El almuerzo fue ligero. Isabella solo tomó un tazón de sopa de muslos de pollo antes de ir a realizar una ceremonia de ofrendas a los ya fallecidos.La familia Díaz de Vivar era una gran familia, por lo que tenían un gran altar. Las tablillas de madera talladas con los nombres de sus padres, hermanos y cuñadas se encontraban allí. Pero debido a la costumbre patriarcal de esos tiempos, las mujeres generalmente no podían al altar entrar para rendir homenaje; solo podían arrodillarse fuera de la puerta.La única forma en que una mujer podía entrar era después de su muerte, a través de su tablilla. Pero en el caso de Isabella, ni siquiera esto era posible, ya que ella era hija, y solo las esposas de la familia Díaz de Vivar podían tener tablillas allí.Por dicha razón, cuando su madre quedó viuda tras la muerte de su esposo e hijos, construyó un pequeño altar en la casa familiar donde colocó las tablillas de su esposo e hijos, para que fuera más fácil rendirles homenaje.Cuando toda la fam
Cicero, mientras hablaba, no podía evitar atragantarse de comida, narrando los eventos sucedidos de manera fragmentada.Continuó explicando que, cuando los pequeños mendigos comenzaron a dispersarse, Benito levantó la vista y vio a un niño mendigo cuya apariencia era al parecer muy similar a la de Raúl Díaz de Vivar, el hijo del segundo hermano de Isabella.Dicho niño tenía una pierna lisiada y corría con dificultad. Cuando Benito intentó atraparlo, alguien pasó empujando un carro, derribando a varias personas. Benito se detuvo para ayudar a levantar a los heridos.Mientras ayudaba, volvió a mirar al niño mendigo. El niño, con su pierna lisiada, caminaba lentamente hasta que un hombre corpulento lo agarró y lo subió a un carro tirado por bueyes.En ese momento, Benito gritó impulsivamente — ¡Raúl! — y el niño, que tenía la cabeza baja, la levantó bruscamente con una expresión de asombro e incredulidad.Benito inmediatamente corrió tras el carro de bueyes, pero el mismo carro que había
Juanita temblaba mientras le entregaba el equipaje a Isabella.Nadie se atrevía a creer si quiera a pensar que la noticia fuera cierta, porque en ese entonces, al contar los cuerpos, no faltaba nadie.Especialmente los niños: los hijos de los sirvientes de la casa y los habitantes estaban todos presentes.Aunque Isabella repetía una y otra vez que no lo creía, en su corazón aún albergaba una pequeña ilusión que quizás por azar del destino esto fuese cierto, y ese niño era Raulito, pero ¿cómo?.Sin embargo, cuando recordaba aquella escena… ese cuerpecito con su ropa ensangrentada … Aunque toda la ropita del desfigurado niño estaba cubierta de sangre, estaba completamente segura que era de Raulito, porque ella misma había mandado hacer esa ropa para él.En ese entonces, cuando regresó a casa, había encargado ropa para todos sus sobrinos.Isabella divagando entre tantas preguntas, tomó el equipaje y murmurando dijo.— Juana, solo voy para echar un vistazo. Sé que no puede ser él, y tampoc
Cinco días después, Isabella llegó a villa Luz justo al mediodía.Durante el viaje, aunque se alojó en posadas, apenas pudo comer y evitó beber mucha agua, temiendo que detenerse durante el día para usar el baño retrasara su marcha.Por eso en tan solo cinco días, había adelgazado notablemente.Siguiendo las indicaciones de Cicero, preguntó por el camino y llegó al lugar indicado.Era una propiedad en villa Luz, donde, según Cicero, el rey estaba alojado con el niño.Isabella, con la garganta seca y los labios agrietados, se detuvo frente a la puerta. La posada estaba en un callejón bastante amplio.En la entrada había un guardia, vestido con el uniforme de un funcionario local, probablemente asignado por la autoridad judicial a petición de Benito para vigilar el lugar.El guardia, al ver a una mujer deteniéndose con su caballo, pero sin atreverse a llamar, preguntó con cautela — ¿Es usted la señorita Isabella?Isabella asintió, pero no pudo emitir ningún sonido. Sentra un peso gigante
