligeramente para observar más de cerca. Las huellas parecían llevar hacia la mesa, donde un suave susurro y risitas apenas contenidas rompían el silencio.—¿Qué está pasando aquí…? —murmuró, su curiosidad iba creciendo.Se acercó en silencio, y cuando se inclinó para mirar bajo la mesa, encontró a Dante y Chiara agachados, compartiendo un tarro de helado y cuchareando rápidamente como si alguien estuviera a punto de descubrirlos.—¡Ajá! —exclamó Renata, cruzándose de brazos mientras los dos niños levantaban la mirada, congelados en el acto.Dante, con una cuchara en la boca, intentó componer una sonrisa inocente.—Hola, Renata —expresó como si nada estuviera fuera de lugar.Chiara, por su parte, dejó caer la cuchara y se escondió detrás de Dante, aunque su sonrisa delataba que no estaba tan asustada.—¿No deberían estar dormid
La oficina del terapeuta estaba decorada con colores cálidos y acogedores, diseñada para brindar una sensación de seguridad. Renata y Ángelo estaban sentados uno junto al otro en un sofá, con gestos nerviosos pero decididos. Frente a ellos, el terapeuta, un hombre de mediana edad con una mirada serena, sostenía un cuaderno y un bolígrafo, listo para guiarlos en el proceso.—Primero, quiero felicitarlos por dar este paso, —dijo el terapeuta con una sonrisa tranquilizadora—. Es un acto de amor hacia Dante, y estoy aquí para ayudarlos a hacer esto de la mejor manera posible.Ángelo asintió, mientras Renata entrelazaba sus dedos en su regazo.—Gracias. Queremos que Dante sepa la verdad, pero también deseamos protegerlo —expuso Renata—. No quiero que esto lo confunda o lo lastime.El terapeuta asintió, tomando notas.—Eso es comprensible. La clave es que lo abordemos de manera que sea adecuada para su edad y que lo haga sentir seguro. Pero antes de avanzar, necesito saber: ¿qué sabe Dante