Mateo veía cómo movía los labios, escuchaba su voz, pero no podía centrarse en lo que estaba diciendo mientras Sofía explicaba su idea sobre un nuevo personaje. Su cerebro no paraba de imaginar. ¿Cómo diablos iba a centrarse en el trabajo con aquellos deseos sexuales flotándole por el cerebro y torturándole el cuerpo? –¡Son geniales! –estaba diciendo Armando. Se inclinó casi rozando a Sofía para mirar el esbozo que ella sujetaba y Mateo sintió una punzada de irritación. "¿Por qué tiene Armando que colgarse prácticamente del hombro de Sofía para mirar el dibujo?" –A ver –dijo Mateo bruscamente, rompiendo lo que a él le parecía una escena demasiado cariñosa. Armando fue pasando los dibujos y dijo: –Me gusta la idea de que una mujer poderosa venga en ayuda del héroe atormentado –sonrió–. Puede que así consigamos además más jugadoras. Mateo asintió mientras miraba los dibujos y tuvo que reconocer que Sofía Espinoza tenía mucho talento. No eran dibujos completos, más bien la idea
Pero ese sueño se convertía en pesadilla, cuando se veía obligada a tratar con Mateo. No era tonta, él solo quería llevársela a la cama, pero se dio el gusto de ver cómo en verdad le reconoció su talento.De repente el timbre sonó, interrumpiéndole sus pensamientos. Frunció el entrecejo. ¿Quién podría ser a esta hora?Abrió la puerta y se quedó paralizada mirando los ojos de Vicente Rivas. El corazón se le aceleró. Tomándola por sorpresa y sin esperar a ser invitado, él entró con decisión en su casa. Con una mueca de desagrado, sin tener otra opción que aceptar lo inevitable, Sofía cerró la puerta. –Bueno, adelante –murmuró con sarcasmo–. Estás en tu casa. Con el gesto adusto y los ojos reflejando dureza, Vicente le dijo: –Tenemos que hablar. Vicente se detuvo en medio del salón, se dio la vuelta y la miró. Sofía llevaba puesta una camiseta rosada y un blue jeans desteñidos con un agujero en la rodilla. Estaba descalza y tenía las uñas pintadas de rosa pálido. Su cabellera castañ
–¡Márchate! –dijo Sofía con firmeza–. Vete de mi casa ahora mismo. Vicente sacudió la cabeza.–Todas nuestras noches en la cama fueron increíbles–aseguró–. Y sé que para ti también lo fue.–Exacto Vicente fueron tiempo pasado. ¿Dónde está Dayana? Porque no vas a molestarla a ella.–¿Me estás reclamando? Tú me sacaste de tu vida, ¿Lo recuerdas?–No me importa lo que hagas con tu vida. Por favor...Sofía se interrumpió, cuando Vicente se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos. –Si me lo pides con tanta amabilidad… La besó y se hundió en su aroma. Sofía se revolvió a medias durante un segundo o dos, como si intentara negar lo que estaba pasando entre ellos. Pero la vacilación desapareció al instante y le pasó las manos por el cuello, apretándose contra él. Vicente dejó caer las manos por la curva de su trasero y las mantuvo allí, sosteniéndola con fuerza contra su erección latente por el deseo de estar dentro de ella. ¿Sabía lo que podría pasar cuando decidió ir allí? ¿Había in
–¡Vicente! –Sofía echó la cabeza hacia atrás y apretó las caderas contra su contacto. Si no te quitas esos pantalones y vienes pronto a mí, yo… –aspiró con fuerza el aire y gimió al sentir el primer dedo dentro y luego el segundo–. ¡Vicente, por favor!Sofía empezó retorcerse y haló sus cabellos cuando le sobrevino un orgasmo.–¡Oh, Vicente! ¡Vicente!Él siguió excitándola, llevándolos a ambos al borde del control y más allá. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por no darle justo lo que ella quería. Lo que quería él también. Había sido dos meses muy largos. Pero entonces no pudo seguir soportándolo. Se apartó de ella, se puso de pie y se quitó apresurado el resto de la ropa con la mirada clavada en la suya mientras se desnudaba. Sofía se humedeció los labios y volvió a mover las caderas en silenciosa invitación antes de alzar los brazos para recibirle. –Ya casi –murmuró Vicente. Ella gimió frustrada. Entonces Vicente se arrodilló en el suelo y atrajo su cuerpo hacia el suyo. Cua
