Al día siguiente, el abogado de Ángelo llegó a la mansión. Era un hombre de mediana edad, con un aire profesional y sereno que lo hacía parecer imperturbable incluso frente a los casos más complejos. Ángelo lo recibió en el despacho, acompañado de Renata, quien permanecía de pie con los brazos cruzados, observando con atención.—Gracias por venir tan rápido —comenzó Ángelo, sentándose detrás del escritorio con un gesto de incomodidad debido a su herida.El abogado asintió y sacó una libreta, listo para tomar notas.—Dígame, Ángelo, ¿qué situación estamos manejando? —preguntó con profesionalismo.Ángelo suspiró y comenzó a hablar.—Es sobre Chiara. He descubierto que Beatrice, mi exesposa, se sometió a una inseminación artificial. Siempre me hizo creer que Chiara era mi hija biológica, pero ahora sé que no soy el padre biológico, o al menos eso dicen. Sin embargo, Chiara está legalmente reconocida como mi hija, y Beatrice no ha mostrado interés en reclamar nada hasta ahora.El abogado
El suave sonido de los pájaros en el jardín acompañaba la tranquilidad del cuarto donde Gertrudis descansaba. Renata entró con cuidado, cerrando la puerta detrás de ella. Gertrudis estaba despierta, recostada contra las almohadas, y aunque sus ojos parecían cansados, había una claridad en ellos que no había visto antes.Renata se acercó con pasos lentos y tomó asiento junto a la cama. Aunque las dudas seguían vivas en su mente, algo en su interior le decía que necesitaba escucharla.—¿Cómo te sientes? —preguntó Renata en voz baja, casi un susurro.Gertrudis la miró y dejó escapar un suspiro.—Confundida… pero mejor, —respondió con un tono suave.Hubo un breve silencio entre ambas, pero Renata sabía que había llegado el momento de romperlo.—Has dicho cosas… cosas que me cuesta entender, —avisó con las manos entrelazadas sobre su regazo—. Pero quiero saber más. Necesito saber más.Gertrudis asintió lentamente, sus ojos brillaban con una mezcla de dolor y determinación.—He recordado má
En la penumbra de la biblioteca, Ángelo estaba inclinado sobre el escritorio, rodeado de cajas y papeles amarillentos que había encontrado en un armario empotrado. Había algo casi obsesivo en la forma en que revisaba cada documento, como si estuviera buscando la pieza final de un rompecabezas que no podía resolver.De repente, entre un montón de papeles, encontró un grupo de fotografías antiguas. Sus manos temblaron ligeramente mientras las sacaba. Eran imágenes de una mujer joven, de cabello claro y ojos intensos, sonriendo a la cámara. En el reverso de una de ellas estaba escrito: "Raquel Moretti, 1997".Ángelo se quedó inmóvil por un momento, sus ojos clavados en el nombre. Había escuchado ese nombre antes, susurrado en fragmentos de recuerdos y documentos. Su madre había mencionado a Raquel en contadas ocasiones, pero siempre con un desprecio que ahora cobraba un nuevo significado.Siguiendo con su búsqueda, encontró otro documento, amarillento y frágil por el paso del tiempo. Era
Renata y Gertrudis entraron en la sala principal, donde Ángelo estaba de pie junto a la mesa central. Llevaba consigo un viejo expediente, sus bordes amarillentos y desgastados por el tiempo. Su rostro reflejaba una mezcla de cansancio y determinación. Apenas las vio entrar, sus ojos se posaron en Renata, como si buscara algo en ella que pudiera darle fuerzas para lo que estaba a punto de decir.Renata avanzó unos pasos, con el ceño fruncido.—¿Dónde has estado, Ángelo? —preguntó, en un tono lleno de preocupación.Ángelo levantó el expediente, mostrándolo como respuesta.—Fui a buscar respuestas —avisó con calma.Renata intercambió una mirada rápida con Gertrudis antes de acercarse más.—¿Qué encontraste? —preguntó, con un tono que mezclaba curiosidad y recelo.Ángelo respiró hondo antes de responder.—Encontré el hospital psiquiátrico donde estuvo internada Raquel Moretti, —dijo, colocando la carpeta sobre la mesa—. Y encontré su expediente… —hizo una pausa, girando su mirada hacia G
