La Marquesa miró los ojos sinceros de Isabella, y comprendió que sus palabras eran genuinas, que no los culpaba, lo cual la tranquilizo bastante. El último deseo de ella era enemistarse o meterse en enredos con alguien, especialmente con el Rey Benito o Isabella. No deseaba verlos como enemigos.Al menos, juzgando por las hazañas militares que habían logrado, eran personas dignas de respeto. Por lo que desde su familia se debían que forjar lazos fuertes para evitar crear conflictos o disputas.La Marquesa suspiró y dijo:—Isabella, usted por su lado comprende bien la situación, pero yo en cambio sigo sintiéndome bastante avergonzada. Si no fuera por el oráculo quien salió a aclarar todo, me temo que usted habría cargado con el estigma de la desobediencia filial. Y esto hubiese sido devastador para vuestra honra. Isabella la contradijo con serenidad: — Para mí fueron solo como habladurías gritadas al viento.¿Habladurías sin importancia?La Marquesa se quedó pasmada, pensando que Isab
La Marquesa le respondió. —Tiene usted razón. Si los hechos fueron así, ese día, aunque su madre tocaba el brazalete con cierta tristeza, al final, tras mi insistencia, me lo dio. Ellos le devolvieron lo que habia pagado, y el asunto se resolvió de manera adecuada.Isabella escuchó sus palabras y supo que había más que contar, así que guardó silencio, esperando que continuara.El rostro de la Marquesa mostró un poco de arrepentimiento.— Después de llevarme el brazalete a casa, me di cuenta de que este no era el que yo había encargado. Mi pulsera debía tener cinco gemas, pero este tenía seis. Claramente no era el mío. Mandé a alguien de la joyería para averiguar, y allí me dijeron que el artesano encargado de hacer mi brazalete había cometido un delito y había huido, llevándose también mi joya. En cuanto a esta pulsera, efectivamente, era el que vuestra madre había encargado, según dijeron, como parte de su dote. — La Joyería Azul no mencionó nada en ese momento porque había otros cli
La Marquesa insistió en aceptar solo una moneda de plata, sin importar cuánto Isabella insistiera en pagar más. Ella simplemente no estaba dispuesta a aceptar más.Al final, Isabella no tuvo más remedio que aceptar el gesto de amabilidad.Antes de marcharse, la Marquesa dijo. — Tenemos un vínculo especial. Si tiene tiempo en el futuro, deme por favor el honor de tener su visita. O, si lo prefiere, puedo ir a vuestro hogar a conversar con usted.Esto claramente indicaba que las dos familias mantendrían contacto en el futuro.Isabella sabía que no era por interés. La casa del Marqués de Solano no tenía necesidad de buscar el favor de nadie. Era una familia con una sólida reputación. Muchos de sus hijos ocupaban cargos en la corte, y varios tenían gran influencia y poder.Pero de cualquier manera, tener un amigo siempre era mejor que tener un enemigo, especialmente cuando había un vínculo tan significativo como el brazalete entre ambas partes.Isabella sonrió y asintió. — Estoy más que c
La princesa Catalina regresó a la casa de la Gran Princesa, donde tanto ella como su madre comenzaron a sufrir las consecuencias de las críticas públicas. Cuando los ciudadanos insultaban a Isabella, las muy víboras lo disfrutaban enormemente, pero ahora, enfrentando la reacción en su contra, estaban casi echando humos de la ira.En particular, los rumores sobre las concubinas del esposo de la Gran Princesa se extendieron por todas partes. La Gran Princesa también comenzó a sospechar de las personas en las que confiaba, preguntándose si alguien había filtrado dicha información.Comenzó a investigar una por una de las sirvientas y demás gente de servicio, lo que provocó caos en su casa. Mientras tanto, la princesa Catalina, agobiada por las discusiones con su esposo, también descargaba su frustración en las criadas.Pensó que, al regresar a la casa de su madre por unos días, el Marqués de Solano iría a buscarla. Sin embargo, no solo no fue, sino que ni siquiera los sirvientes de la casa