Pero una hora más tarde supo que había terminado. A pesar de sentir el peso de Vicente sobre el suyo en el colchón, a pesar de que tuviera su cuerpo dentro del suyo, sintió cómo él se apartaba. Por muy cerca que estuvieran físicamente en aquel momento, había entre ellos una distancia que hacer el amor no podía salvar. Aquel tiempo con él había servido en realidad para reforzar las líneas que los separaban; Dayana, el poco interés de Vicente en Gabriel y su nuevo trabajo. Vicente rodó hacia un lado y se apoyó en un codo. Lanzó una mirada rápida a la ventana, donde los rayos de sol ya se filtraban, y luego se giró de nuevo hacia ella y dijo: –Debería irme. –Sí –Sofía le miró y quiso guardar su imagen en la memoria. El pelo revuelto, una sombra de barba alrededor de su increíble sonrisa. Si tuviera un poco de sentido común, en lugar de intentar construir un recuerdo, estaría tratando de borrar de la mente el tiempo compartido con Vicente. Ahora él tenía a otra mujer en su vida. La mu
Lo mejor de contemplarla desde allí era que ella tenía la guardia baja. Estaba relajada, con una mirada soñadora en los ojos, mientras el sonido de la fotocopiadora mecía sus pensamientos. Él no sabía qué tendría en la cabeza, pero la vio sonreír. El gesto le iluminó el rostro. Era la primera vez que la veía sonreír de forma genuina. Entonces, Sofía se giró hacia el pasillo y lo sorprendió allí. Él le recorrió el cuerpo con la mirada, solo un momento. Luego ella se volvió, recogió los documentos, salió de la habitación y se dio media vuelta, comenzó a caminar en dirección opuesta, con un montón de papeles en las manos. De nuevo, lo estaba evitando. Mateo la siguió. Era fácil alcanzarla, pues con los tacones que llevaba no podía correr mucho. Se fijó en un cuarto de la limpieza que había a su lado y, sin perder el tiempo en saludarla, la agarró de la cintura, abrió la puerta y la arrastró dentro. –¿Qué diablos? –protestó ella. Él cerró la puerta y, al instante, se quedaron a s
Cuando pasó delante de él y salió al pasillo, Mateo se tomó un momento para disfrutar y admirar su voluptuoso trasero. Después, la siguió para alcanzarla. –¿Por qué no? –No sería apropiado –respondió ella. –¿Quién lo dice? ¿Por qué soy tu jefe? No veo qué tiene de malo que te invite a cenar como bienvenida amistosa a nuestra empresa. Yo saco a mis empleados a comer todo el tiempo, por alguna ocasión especial. –No tienes reputación de ser solamente amistoso con las mujeres. Sus palabras le sonaron como cuchillos a Mateo. Adivinó que su rechazo tenía que ver con la mala opinión que ella tenía de su vida amorosa. –Entonces, ¿Lo que pasa es que no quieres que te vean en público con un mujeriego como yo? ¿Dañaría tu reluciente reputación? Sofía dobló una esquina, probablemente, en dirección a la fotocopiadora de nuevo. –Honestamente, sí. He trabajado mucho para llegar a dónde estoy. No me interesan los hombres como tú, ni la clase de amistad que me ofreces. Se detuvieron de
“Gracias a Dios que me quisieron acompañar, no quería estar a solas con Mateo…” Giró impaciente, mirando hacia la puerta por donde la gente salía al jardín, y su corazón le saltó cada vez más rápido. Pero al verlo, dejó de palpitar un instante. Había algo más que hacía destacar a Vicente entre la multitud, además de su estatura, corpulencia y porte. Algo que no sabía explicar. ¿Era la energía con la que caminaba? ¿Era la sonrisa en su rostro? ¿Era la manera en que saludaba a algunas personas mientras daba vistazos a su alrededor? “¡¿Diantres que hace él aquí?!” Sus ojos encontraron los de ella. El tiempo pareció detenerse mientras él la miraba. No sabía si había dejado de respirar, pero aquel hombre le había robado el aliento. De súbito sintió en el oído como Mateo le decía. —¿Acaso no soy el hombre más guapo que has visto en tu vida?... —ella se giró hacia él con una débil sonrisa —Disculpa que te haya dejado por tanto tiempo, pero a veces me parece increíble la cantidad de gente