Cuando Renata llegó a la cocina, encontró la puerta del refrigerador ligeramente entreabierta y unas pequeñas huellas en el suelo. Frunció el ceño, inclinándose ligeramente para observar más de cerca. Las huellas parecían llevar hacia la mesa, donde un suave susurro y risitas apenas contenidas rompían el silencio.—¿Qué está pasando aquí…? —murmuró, su curiosidad iba creciendo.Se acercó en silencio, y cuando se inclinó para mirar bajo la mesa, encontró a Dante y Chiara agachados, compartiendo un tarro de helado y cuchareando rápidamente como si alguien estuviera a punto de descubrirlos.—¡Ajá! —exclamó Renata, cruzándose de brazos mientras los dos niños levantaban la mirada, congelados en el acto.Dante, con una cuchara en la boca, intentó componer una sonrisa inocente.—Hola, Renata —expresó como si nada estuviera fuera de lugar.Chiara, por su parte, dejó caer la cuchara y se escondió detrás de Dante, aunque su sonrisa delataba que no estaba tan asustada.—¿No deberían estar dormid
La oficina del terapeuta estaba decorada con colores cálidos y acogedores, diseñada para brindar una sensación de seguridad. Renata y Ángelo estaban sentados uno junto al otro en un sofá, con gestos nerviosos pero decididos. Frente a ellos, el terapeuta, un hombre de mediana edad con una mirada serena, sostenía un cuaderno y un bolígrafo, listo para guiarlos en el proceso.—Primero, quiero felicitarlos por dar este paso, —dijo el terapeuta con una sonrisa tranquilizadora—. Es un acto de amor hacia Dante, y estoy aquí para ayudarlos a hacer esto de la mejor manera posible.Ángelo asintió, mientras Renata entrelazaba sus dedos en su regazo.—Gracias. Queremos que Dante sepa la verdad, pero también deseamos protegerlo —expuso Renata—. No quiero que esto lo confunda o lo lastime.El terapeuta asintió, tomando notas.—Eso es comprensible. La clave es que lo abordemos de manera que sea adecuada para su edad y que lo haga sentir seguro. Pero antes de avanzar, necesito saber: ¿qué sabe Dante
Ángelo sonrió, su rostro se suavizó al pensar en la niña.—Ella confía en mí. Me llama papá sin dudarlo. Creo que me ve como su seguridad… su hogar.Renata, que había permanecido en silencio, intervino.—Es verdad. Chiara está floreciendo. Desde que está conviviendo con nosotros, se ha vuelto más confiada, más feliz —explicó con la voz llena de cariño—. Creo que para ella, no importa la biología. Ángelo es su padre.El terapeuta tomó nota mentalmente antes de responder.—Entonces, lo primero que deben considerar es lo que Chiara necesita en este momento. Los niños, especialmente los pequeños, necesitan estabilidad y amor por encima de todo. Usted es su figura paterna, independientemente de la biología. Si decide contarle la verdad, debe ser cuando esté emocionalmente preparada y cuando sepa que tiene la capacidad de comprenderlo sin sentirse rechazada o insegura.Ángelo asintió, aunque su ceño seguía fruncido.—¿Entonces no debo decirle nada ahora? —preguntó.El terapeuta se inclinó l
Renata y Ángelo decidieron abrir los sobres fuera del laboratorio. El silencio en la sala de espera era casi ensordecedor mientras Ángelo tomaba el sobre de las manos de Renata. Sus dedos temblaron ligeramente mientras rompía el sello y sacaba las hojas. Renata lo observaba, inmóvil, con el corazón latiendo con fuerza. Sus ojos estaban fijos en él, esperando la verdad que esas páginas contenían.Ángelo desdobló lentamente el papel, leyendo las palabras impresas en tinta negra. Su rostro, normalmente sereno, comenzó a tensarse a medida que procesaba los resultados. Cuando finalmente habló, su voz estaba cargada de emociones.—El resultado es claro… —dijo, levantando la vista hacia Renata, sus ojos reflejaron una mezcla de dolor y determinación—. Chiara no es mi hija biológica.Renata sintió un nudo en el estómago. Aunque ya lo sospechaban, escucharlo en voz alta hacía que la verdad se sintiera más tangible, más pesada. Ángelo apretó los labios, cerrando los ojos por un momento antes de