A mediados de agosto, ya estaba cerca el festival de la media luna, pero Benito aún no regresaba.Había pasado un mes desde que se fue, y Isabella empezaba a sentirse bastante extrañada. ¿No había dicho que solo iba a entregar un mensaje y luego regresaría?La caminata así fuese al lomo de mula al cerro de los cerezos no tomaba más de tres días. Incluso quedándose algunos días y contando el viaje de ida y vuelta, diez días habrían sido suficientes para regresar.¿Acaso había ocurrido algo en el cerro que ella no tenía aun conocimiento?Justo en ese momento, recibió una carta de su amiga y antigua compañera de armas, Estrella. La carta, de varias páginas, narraba muchas anécdotas divertidas ocurridas en el cerro. Entre ellas, mencionaba que Palo había comprado polvos de maquillaje y, al regresar, fue puesto en confinamiento por el maestro, aunque no recibió castigo físico.Isabella sonrió al leerlo.En la carta, Estrella también la felicitaba por su matrimonio, diciendo que cuando se ca
El almuerzo fue ligero. Isabella solo tomó un tazón de sopa de muslos de pollo antes de ir a realizar una ceremonia de ofrendas a los ya fallecidos.La familia Díaz de Vivar era una gran familia, por lo que tenían un gran altar. Las tablillas de madera talladas con los nombres de sus padres, hermanos y cuñadas se encontraban allí. Pero debido a la costumbre patriarcal de esos tiempos, las mujeres generalmente no podían al altar entrar para rendir homenaje; solo podían arrodillarse fuera de la puerta.La única forma en que una mujer podía entrar era después de su muerte, a través de su tablilla. Pero en el caso de Isabella, ni siquiera esto era posible, ya que ella era hija, y solo las esposas de la familia Díaz de Vivar podían tener tablillas allí.Por dicha razón, cuando su madre quedó viuda tras la muerte de su esposo e hijos, construyó un pequeño altar en la casa familiar donde colocó las tablillas de su esposo e hijos, para que fuera más fácil rendirles homenaje.Cuando toda la fam
Cicero, mientras hablaba, no podía evitar atragantarse de comida, narrando los eventos sucedidos de manera fragmentada.Continuó explicando que, cuando los pequeños mendigos comenzaron a dispersarse, Benito levantó la vista y vio a un niño mendigo cuya apariencia era al parecer muy similar a la de Raúl Díaz de Vivar, el hijo del segundo hermano de Isabella.Dicho niño tenía una pierna lisiada y corría con dificultad. Cuando Benito intentó atraparlo, alguien pasó empujando un carro, derribando a varias personas. Benito se detuvo para ayudar a levantar a los heridos.Mientras ayudaba, volvió a mirar al niño mendigo. El niño, con su pierna lisiada, caminaba lentamente hasta que un hombre corpulento lo agarró y lo subió a un carro tirado por bueyes.En ese momento, Benito gritó impulsivamente — ¡Raúl! — y el niño, que tenía la cabeza baja, la levantó bruscamente con una expresión de asombro e incredulidad.Benito inmediatamente corrió tras el carro de bueyes, pero el mismo carro que había
Juanita temblaba mientras le entregaba el equipaje a Isabella.Nadie se atrevía a creer si quiera a pensar que la noticia fuera cierta, porque en ese entonces, al contar los cuerpos, no faltaba nadie.Especialmente los niños: los hijos de los sirvientes de la casa y los habitantes estaban todos presentes.Aunque Isabella repetía una y otra vez que no lo creía, en su corazón aún albergaba una pequeña ilusión que quizás por azar del destino esto fuese cierto, y ese niño era Raulito, pero ¿cómo?.Sin embargo, cuando recordaba aquella escena… ese cuerpecito con su ropa ensangrentada … Aunque toda la ropita del desfigurado niño estaba cubierta de sangre, estaba completamente segura que era de Raulito, porque ella misma había mandado hacer esa ropa para él.En ese entonces, cuando regresó a casa, había encargado ropa para todos sus sobrinos.Isabella divagando entre tantas preguntas, tomó el equipaje y murmurando dijo.— Juana, solo voy para echar un vistazo. Sé que no puede ser él, y tampoc