Renata sintió cómo la ansiedad la invadía. Cortó la llamada, se vistió a toda prisa y bajó las escaleras.—Dígale al chofer que me lleve al hospital inmediatamente —ordenó a Gertrudis mientras se colocaba una chaqueta.Cuando llegó al hospital, salió del auto antes de que este se detuviera por completo y corrió hacia la entrada. En la sala de espera, vio a Marisol sentada con una expresión de enojo que parecía contener algo más: frustración, quizá resentimiento. Renata cruzó la sala, pero Marisol no dijo una palabra, solo la observó con una mezcla de amargura y cansancio.Antes de que Renata pudiera pensar en qué decir, un médico se acercó.—Señora Bellucci —dijo con una sonrisa amable—. Su esposo despertó hace unas horas y ha estado llamándola.El corazón de Renata dio un vuelco al escuchar esas palabras. Ángelo había despertado, pero lo que más la sorprendía no era eso. Era el hecho de que la estuviera llamando a ella y no a Marisol, quien había estado a su lado desde el principio.
La prisión estaba en su habitual monotonía, con el eco de pasos y murmullos de las reclusas. Vittoria, con un delantal descolorido, fregaba el suelo de la sala común, su elegancia ahora un recuerdo lejano. Mientras movía el balde de agua, su mirada se posó en un periódico arrugado tirado junto a una mesa.El titular captó su atención de inmediato. "¿Ángelo Bellucci, víctima de un trágico asesinato?"Vittoria se quedó inmóvil. La frase parecía bailar frente a sus ojos, pero su mente se negaba a procesarla. Con manos temblorosas, levantó el diario y comenzó a leer.—No… no puede ser, —murmuró, su voz quebrándose.Sus ojos repasaron las palabras una y otra vez. Las especulaciones, los testigos, el disparo. Era como si las letras se grabaran en su mente con fuego. El periódico era de esos amarillistas que ya daban por muerto a Ángelo.—¡No! —gritó, su voz resonando como un eco en la sala.De pronto, comenzó a reír. Una risa histérica, descontrolada, que hizo que las reclusas cercanas se a
Renata se detuvo a unos pasos de distancia, observándolo con cuidado.—Se está recuperando, —respondió en un tono neutral—. El disparo no fue letal.Doménico cerró los ojos, dejando escapar un suspiro de alivio.—No lo maté… —murmuró, más para sí mismo que para ella.Renata lo observó en silencio, viendo cómo la tensión parecía abandonar su cuerpo por un momento. Pero sabía que esto no significaba el fin de su tormento.—Doménico, tus padres están preocupados por ti —habló con ternura—. Quieren que recibas ayuda, y están dispuestos a hacer todo lo posible para que eso suceda.Él asintió lentamente, pero su mirada se llenó de melancolía.—Lo único que quiero es que tú me perdones, Renata, —suplicó con voz quebrada—. Sé que arruiné todo, que no tengo derecho a pedirte nada, pero…Ella levantó una mano, deteniéndolo.—No es momento de hablar de eso, Doménico. Ahora lo que importa es que aceptes la ayuda que te están ofreciendo, yo no te guardo rencor, por ti siento un profundo cariño y a
Cuando llegaron a la mansión, Dante y Chiara esperaban ansiosos en la entrada. Renata les había dicho a los niños que su papá sufrió un pequeño accidente y que se estaba recuperando.Dante corrió hacia el auto al ver a su padre bajar lentamente, apoyándose en Renata.—¡Papá! ¿Te sientes mejor? —preguntó, deteniéndose al notar las vendas.—Mucho mejor ahora que estoy con ustedes, —respondió Ángelo, sonriendo mientras extendía una mano para acariciar su cabeza.Chiara, más cautelosa, se acercó lentamente.—¿Te duele mucho, papá? —preguntó, mirando las vendas con el ceño fruncido.Ángelo negó suavemente y, con esfuerzo, se agachó un poco para mirarla a los ojos.—No tanto como parece. Pero creo que necesitaré una enfermera extra para que me cuide. ¿Qué opinas?Chiara sonrió con timidez y asintió. Renata observó la escena, sintiendo una mezcla de ternura y melancolía.—Vamos adentro, niños. Ayuden a papá a sentirse cómodo, —dijo, retomando su papel práctico.Dentro de la mansión, Renata l