Isabella tomó al niño de los brazos de Benito, abrazándolo con fuerza contra su pecho.El niño, extremadamente delgado, parecía solo piel y huesos, tan frágil y vulnerable que su miseria le partía el alma. Su cuerpo desprendía un olor a podrido.Pero Isabella lo abrazó como si fuera el tesoro más preciado del mundo, dejando que las lágrimas cayeran libremente por su rostro.El niño no luchó. Parecía una pequeña ave indefensa, atrapada en los brazos de Isabella. Las lágrimas de ella corrieron por su cara sucia, dejando dos líneas amarillentas en su piel cubierta de mugre.La ferocidad que había mostrado hacia Benito desapareció. Ahora, el niño estaba completamente quieto, como un muñeco de trapo, sin mover ni siquiera los ojos, aunque las lágrimas seguían cayendo de ellos.Benito, al ver la escena, finalmente pudo confirmar lo que había sospechado: este niño era un miembro de la familia Díaz de Vivar. Era la sangre de los suyos.Sin embargo, se preguntaba cómo el niño había escapado ini
Raúl durmió hasta la medianoche antes de despertarse completamente. Durante la noche, abrió los ojos varias veces, pero siempre medio aturdido. Al ver a su tía, volvía a cerrarlos.A la medianoche, con la habitación bien iluminada, Isabella ya le había lavado la cara con agua caliente mientras dormía. Su rostro, aunque extremadamente delgado, se parecía mucho al de su segundo hermano.Cuando despertó, volvió a llorar, pero esta vez lloró sonriendo hacia su tía. Debido a lo delgado que estaba, sus hoyuelos eran aún más profundos.Isabella lo llevó a bañarse. El niño pequeño se sentó en la tina mientras ella le lavaba cuidadosamente el cabello, usando aceite de rosas para suavizar la maraña de pelo que llevaba.Después del baño, le puso ropa nueva. Aunque se había comprado pensando en un niño de siete años, le quedaba un poco grande.Finalmente, ahora ya lucia como un niño limpio y ordenado.En la cocina, habían preparado la cena. Los ojos de Raulito brillaron al ver la comida. Instintiv
Los garabatos torcidos y deformes eran difíciles de leer. Isabella necesitó un momento para descifrarlas.Levantó sus ojos enrojecidos y miró a Raulito, y de inmediato las lágrimas volvieron a caer. Esas palabras la herían en lo más profundo de su ser.Recordó que, pocos días antes de la masacre, había regresado a casa para platicar con su madre sobre la batalla que estaban luchando sus padres y hermanos en el Paso de las Cumbres, llanos del Sur. Su madre estaba preocupada por su abuelo, temiendo que corriera el mismo destino que su esposo e hijos. Isabella la había consolado como pudo, pero al marcharse, no podía ocultar su propia preocupación, tanto por su abuelo como por su madre.En el patio, vio a Raulito. Él levantó su pequeño rostro y le preguntó.— ¿La tía está triste? Isabella, tratando de tranquilizarlo, le acarició el cabello y sonrió.— Tu tía está un poquito triste, pero pronto estará feliz. No te preocupes, Raulito.Aquellas palabras, dichas a la ligera mientras su mente
Raulito, tras terminar de escribir, estaba agotado.Isabella le sugirió que descansara y, al verlo dormido, decidió no alejarse de él. Temía que, si lo dejaba solo, todo lo que estaba viviendo se desvaneciera como un sueño, regresando a una realidad en la que Raulito no existía.El dolor en su corazón era insoportable. Ver al niño caminar cojeando, con su pequeño cuerpecito marcado por tantas penurias, era un dolor para su alma.Benito, mientras tanto, ya estaba organizando el regreso a la capital. La situación de Raulito requería atención médica urgente; solo el Doctor Celestial podía tratarlo, y no había tiempo que perder.Con siete años, Raulito tenía el tamaño de un niño de cinco. Durante estos dos años parecía no haber crecido en lo absoluto. Por lo que era imperativamente necesario determinar si había sido envenenado con otras sustancias. Sin un examen médico completo, la preocupación aun persistía.Benito también ordenó al gobernador de villa Luz enviar una carta urgente al empe