—¡Aaaaaah!El grito desgarrador de la mujer sacudió la mansión, como una alarma que encendía el caos en un instante.Renata, la dueña de la mansión, paralizada, aún sostenía el cuchillo, incapaz de comprender lo que había sucedido.Quería preguntar pero vio a su hermana agarrándose el brazo con la sangre brotando entre sus dedos.Mientras daba un paso adelante, su hermana dio un paso atrás, con un rostro bañado en horror.Renata estaba a punto de abrir la boca cuando fue interrumpida.—¡Ayuda! —clamó, su voz un torrente de pánico y furia—. ¡Renata quiso matar a su hijo! ¡Está completamente loca!—¿Qué estás diciendo Beatrice? No, yo no... Justo en ese momento apareció su suegra en la puerta, con los ojos abiertos de par en par y el rostro petrificado.Su mirada se deslizó del cuchillo ensangrentado en la mano de Renata al bebé en la cuna, y en un instante se colocó entre su nieto y Renata, fulminándola con una mirada de absoluto desprecio.—¡¿Estás loca?!.. hijo, ¡HIJO!—exclamó con v
El enfermero soltó una carcajada, sin aflojar su agarre.—Oh, sí. Él mismo dio la orden de que terminaras aquí. Ahora, cállate y coopera, si no quieres que las cosas se pongan aún peor.Renata sintió cómo su corazón se desgarraba en mil pedazos. ¿Ángelo, su esposo, el padre de su hijo, la había enviado allí? La mente de Renata era un torbellino de pensamientos confusos y traicioneros. ¿Cómo podía ser cierto? ¿Cómo podía haber sido él?Mientras el enfermero la empujaba hacia la cama, su mente no dejaba de repetir la misma pregunta: ¿Por qué me haría esto el hombre que juró amarme?... Habían pasado ya algunos días desde que Renata había sido internada en el psiquiátrico, y la casa, que antes vibraba con la calidez de una familia recién formada, ahora se sentía sombría y vacía. El pequeño Dante, de apenas dos meses, lloraba sin cesar, sus llantos resonando en cada rincón de la mansión. Ángelo lo acunaba en sus brazos, intentando calmarlo, pero el bebé parecía inconsolable, como si re
Unos días después, Ángelo se detuvo frente a las puertas del hospital psiquiátrico, sintiendo un peso desconocido en el pecho. Había venido para asegurarse de que había hecho lo correcto, de que Renata, la mujer con quien había compartido los últimos años, estaba realmente mejor allí, lejos de su hijo, lejos de él. Pero la duda seguía agazapada en su mente, carcomiéndole la conciencia.Un hombre alto y de porte serio, vestido con una bata blanca, lo recibió en la entrada. Su rostro era severo y su mirada, casi vacía, le recordaba que este no era un lugar para personas sanas. Era el director del hospital, el Dr. Santori.—Señor Bellucci, bienvenido —saludó el director con una inclinación de cabeza. Su voz era fría y profesional, carente de toda emoción.—Doctor, he venido a saber cómo… cómo está mi esposa —dijo Ángelo, intentando que su voz sonara segura, aunque no pudo evitar que un leve temblor se colara en sus palabras.El Dr. Santori asintió, pero en sus ojos brillaba un destello
El sonido de la máquina de electroshock se encendió con un zumbido escalofriante. Renata estaba inmovilizada sobre la camilla, su cuerpo atado con correas, y sus ojos, antes llenos de vida, ahora reflejaban un dolor profundo y una angustia insondable. Los enfermeros preparaban los electrodos, sin prestar atención a los temblores que recorrían su cuerpo cada vez que uno de ellos se acercaba a ajustar los dispositivos.—¿Todo listo? —preguntó el enfermero con un tono mecánico y casi aburrido.—Adelante —respondió otro, a punto de apretar el botón que iniciaría la descarga.—¡Esperen! —La voz de un hombre los interrumpió de golpe, firme y autoritaria.Los enfermeros se detuvieron, sorprendidos, y se giraron para ver al recién llegado. Era un hombre alto, de mirada penetrante y expresión decidida, vestido con una bata blanca que denotaba su rol médico.—¿Qué es esto? —preguntó el psiquiatra, mirando la camilla y los preparativos con una mezcla de incredulidad y desaprobación—. ¿Qué est